Una clara mayoría (57%) de quienes hoy tienen una credencial de elector acudieron o acudirán a las urnas sin enfrentarse a las trampas que imperaron en los comicios en México durante décadas, como el Ratón loco, urnas embarazadas, la Operación tamal, el voto de ciudadanos muertos o el robo de urnas.
De acuerdo con el Instituto Nacional Electoral (INE), hay 94 millones 776 mil 387 personas con credencial para votar. De este total, más de 54 millones de mexicanos han participado en votaciones en las que ya existía una autoridad electoral independiente y una serie de candados para evitar los fraudes.
Desde el fin de la Revolución y hasta 1994 las elecciones eran organizadas por el gobierno. El secretario de Gobernación era el titular de la comisión encargada de organizar las votaciones. El padrón lo elaboraba la Secretaría de Gobernación a través del Registro Nacional de Electores y en las credenciales aparecía la firma de un funcionario de Gobernación, quien era militante del PRI.
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Ahora, la propuesta de reforma electoral elaborada por el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador ha enfatizado que es necesario reducir el costo del sistema electoral (el INE recibió un presupuesto de 13 mil 914 millones de pesos en 2022).
Hay una razón para explicar el costo del sistema electoral de nuestro país, indica José Antonio Crespo, académico del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) e integrante del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), y esta es la desconfianza hacia los procesos de elección de autoridades marcados históricamente por el fraude.
Las violaciones a la voluntad popular no iniciaron con el PRI, vienen desde siglo XIX y esto provocó una cultura de la desconfianza. Ya con el PRI afianzado en el poder hubo fraudes como el cometido a José Vasconcelos en el año de 1929, o el de Juan Andreu Almazán en 1940.
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En 1988, cuando la votación mostraba una clara ventaja para la alianza encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, la administración de Miguel de la Madrid decidió cortar la información (la famosa caída del sistema).
El fantasma del fraude creció tanto que hizo necesaria una reforma para, gradualmente, quitar al gobierno el control y la organización de las elecciones.
“Sí hubo que invertir mucho dinero en una maquinaria tan grande en el IFE, con mucha gente e institutos estatales para garantizar que hubiera procesos más limpios y equitativos”, relata José Antonio Crespo.
“El padrón se le quitó a Gobernación, la credencial ya vino con fotografía, con claves para evitar su falsificación, con sellos de agua. Ya hubo mamparas privadas, que no había, tinta que no se borrara. Fue necesario invertir dinero para que las elecciones ganaran credibilidad. Por eso el costo del INE se fue elevando”, añade el académico.
Pelea sin árbitro
Gonzalo Altamirano, quien milita en el PAN desde hace más de 50 años, vivió los tiempos de una oposición testimonial que iba a las elecciones en completa desventaja, sin recursos públicos, contra todo el aparato del gobierno volcado en favor de un contendiente y con un árbitro que debajo traía la camiseta del partido gobernante.
“No había un árbitro imparcial, el árbitro era el gobierno que representaba al partido oficial. Los partidos y ciudadanos se encontraban indefensos ante una situación de esta naturaleza”.
Los presidentes de casilla, agrega, expulsaban a los representantes de oposición. “Era tal el cinismo que vaciaban toda la lista de electores y había casillas con 100% de participación, toda a favor del partido oficial”, narra.
Los controles con que se cuenta hoy día (boletas foliadas y con elementos de seguridad para hacerlas infalsificables, credencial para votar con fotografía, que además es un documento de identificación, padrón de electores) han reducido los márgenes del fraude, comenta a su vez José Antonio Crespo.
En tanto, José Woldenberg, expresidente del IFE que organizó la primera elección en la que un opositor triunfó en 70 años, la de 2000, es contundente en torno a las ventajas que existen ahora.
“Este INE es mejor en todo [respecto a lo que había antes], desde el padrón, hasta el cómputo de votos; desde la organización electoral, hasta la forma en que conocemos los resultados. Hoy tenemos un padrón que nadie cuestiona. Se han erradicado los fantasmas y rasurados”.
El costo de la democracia, coinciden los especialistas y protagonistas de elecciones, es alto, pero es más caro no tenerla.
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