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“Ya me voy a trabajar, perra”, fue lo último que le dijo Paola, trabajadora sexual, a su amiga Kenya antes de abordar el auto en donde un cliente le disparó a quemarropa “por no haberle dicho que era transgénero”.
Minutos después de la despedida, “Paola se subió a un carro y al iniciar su recorrido oí sus gritos de auxilio: ‘¡Kenya, Kenya!’, me llamaba. Corrí y entonces escuché las detonaciones. Me quedé impactada al lado del carro, vi cómo el hombre recargó en el asiento el cuerpo de mi amiga muerta, me apuntó con la pistola y disparó, pero el arma se encasquilló y no salió la bala”, narra Kenya Cuevas sobre la noche en que asesinaron a Paola Ledezma en el cruce de Insurgentes y Puente de Alvarado.
A raíz de la muerte de Paola, hace dos años, Kenya Cuevas —activista transgénero y trabajadora sexual— intensificó el apoyo que siempre brindó a sus compañeras víctimas de feminicidio o fallecidas a causa del VIH, por eso la apodaron mamá. Ha velado y enterrado a 12 de ellas. Por cada una, lleva en su cuello un tatuaje de estrella que le recuerda su lucha: “Es fuerte enterrar a las compañeras, pero lo tengo que hacer por ellas, porque las familias no las reclaman, si no llegan a una fosa común y nadie hace nada por recuperarlas”, cuenta.
Kenya conoció a Paola a raíz de una pelea que tuvieron en Garibaldi: “De una pelea, nos hicimos las mejores amigas (...). [El día que la mataron] la vi cabizbaja, me dijo: ‘Ay, mamá, la noche está muy triste’ (...). Y nos fuimos a brindar para animarla”. Más tarde, ella se fue al coche del hombre que la mató.
Kenya detuvo al sujeto que contrató a Paola, una patrulla llegó y policías lo esposaron por ser el único presunto autor material del asesinato. Lo llevaron al Ministerio Público, donde estuvo en custodia.
A pesar de las evidencias, el juez del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México lo dejó libre dos días después. “Nosotras vimos muchas deficiencias [en el proceso]. Ya no estamos en tiempo de pedir. Las autoridades nos tienen que responder”, dice Kenya.