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Mónica, de 60 años, conoce bien el trajinar por el sistema penitenciario del país, pues su esposo Mario lleva interno nueve años. El hombre estuvo en el Reclusorio Norte y en el Sur, en la Ciudad de México y también en una cárcel de Michoacán.
Aún le faltan 12 años para cumplir su condena.
Estoica y de buen humor, Mónica asegura que tanto ella como sus dos hijos, quienes terminaron sus carreras profesionales mientras su padre permanece en la cárcel, se han refugiado en la fe para enfrentar el encarcelamiento de Mario.
La mujer y su hija Michelle se han vuelto expertas en leyes y en el sistema penitenciario nacional. Con capacitación, estudio y experiencia, lograron interponer un recurso para que a Mario lo regresaran de Michoacán a la capital, además de una controversia para mejorar la alimentación que recibe, puesto que es diabético.
Para lo que no estaban preparadas era para enfrentar una emergencia sanitaria.
“Mi esposo es diabético e hipertenso con 25 años de evolución, y aunque tiene 58 años, el nivel de desgaste para una persona dentro de la cárcel es alto. Debería ser considerado como población especialmente vulnerable ante el Covid-19”, dice en entrevista.
Su mayor preocupación, afirma, es que en el Centro Varonil de Seguridad Penitenciaria 1, donde está interno Mario, no se les está dando información a los internos para prevenir el contagio, tampoco gel antibacterial, artículos de limpieza ni alimentación adecuada para fortalecer su sistema inmune.
Lo único que se está haciendo es restringir la visita, pues sólo se permite la entrada de una persona.
Su familia decidió que no visitaría a Mario el próximo mes para evitar riesgos de llevar un contagio a la cárcel.
Mónica se dedica a sostener a su esposo en prisión y a mantener el buen ánimo de la familia en el hogar. Aunque él no se lo dice, durante los 10 minutos a la semana que tienen permitido para hablar por teléfono, ella percibe su tristeza.
Su preocupación es que el estado anímico de Mario se convierta en un factor de riesgo adicional y que se enferme.
“Decidimos que no lo vamos a visitar para no aumentar el riesgo de contagio, pero a él no le dan ninguna información sobre el Covid-19, y tampoco tienen cómo protegerse. Nos dejaron llevarles un litro de pino y otro de cloro, pero es insuficiente. Ni al gobierno ni a la sociedad les interesan lo que viven los internos”, asegura.