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El enojo y refugiarse hasta por 10 horas en los videojuegos fueron la forma en que este adolescente de 13 años, quien cursa el segundo grado de secundaria, expresó los estragos internos que le ocasionó el confinamiento por la pandemia.
No había día ni hora en la que no peleara con su mamá. Estallaba por cualquier motivo y encontraba el pretexto para refugiarse en su recámara, sentarse frente a la computadora y jugar.
Pero también lo hacía para llorar a solas. Lo asaltaba el miedo, la depresión y la frustración por no poder ir a la escuela, no reunirse con sus amigos como lo hacía antes de la pandemia.
Cuenta que evitaba llorar frente a su mamá y mientras lo hacía, se preguntaba por qué le había tocado enfrentar la pandemia.
“Lloraba en el día, cuando me asaltaban problemas existenciales. No salía de mi cuarto. Me pasaba los días entre clases en línea y jugando por más de 10 horas. Esto de la pandemia me pegó muy fuerte”, dice mientras rompe en llanto.
Entre lágrimas, señala que estos dos años de pandemia, “han sido los más difíciles de toda mi vida”. Fernando, quien quiere dedicarse al deporte o la fotografía, agrega que poder regresar a la escuela “fue un enorme alivio para mí”, porque ya no suele pelear con su mamá y ya no dedica la tanto tiempo a los videojuegos.
“Para mí, el volver a clases fue motivo de mucha alegría. El volver a jugar, ver a mis amigos me cambiaron la vida”, cuenta Fernando, quien tuvo que contar con el apoyo de un sicólogo durante seis meses.
Andrea, su mamá, cuenta que “cuando Fer regresó a la escuela lo hizo supercontento. Le hacía mucha falta volver porque está contento y de muy buen humor. Estuvimos yendo cada semana a terapia sicológica, que lo ayudaron en mucho. Afortunadamente, pudimos enfrentar juntos este trago tan amargo”.