A sus 71 años, el señor Eduardo Riveros vende artículos deportivos y “resucita” balones de toda clase en la colonia La Pradera de la alcaldía Gustavo A. Madero.

Todo comenzó hace 35 años, cuando quedó desempleado y decidió invertir sus ahorros en el que, asegura, le ha dado tanto.

Sin más experiencia que sus conocimientos en la carrera trunca en administración de empresas que estudió en el Instituto Politécnico Nacional (IPN), decidió incursionar en la reparación de los balones, aunque no fue fácil.

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El señor Eduardo trabaja mientras escucha música en su teléfono celular, y utiliza herramientas que él mismo diseñó para reparar balones. Foto: Alberto González/ EL UNIVERSAL
El señor Eduardo trabaja mientras escucha música en su teléfono celular, y utiliza herramientas que él mismo diseñó para reparar balones. Foto: Alberto González/ EL UNIVERSAL

“Había un señor, allá por 1989, que me hacía las reparaciones, porque yo no le sabía, pero ese señor pasaba por aquí muy esporádicamente, y pues había veces en que se me acumulaban los balones.

Entonces, busqué a otra persona que me los arreglara, vino a la tienda y los arregló aquí y yo, como buen mirón, vi cómo lo hacía y me dejé un balón para arreglarlo. El señor se tardó unas tres o cuatro horas para arreglar cinco balones; con el balón que yo me quedé, me tardé como una semana en repararlo, lo logré y ahí comencé”, recordó el hombre septuagenario.

A don Lalo le gusta el futbol, pero entre risas cuenta que no es seguidor de ningún club “para no hacer enojar a sus clientes”, y con toda sinceridad, reconoce que era malísimo jugándolo en su pueblo natal de Beristain, Puebla, por eso cree que el destino quiso que no se alejara de ese deporte.

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“Yo era bastante malo jugando futbol, cuando me invitaban a jugar me gustaba divertirme con mis amigos allá en mi pueblo, jalarles el short, hacerles travesura y media porque yo sabía que como futbolista me iba a morir de hambre, a lo mejor el destino ya me tenía reservado esto, que me dedicara a este tipo de negocio, relacionado con el deporte”, agregó un poco decepcionado por ver que a diferencia de los mundiales de 1970 y 1986, el del próximo año a celebrarse en parte en México, desde su punto de vista, está pasando desapercibida la emoción por el evento en la capital del país, aunque tiene fe en que la euforia futbolera acapare pronto las calles de la ciudad.

En su pequeña tienda “Deportes Galeana”, que también le sirve de taller, de escasos nueve metros cuadrados, rodeado de esféricos, ovoides, uniformes de poliéster, latas de cloruro de etilo, una atesorada Virgen de Guadalupe bordada a mano con estambre que le regaló uno de sus proveedores y los artefactos con los que desempeña su oficio, el señor Eduardo recibe a sus clientes que le llevan las moribundas pelotas que él, casi con devoción, repara; incluso, le ha dado una nueva vida a piezas muy especiales que llevaban los autógrafos de figuras del deporte internacional como el astro brasileño Pelé y el histórico mariscal de campo de los 49ers de San Francisco, Joe Montana.

“Me ha tocado arreglar balones de colección, como uno del Mundial de 1974, muy difícil porque llevan otro tipo de cámara. Tengo la fortuna de que se ha corrido la fama, por decirlo así, de mi trabajo, entonces, en alguna ocasión me llegó aquí un balón autografiado por Joe Montana con su carta de autenticidad, lo reparé sin costo extra, cobré lo que acostumbro cobrar porque yo tengo como política de mi negocio, como norma de mi trabajo, poner todos mis sentidos y hacerlo lo mejor posible; o sea, no porque traiga una firma, voy a superar mi trabajo.

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En una ocasión vino una chica, medio especial en su actitud, traía un balón de una gama media, todo lleno de masking tape, no se movía de aquí ni quitaba la mirada de lo que yo hacía y una vez que ya se lo reparé y me pagó, le quitó la cinta y ya vi que traía la firma del Rey Pelé, me dijo que lo iba a vender en 50 mil pesos, yo creo que pensó que yo me iba a pasar con el precio”, compartió el poblano que también le ha reparado lotes de balones al Club Deportivo Cruz Azul.

El señor Eduardo, que al día restaura unos 10 balones, trabaja solo mientras escucha música en su teléfono celular y con herramientas que él mismo diseñó y modificó para hacer el arte; asegura que los trabajos que más le gusta efectuar son los que implican mayores retos, como la reparación de balones para personas en situación de discapacidad de origen visual.

“Me gusta más reparar los que no conozco, con los que voy a aprender cosas nuevas, como el caso del que me trajeron para los ciegos, en mi vida había reparado un balón para ciegos, trae seis sonajas que no se consiguen aquí en México, lo que hice fue ingeniármelas.

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La satisfacción que me quedó es que, desde mi punto de vista, lo hice bien”, externó Riveros, quien de vez en cuando obsequia los balones que ya nadie le reclama a los jóvenes que “se desprenden del celular y vienen a jugar” al icónico Deportivo Hermanos Galeana, aledaño a su changarro.

Sin nostalgias y con la voz firme, después de pensar su respuesta unos segundos, aseguró que no piensa heredar su legado, pues sus familiares y uno que otro amigo que lo intentaron no se fueron convencidos del oficio, pero no tiene duda de que su trabajo seguirá “rodando” en las canchas del barrio, en cada pelota que sea pateada, en cada ovoide que sea lanzado y en las playeras que llevan parte de su trabajo en los dorsales de las nuevas generaciones.

“Este negocio me ha dado tanto: la satisfacción de sacar adelante a mi familia, tener una casa propia, tener hijas con estudios, es una satisfacción enorme, no me da lujos, pero no me quejo.

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“Yo luego me pongo a pensar que el día que yo me vaya mucho de mi trabajo va a seguir rodando porque no sólo reparo balones, pongo números, pongo nombres… en fin, va a seguir usándose” concluye.

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