Acapulco, Gro.— Al capitán Lorenzo Esteban Hernández Chavarría, El Rudo, aún se le quiebra la voz cuando habla de la noche del 24 de octubre del 2023, momento en que el , categoría cinco, entró y destrozó a Acapulco. Esa noche, como pocos sintió el poderío del monstruoso fenómeno. Es un superviviente.

“Terminé como pescado para freír, todo raleado”, comenta al describir la forma en que los vientos lo maltrataron. Esa noche, El Rudo llegó al muelle del Paseo del Pescador para resguardar su embarcación, el yate Black Tuna. A las 9, cenó con su amigo Alfredo. Dos horas después los vientos comenzaron a intensificarse. Amarró la embarcación a un bloque de cemento de 10 toneladas de peso. Como pasaban los minutos, los vientos se volvían cada vez más salvajes: todo lo que tenían enfrente lo destrozaba.

Al Black Tuna los vientos lo arrastraron mar adentro, quedó a la deriva y antes de que se hundiera, El Rudo alcanzó a ponerse dos chalecos salvavidas y se lanzó al mar. No intentó nadar, además no podía, trató de quedarse tranquilo pero las olas y el viento lo alzaban como a una hoja de papel.

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“Eran pequeños tornados que me alzaban, me golpeaban y así uno tras otro”, recuerda.

Después de un par de horas, una ola “escupió” a El Rudo al club de yates La Marina, a unos 400 metros de donde estaba su embarcación. Estaba inconsciente, los que cuidaban el lugar lo resguardaron. Cuando despertó su prolongada barriga estaba llena de cortaduras, tenía los ojos casi reventados y en el pie derecho una profunda cortada.

“Nadie estaba preparado para lo que venía, ese fue un pinche huracán que nos hizo licuadora a todos”, cuenta El Rudo.

El recuerdo de esa noche quiebra a El Rudo. Es algo que tiene muy presente pero que le cuesta contar. En tres ocasiones las palabras se le atoraron en la garganta. Otras más contuvo las lágrimas. Pero cuando recordó a su amigo Alfredo, tragó saliva. El cadáver de Alfredo lo recuperaron días después en el Servicio Médico Forense, presentaba un hoyo en el pecho.

“Es doloroso: me siento mal porque tengo familia, pero tenemos que contarlo, eso nos llena más el corazón, es como un desahogo”, dice.

El Paseo de Pescador es una de los puntos de fondeo de embarcaciones más recurrido en el puerto; ahora luce casi vacío, de los 80 yates que había antes de Otis, sólo ocho sobrevivieron a los salvajes vientos.

La mañana del 25 de octubre, con la luz del día, todo quedó al descubierto: Acapulco estaba destrozado, no había nada en pie. Árboles, techos, anuncios, estaban caídos. Muy pocos cristales quedaron completos, todo era escombro. Tres horas de ráfagas de vientos salvajes y lluvias que no dejaron ni un centímetro en buenas condiciones.

De esa noche, Acapulco aún no se recupera. La morfología de la ciudad sigue marcada por Otis. Continúan postes de energía eléctrica caídos, hoteles en reparación, edificios abandonados, embarcaciones hundidas, 31 personas desaparecidas, la mayoría marineros y el luto por las 51 que fallecieron. También hay un temor colectivo.

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En Acapulco una lluvia con vientos es suficiente para atraer el recuerdo de Otis. “Ahorita tenemos esa bronca de que viene algún fenómeno y todos nos alteramos”, indica.

¿Por qué se quedaron en sus barcos?, se le pregunta.

“Yo trabajé en los Princess Cruises, en los atuneros, para poder comprar un barco que me costó tantos millones de pesos. Lo hice porque me gusta el mar, vivo en el mar”. El Rudo volvió al Paseo del Pescador cuatro meses después. La herida en su pie se complicó, se le infectó por el lodo del fondo del mar que se metió. Le quisieron amputar el pie, no lo permitió y se fue a buscar a más médicos a Chilpancingo; ahí uno con tratamiento le salvó el pie.

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