La Plaza de la Constitución para el desfile militar por el 210 aniversario del inicio de la Independencia de México luce vacía de niñas y niños, quienes en otros años, arriba de los hombros de sus padres, podían ver el marchar impecable de los soldados.
Cuando el subsecretario de la Defensa, el general André Georges Foullon Van Lissum, se dirige al Presidente y Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, Andrés Manuel López Obrador, para solicitar permiso e iniciar el tradicional evento, no se abre la valla para que miles de ciudadanos peguen una carrera emocionados a fin de conseguir el mejor lugar en la plancha del Zócalo.
El de ayer fue un desfile marcado por la pandemia del Covid-19. El gobierno honra a las más de 71 mil personas que perdieron la batalla contra ese nuevo virus, pero también el trabajo de heroínas y héroes del sector Salud.
Y por primera vez en la historia del país, un Mandatario de México, junto con los presidentes de los poderes Legislativo y Judicial, así como el gabinete federal no observan la tradicional parada militar desde el Balcón Central de Palacio Nacional, sino desde un templete que se coloca frente al inmueble.
Del ambiente familiar y de fiesta, de los rostros pintados con verde, blanco y rojo; de las chinas poblanas, del tronar de las matracas y cornetas que ensordecían los oídos no hay ni rastro; se vive un desfile distinto, con un halo de luto por las víctimas de la pandemia.
El presidente Andrés Manuel López Obrador sale a las 11:18 horas de Palacio Nacional por la puerta central y se dirige al asta bandera monumental del Zócalo para izar el Lábaro Patrio. El silencio y la solemnidad del momento es roto por un grito femenino que proviene del Hotel Majestic: “¡Te queremos AMLO!”. Se entregan reconocimientos e inicia la parada militar que dura menos que en años anteriores: 39 minutos.
En Eje Central los ciudadnaos que quieren ver el desfile se topan con los filtros de seguridad instalados por la policía local en las calles del primer cuadro. Nadie entra.
La señora Martha Triunfante Sarabia y su pequeña hija, Valeria, decidieron no quedarse en casa y se trasladaron al Centro Histórico desde temprano. “Se siente feo porque no se pudo ingresar”, dice mientras se entera que el personal militar rompe filas, pues el evento ha terminado. Al final ven a los soldados cuando se van.