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Después del 19 de septiembre de 2017, a Hugo Hernández Vargas, bombero de la UNAM, le costó tres meses recuperar el sueño.
Por las noches se revolvía en la cama entre el insomnio y las pesadillas de que volviera a temblar, también por el dolor de haber vivido las horas que siguieron al colapso del Colegio Enrique Rébsamen, en Tlalpan, donde ayudó a rescatar los cuerpos de al menos cinco personas.
“Lo que más me impactó fue el hecho de que fueran niños inocentes. A veces uno como adulto hace cosas que no están bien, daño a personas que nos quieren, ¿pero un niño?”, contó en el segundo aniversario de la tragedia en la que fallecieron 29 personas sepultadas bajo los escombros del edificio.
El bombero participó ayer en el macrosimulacro en la Torre de Rectoría.
Sin dudarlo, consideró que la experiencia más difícil que ha vivido en 10 años de servicio fue la de presentarse en el colegio para intentar rescatar a tanta gente como fuera posible. Después de 72 horas sin dormir, ni él ni el equipo con el que trabajaba lograron rescatar a alguien con vida.
El bombero recordó que ese 19 de septiembre salió en su motocicleta tras enterarse que había temblado. En el camino se topó con decenas de personas que cargaban herramienta y garrafones de agua: iban hacia el colegio derrumbado.
Relató que a partir de la emergencia que se vivió en los días posteriores al temblor quienes participaron activamente en las labores de rescate y apoyo tomaron mayor conciencia de la importancia de “cuidarnos a nosotros y entre todos. En el Rébsamen se dividieron equipos de trabajo: el Ejército, Marina, Protección Civil y Topos (...) Donde estuve sacamos a tres niños, fue muy difícil”.