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juan.arvizu@eluniversal.com.mx
El senador Carlos Aceves del Olmo (PRI), jerarca de la CTM, una insignia del régimen del siglo pasado, asegura que en la cuarta transformación saldrá adelante la central del legendario Fidel Velázquez Sánchez, “por nuestra propia fuerza y tamaño”. Y dice: “El Presidente Andrés Manuel López Obrador, evidentemente, tiene más interés en hablar con nosotros que con otras organizaciones políticas”.
Este domingo, la Confederación de Trabajadores de México (CTM), celebra su 83 aniversario, con su partido en la oposición por tercera vez, y con centrales del nuevo régimen que auguran la extinción de la estructura que fundaron los Cinco Lobitos.
Con todo, en la oficina de Carlos Aceves del Olmo, en el Senado, no hay jinetes apocalípticos, y el líder, que echa algo de menos su salud agobiada por la edad, está tonificado por el lugar que se ha dado a la CTM en la visita del director de la OIT, Guy Ryder a México.
El jerarca se da tiempo para hablar de su niñez, juventud, su ingreso y trayectoria en las filas sindicalistas.
Recuerda que a los 14 años empezó de aprendiz en la planta automotriz Ford, en la Ciudad de México, y que pagaba tres pesos de cuota sindical a la CTM. Para este niño obrero, su líder, Fidel Velázquez, "era como el Papa".
--¿Cómo describe la fuerza y la valía de la CTM, hoy?
--Es muy valiosa y fundamental para servir a los trabajadores. El tripartismo nos ha permitido lograr nuevas prestaciones y salarios superiores al mercado.
Tenemos buena relación con los empresarios. Tuvimos muy buena relación con los gobiernos priistas; en las dos transiciones, con (Vicente) Fox, muy buena, y con Felipe (Calderón), mejor, porque nos conocíamos.
--¿Con el Presidente de la República?
--Ahora que hubo esto tan, no sorpresivo, pero tan contundente, de que el presidente Andrés Manuel López Obrador tuvo 30 millones de votos, políticamente hablando podrían decir: "Lo que nos conviene es acomodarnos", pero no pensamos eso nosotros.
Por nuestra propia fuerza, por el tamaño de nuestra organización, por la importancia que tiene la CTM, yo he tenido ya tres contactos con él y ha sido muy amable.
--¿En privado y en público?
--En el evento con empresarios, nos invitó a algunos dirigentes obreros, y cuando habló del sector social, clarísimamente, dijo: "Ahí está la CTM", y me señaló.
--¿Una deferencia?
--El Presidente, evidentemente, tiene más interés en hablar con nosotros que con otras organizaciones políticas. Eso se irá viendo en el tiempo.
--¿Se forman otras centrales?
--Como lo quiere hacer Napoleón (Gómez Urrutia, senador de Morena), que todavía ni lleva sus papeles a la Secretaría del Trabajo para ver si cubre los requisitos o no. Piensan que van hacer una confederación como la nuestra.
--¿Amagan nuevas centrales?
--Si busca trabajadores que no tienen sindicato y los sindicaliza, puede crecer. Si trata de quitárnoslos, no nos vamos a dejar. (A Gómez Urrutia), lo conozco de hace muchos años, me ha dicho: "Carlos, entre tú y yo no hay ningún problema". Pero tenemos evidencias de que sí.
--¿El CT está en disputa?
--A muchos del Congreso del Trabajo los ha invitado, pero no los ha convencido. Y si se van es problema de ellos; yo soy presidente del CT, por mero accidente.
--Este domingo es de festejo.
--En el Auditorio Nacional, con un programa sencillo vamos a festejar los 83 años.
Por los patrones hablará Juan Pablo Castañón; estarán de invitados Rodolfo González Guzmán (líder de la CROM), e Isaías González Cuevas (CROC); irán autoridades federales y gobernadores.
--¿Firme en la dirigencia?
--Si me dicen que soy un improvisado, sí soy; si me dicen que no tengo estudios, no tengo; si me dicen que no puedo como secretario general de la CTM, sí puedo; con el Congreso de Trabajo, también, y a ver qué otra cosa se les ofrece.
--¿Qué sigue en su central?
--Hacer los cambios para que gente más joven sea...
--¿Cómo lo conoció don Fidel?
--En mi primera diputación, Rosario Robles, del PRD, lo puso pinto, y lo defendí y gané el debate. Me mandó llamar a su oficina. "¿Por que no había entrado a la política?", me preguntó. "No había tenido oportunidad, señor, hasta esta vez", le dije. "Pues salió usted bueno".
Yo con eso dije, el Papa ya me puso la mano en la cabeza y salí feliz de la vida y esa felicidad no se me quita.
--¿Rodríguez Alcaine?
--Don Leonardo era difícil. A veces no estaba de buen humor, regañaba, pero a veces era muy cuate y era duro.
Un día soltó: "Dicen que es usted muy negociador, que muy chingón, ¿es cierto?" Cuando me invitó a su comité nacional, le pedí me permitiera avisarle a mi jefe, Joaquín Gamboa Pascoe. "¿Que cree que soy su pendejo? Ya hablé con él, ni que no lo conociera yo al cabrón. Y me dijo: 'Te llevas a mi mejor hombre' ".
--¿Gamboa Pascoe?
--Los 10 años y medio de Gamboa Pascoe como secretario general, fueron mi doctorado en el cargo.
Entre unas charamuscas y López Obrador
A los 78 años, Aceves del Olmo, cuatro veces diputado y senador en segunda oportunidad, recuerda su trayectoria.
--¿Cómo empezó usted en su trayectoria sindical?
--Comencé porque tenía familiares que se dedicaban a esto. El principal era un hermano de mi madre, que fue mi padrino de bautizo, era don Joaquín del Olmo Martínez, líder de los transportistas de la ciudad de México, cuando había casi cien líneas de transporte.
Era de los fundadores de la CTM, no de los Cinco Lobitos, de la Federación en la Ciudad de México, porque mi abuelo tenía camiones, y él murió ya grande, de 90 años, y era secretario general sustituto de la Federación de Trabajadores del Distrito, de la FTDF, con don Jesús Yurén, quien si era de los Cinco Lobitos.
Mi mi padre también era dirigente sindical, no de ese nivel, pero manejaba un buen número de contratos colectivos.
Yo sólo estudié Primaria, porque era muy rebelde. Todavía soy un poco. Por una necedad y una torpeza, como por un reto, dije: "Yo ya no quiero ir a la escuela".
¿Entonces qué vas a hacer?
Yo voy a trabajar
Te voy a poner a trabajar--, dijo mi padre, y me metió a trabajar a una herrería.
Tenía yo 12 años. Y al dueño de la herrería le dijo: "Maestro ahí se lo encargo. Si le tiene que dar sus (golpes) se los da, yo lo autorizo (le dijo al señor Torres)".
Estuve ahí como unos seis meses. Lo que me pagaban me alcanzaba para mis pasajes, Eran tranvías Él estaba en avenida Revolución, a la altura del Asilo Mundet. El tranvía cobraba cinco centavos y me alcanzaba para un refresco y mi madre me ponía dos tortas. Salía a la banqueta y con otro chamaco comíamos. Pero tuve muy cortito tiempo.
Luego me fui a ayudarle a una prima, todavía vive, que tenía una tiendita, en Tizapán, San Ángel. Yo nací ahí. Me dio tentación por el comercio, y teníamos un vecino que era ferrocarrilero y ellos acostumbraban traer --cuando los ferrocarriles era de pasajero-- cosas de los estados, de Michoacán unas charamuscas, en forma de un charro y otras figuras. Y me dijo:
Oye, chamaco, ¿no te gustaría vender?
--Sí. Y me puso a vender. Las vendí todas y luego me dijo: "También traigo huevo fresco, ¿te animas? En una canasta, Y casa por casa iba. Yo no sé si eran frescos o estaban echados a perder, y vendí todo. Vi que mi vocación era el comercio más que otra cosa.
El presidente de la república era don Adolfo Ruiz Cortines. Y fueron los primeros Juegos Panamericanos que se hicieron en México, y se estrenó el estadio de Ciudad Universitaria que estaba en construcción, pero el estado fue algo de lo que terminaron primero. Ahí fueron los juegos.
Una señora que vivía en la misma calle de la casa donde yo nací, calle Canoa 180, y antes se llamaba La otra Banda 180 y ahora se llama Río Magdalena número 180.
Esa señora, Ofelia, vendía tortas muy buenas a peso, muy bien hechas. Dijo: "Oye, ¿Por qué no vas a vender tortas al estadio Yo te las doy a 80 centavos y tú las vendes a peso".
Fui y acabé con mi canasta de tortas. Llevaba a una hermana chiquita que le llevaba tres años, que vive afortunadamente.
Ya que me quedaban dos tortas, le decía: "Vente, vamos a ver los juegos". Dejaban entrar libremente, nos comíamos una torta cada uno, entregaba la cuenta y me daban mis comisiones.
Donde vivíamos era casa de mi abuelo. teníamos una huerta muy grande y tenía milpa, porque Tizapán era un pueblo. Pasaba el Río Magdalena fuertisimo, que venía desde Contreras, y es el que movía las fábricas textiles La Magdalena que era en Contreras, Santa Teresa, Puente Sierra, La Hormiga, La Alpina y Loreto. Todas textiles, menos Loreto, que era de papel, que compró Carlos Slim y pusieron Plaza Loreto.
Como había milpa y había fruta: manzanas, peras, duraznos, moras. No he vuelto a ver moras, porque subía al árbol y acababa todo manchado de morado, y mi mamá me ponía unas regañizas: "Eso no se quita con nada". Y no se quitaba.
Vendía fruta, pero no cruda, sino que juntaba duraznos, chabacanos, peras, y los ponía a cocer. Que mi mamá no me viera que me acababa el azúcar casi. Y me salía a la calle a vender o me preguntaban las vecinas: "¿Ahora que tienes Carlitos? ¿Qué vendes?"
Cuando no tenía nada de eso daba yo funciones de cine sin cine.
Con una caja de zapatos le abría un rectángulo y de los monitos que salían en el periódico cortaba y los pegaba (en una tira) y entonces iba pasando eso y de aquel lado todos iban viendo Y como no sabían leer yo les inventaba algún argumento.
Alejandra y Mina se llamaban unas hermanas y a su hermano le decían El Caperuzo. Eran hijos de Mercedes la sorda. y su marido se llamaba Maximino Lechuga Y les cobraba yo creo que cinco centavos. Y así pasaba cine o hacia circo.
A mi hermana la que me acompañaba la medio vestía ahí con ropa de fiestas de la escuela de mi hermana más grande y la disfrazaba, la pintaba y la ponía a hacer cosas. Y luego metía un tambor, a un perro que me obedecía mucho, que yo lo quería mucho. El Oso. Le tapaba los ojos, lo echaba a rodar, topaba contra la pared y salía volado por el susto que se llevaba, pero ellos aplaudían. De ahí yo creo que cobraba diez centavos. Eso y otras cosas que hice me duraron hasta los 13 años, porque cuando iba a cumplir 14, mi tío, el que era cetemista, me dijo: "¿Hijo no quieres trabajar en la Ford?" La primera planta que hubo en México estaba en la calzada de Guadalupe, donde hoy hay un centro comercial.
Ya recibían a gente de 14 años, como aprendices. La ley lo permitía. Y fui. Tomé mi camión que salía de Tizapá y llegaba hasta la Basílica. La entrada era a las 7:00, entonces me iba a las 5:00. Todo oscuro y el río a veces llevaba mucha agua y mi mamá me decía, "mucho cuidado, te vas por el puente grande" (había uno chiquito). El río llevaba a veces caballos, vacas, techos de casas de lámina de cartón. A veces me dormía y despertaba en la Basílica. Pero corría yo como gacela, todo lo que ya no hago ahora
Y llegaba, checaba mi tarjeta y todavía pasaba con una señora que nos fiaba el desayuno. En la fábrica nos daban de comer como a las 11:30 o 12:00. (La señora) me hacía un huevito con frijoles y le pagaba el viernes que nos pagaban y empecé en el departamento donde se ponían los tanques de gasolina y aprendí pronto.
Tenía dos compañeros, El Borrego y el otro Margarito. Y ellos me decían: Fíjate que coche viene, qué carrocería, que marca es: Era Mercury, Ford, Thunderbird, Edsel, que así se llamaba el hijo de Henry Ford.
Yo preparaba el tanque, los tirantes los ponía con un desarmador, y empecé a ponerlos sin problema. El único que me costaba trabajo era el Ford Versalles, un Ford frances. Había el Cónsul, que era fácil, y había el Mercury que era enorme como una lancha, precioso. El Lincoln.
Después me enseñaron a empapelar, porque todos los coches eran de dos colores. Ellos que eran muy duchos para eso ponían el papel con masking tape y con una navaja lo recortaban. Al poco tiempo aprendí y también era ya empapelador.
Un ingeniero Estrada me dijo: "Oye, chavo, tú ya podrías hacer como El Borrego", y como el otro que ganaban 10 veces más que yo, pero no me latió.
Me dijo: "Mejor te voy a dar oportunidad para que pongas escudos Ford Line, Crown Victoria, y así que se metían unos machuelos y se me quebraban. Usábamos unos mandiles y me iba a los baños que no tenían puertas para que no se esperaran ahí los trabajadores que iban, y ahí los echaba en la taza y le jalaba, pues no me los contaban. Pero ya me dio pendiente y dije: "Me van a caer y me van a despedir". Total que nunca fui oficial, pero eso me cansó. Duré como año y medio.
Y de ahí volví con mi prima a ayudarle en su tienda. Pero ella ya estaba ocupada y tenía hijos grandes y tuvo otra hijita, Conchita, la que tiene el salón de belleza. La cuidaba y un día me dijo:
--Oye Carlitos, te vendo la tienda.
--No, pues no tengo dinero.
--Pídele a mi tio Juan.
Mi papá se llamaba Juan. Y le pedí a rédito y me los prestó.
Siete mil 500 pesos por la tienda, me quede con ella.
Me preguntaban por muchas cosas que no había, pues compraba lo que no había. Y empezaban a hacer la clínica del Seguro, esa grandota, porque habían tumbado las dos fábricas. La clínica 8. Había muchos albañiles. Iban a verme. Me decían: "No vende tortas". No más una vez dije que no. Al otro día ya había tortas.
Conseguí una concesión de que me llevaran la leche de la CEIMSA y me llevaban diario un montón de cajas, 200 litros o 300 litros. Los clientes llevaban eso y un pan que se llamaba Pan Roll, que eran grandes como bolillo pero no eran bolillos.
Entonces dije: "Quieren tortas, tengo queso". No tenía refrigerador, pero empecé a hacer tortas de queso Mi madre era muy buena para la cocina y hacía unos chiles chipotles buenísimos. Y le dije: "Mamá, me haces un vitrolero de chiles"? Ya le dije para qué.
--Te vas a meter en un lío, tu padre se va a enojar. Las mamás, y la mía era la más buena. Ya les ponía yo queso y mojaba la tapadera en el vinagre y las vendía a peso. Se vendían como pan caliente.
Después me compre un refrijeradorcito y compré queso de puerco, galantina, también. El jamón y el tocino los conocí ya muy grande. De eso se hacían las tortas y mientras hubo obra vendí muchísimo, porque era una torta más un refresco. Y se me juntaban más. Mucha gente iba a comprar sopa y más cosas. Y me decían: "¿Por qué no vendes plátano macho, Carlitos?
Pues me Iba a La Merced y traía mi penca y me traía un costalito de frijol Ojo de Cabra. No desaprovechaba. Iba en el camión. Y la tienda se fue haciendo así: mosco para los pájaros, alimento para los pollos, y ya era una tienda bien puesta.
A mi papá no le gustó, porque no le daba regalado a nadie. Yo guardaba mi dinero casi puros billetes de a peso o alguno de a cinco, y en la casa donde yo tenía mi lugar para dormir ahí guardaba. Yo no sé si mi mama le dijo, "Carlos mueve ya mucho dinero".
Y me dijo:
--Vas a vender esa tienda. Te estás haciendo muy ambicioso.
--¿Por qué? Yo no te pido nada. Ni me das domingo, ni me das nada.
--No me contestes así, Te digo que la vas a vender.
La vendí como en diez veces lo que me costó, a mi misma prima que todavía vive. Tiene 93 ó 94 años. Ella y su esposo Luis Jasso siguieron con la tienda y con la leche y con las tortas.
Mi papá me dijo: "Ya te conseguí un trabajo mejor". Y me llevó a un lugar que se llama La Colmena, en el Estado de México, adelante de Atizapán de Zaragoza, rumbo a Villa Nicolás Romero, que ahí antes se llamaba San Pedro Azcapotzaltongo.
Había una fábrica textil, La Colmena, hacia manta y como él trabajaba en la Hormiga, era empleado, habló con su jefe, yo creo y me llevaron ahí. Era un domingo.
Era una construcción preciosa, existe todavía. Cuando entré me tocó el cuarto número ocho, porque ahí se quedaban los empleados y me encontré una cama como de don Miguel Hidalgo y un burocito. Ni modo. Era la primera noche pero yo no había ni comido, ni merendado y cuando llegué vi que había una tienda afuera y me compré un panqué de pasas Bimbo y un refresco.
Tomé una rebanada, la puse en el buró. Trabajaban ahí 300 obreros pero todos estaban en sus casas y los empleados se iban los fines de semana a sus casas, a Puebla, varios. Y bueno, me comí unos panes y de repente oí un ruido y prendí con un apagador de esos que le apretaba uno, y eran unas ratas que estaban comiéndose mi panqué. Habían entrado por la ventana que tenía un vidrio roto. Encendi la luz brincaron y se fueron.
Nunca se me ha olvidado y nunca se me ha quitado el terror de las ratas. Puedo ver cuatro víboras enredándoseme en las piernas y no les tengo miedo. ¿Pero un ratón? Como los elefantes, me subo arriba de algo.
Me empezaron a enseñar que iba a hacer. Ahí producían una manta que se llamaba "Indonesia 58", porque ya había cambiado el gobierno y el presidente era Adolfo López Mateos, que hizo mucha relación con el presidente de Indonesia que venía mucho a México, porque había una cantante de ranchero que le gustaba mucho, María de Lourdes. Se la llevó allá y después vino y se murió. Sukarno se llamaba.
La manta toda se exportaba a Indonesia. Eran 300 telares de lanzadera y era un ruido que no se podía hablar. Yo tenía que entrar a los telares con un metro de madera y ellos ponían lo que habían hecho. Tenía un sello "D", de día, y "N" lo que se había hecho de noche. Se les pagaba a destajo. Yo medía y apuntaba en una libretita y así iba.
La primera vez era de noche. Entraba a las tres de la tarde y salía a la una de la mañana. Cuando termina el turno es cuando tiene uno más que medir y había que ser muy legal, si no el del día iba a reclamar que le había puesto menos metros. Con esa libretita le hacía las cuentas de a cómo le pagaban el metro y era para su raya.
Vacilaban mucho y entraba yo y empezaban a como aullar y a mi me daba medio miedo. Era un chamaco y ellos trabajaban encuerados, así en camiseta y eso y tomándose su pulque en garrafoncito de pulque.
La Colmena existe todavía, es un poquito antes de una hacienda que se llamaba Los Gavilanes, que es donde nació don Fidel Velázquez, y adelante, ahora se llama Villa Nicolás Romero y ya es un municipio muy grande. La fábrica sigue, así ya no es, la compró alguien y es una casa hermosísima.
Ya me empecé a habituar y me regresaba el sábado a la casa, el tercer turno no trabaja el sábado, iba con mi ropa sucia, la lavaban. Y el domingo empecé a marchar, aunque no tenía la edad todavía, pero convencí al de ahí y marché mi año completo. Tengo mi cartilla, ha de ser de piedra. Marché.
Cuando regresé a La Colmena, yo ya hacía negocios. La XEW vendía radios, a 149 pesos, modelo Constelación. Y yo me compraba tres o cuatro, según, si tenía, y en mi oficinita tenía uno, y los que me iban a ver para que les apuntara sus metros decían:
--¿No me lo prestas?--. Allá donde estaba la terminación se podía oír el radio.
--No. Es que lo estoy rifando.
--¿De a cómo el número?
--A tres pesos--. Cien números eran 300 pesos, y los vendía todos.
Y luego empezaron a pedirme prestado. Uno me dijo:
--Necesito 30 pesos. ¿No sabes quién me los pueda prestar?
--No tengo.
--Yo les pago buenos pasajes.
--¿Pasajes? ¿Para dónde?
--No. Así le decimos aquí a los réditos.
Aprendi a como se prestaba, Quién sabe al 10%, no sé. Me decían, "no más quítame los pasajes". Como yo les pagaba. "Y la otra semana me quitas el doble"
Empezaba apuntar dinero y ahí donde me salieron las ratas mandé poner el vidrio. Ya estaba bien, lo había arreglado.
En ese tiempo quería yo ser torero.Tenía yo banderillas, el retrato de Manolete ya muerto, muchas cosas y ahí en San Pedro había una plaza de toros que se llamaba Don Difi, porque había un cronista de toros, que era de EL UNIVERSAL que se llamaba Don Dificultades, pero le decían Don Difi, y a la placita de toros le pusieron Don Difi.
Pues sólo fui dos veces. Me puse a entrenar. Un amigo mío, Arturo Núñez , era mucho más grande que yo, me decía: "Tú tienes cuerpo de torero. Yo ya media 1.85, pero pesaba 51 kilos. Estaba flaco, flaco y largo .
Me hizo que me comprara mi capote y una muleta. Toreaba yo de salón y un día me dijo: "Sabes que invitan ahí y quieren hacer una prueba". Y fui. Y no volví a ver en mi vida un toro cerca de mi. Eran unas vaquitas y chin me daba, me atinaba.
No. Ya dije, no, no es mi camino. Me volví un empedernido aficionado a los toros, hasta la fecha, pero no era por ahí mi carrera.
Le dije al administrador que ahí donde me salieron las ratas, atrás había un terrenito, le dije, señor valle a mi me gustan los pollos y aprendí en la casa a criar pollos que allá en la casa nacían.
Fui a un lugar que se llamaba La Hacienda, así como Purina, que vendía alimentos y pollos a peso, y compré cien. Pero todo compré: su campana, y vi un librito que guardo, de como se hacía un gallinero. Dije que si me permitía decirle al carpintero que yo le pagaba a ver si me ayudaba.
"No. Llévatelo, dile cómo y hazlo bien. Ya tenía mis cien pollo y que les empieza a dar catarro y se oían como que eran pericos chiquitos. Así se van a morir.
Donde compre el alimento había un veterinario. Dijo: "Tienen catarro. Ponles estas gotas". Pasé toda la noche para poner una gota en la nariz y no se me murió ninguno ¡La inocencia se premia!
Entonces ya empezó a verme con frecuencia y me dijo: "Dale un alimento Purina. El que venden aquí no es bueno. Tenía que ir a Tlalnepantla y era en el camión Transportes del Monte.
Me compraba un costal, pero a penas podía yo. Estaba flaco. Seguí y un día me dice: "Te tengo una sorpresa. Tus pollos son pollas. Así es que córtales el alimento, porque si no se van a engrasar. Y vas a ponerles de este". Y las seguí criando y de repente como a los ocho meses encuentro un huevito. ¡Uy! Yo me quería volver loco.
Después ya recogía 80, 85 huevos diarios y comencé a comprar cajas que les caben 360, y yo dije: "¿ahora qué hago?"
Había un cuate, Chuchp Chávez que tenía como un estanquillo, pero muy grandote y le empecé a vender y se vendió y los administradores de la fábrica vivían con sus familias y eran franceses o españoles, y me decían: Oye niño, porque yo parecía; flaco, flaco, los pelos parados y un barrote, horrible. Y les empecé a vender huevo a ellos.
Acabé por pedirle a mi papá que si por favor me ayudaba con las cajas de huevo que tenía.
--¿Pues cómo le hiciste?
--Trabajando.
Y ya que paso eso, de esos cien pollos, ya compré pollas. Había uno como fraccionamiento chico para los ejecutivos y me dijo el señor Valle que te hagan en el bosque un gallinero grande.
Pero ahí había tlacuaches y cacomixtles y lo forré de lámina de acero para que no se metieran, y llegué a tener 500 gallinas y entonces era de veras el negocio.
Pero en eso, ¿qué pasó? Ahí vivía la señora Nieto, viuda con sus cuatro hijos Lucía, Ramón, Germán y Socorro. Y ahí me hice novio de su hija Estaba muy bonita, muy, muy bonita y me casé, porque yo era como Pancho López que era muy rápido, en la canción que había. Y cumplió 18 y se casó y a los 19 tuvo un bebé y a los 20 ya tuvo dos. Lo que me pasó a mi en mi vida.
Me case y llevo 67 años de casado. Tengo seis hijas, 15 nietos Ya son todos, porque ya son gallinas grandes, ya no.
Y finalmente vendí las gallinas, porque me regrese a México. Ya pedida dije, "mejor no me voy a casar". Ya pedida.
Me dijo el señor Valle:
--Qué bueno que no te vas a casar. Estas muy joven. ¿En qué te ayudo?
--Liquídeme--. Y me liquido y yo liquide todo.
--¿No te gustaría vender camisas de segunda, telas, pantalones "Gacela"?
Me llevaban camiones de eso en una bodegota que me prestaron. Nada más viernes y sábado abría yo. Iban los trabajadores con sus familias y vendía cantidad. Me daban como 40% de las ventas. Dije, "no me caso" y me desaparecí.
No me mataron, porque no... Pero me acuerdo que la tuvieron que mandar a Celaya, se enfermó, y ahorita está en el hospital operada, ayer. Tiene 75 años.
Pero mi vida es mucho más.
Dejé de ser obrero y me fui a la iniciativa privada. El primer trabajo que tuve fue en Sears Roebuck, de Ejército Nacional. Ahí ,e hice experto en cobranzas a cobrar, no de ir a tocar la puerta, cobranzas de cartas que se mandaban, que a las tarjetas se les ponía un caballito, era una laminita y a las que andaban atrasadas anotaba con tanto.
Inventaba redacciones para cartas y ya tenía 30 personas a mi cargo, y luego me hicieron gerente de Cobranzas. La persona que me recomendó ahí, el señor Octavio Buzo Casamadrid se fue. Yo ya no quise estar y me tocó lo mismo. El gerente general de esa tienda era el único mexicano que tenía un cargo así, porque eran puros gringos, el señor Jorge Lemus España, me dijo:
--¿Por qué se va?
--Porque se fue el señor Buzo.
--Pero aquí tiene futuro.
--No. Ya no. Y me liquidó también. Pero ese es otro cuento.
Segui en eso trabajando en empresas, y en la última que trabajé ,una empresa mexicana grande, puse el sistema que aprendí en Sears. Me contrataron para eso y fui subiendo y vieron que era buen vendedor. Y yo sí era buen vendedor. Desde chico vendía hasta piedras pintadas, y llegué a director comercial de la compañía, gerente general d e ventas, gerente nacional. Y un día tomé la decisión de decirle a mi padrino:
--¿Si yo te pidiera trabajo ahí, en la sección 15, me darías?
--Claro, hijo, puedes ir. Cómo no.
Tenía yo 33 años. Y me llevó a su oficina. Luego lo sustituyó a él cuando murió. Después. el licenciado Gamboa que era el secretario general de la Federación del Distrito Federal, como que me medio consintió, y me vio espolones para gallo, yo creo, me hizo director de la sección 15.
Y luego con don Fidel, que yo lo traté muy poco, pero fui diputado, competi por Azcapotzalco y gané mi elección. Y con don Leonardo volví a ser diputado, pero ya fui pluri porque era yo secretario de Previsión Social. Esa fue mi primera secretaria, Luego fui secretario de Acción Política.
Luego se murió don Leonardo y subió don Joaquín Gamboa y él me hizo director, no secretario general de la Federación de Trabajadores del Distrito federal, y luego primer secretario general sustituto.
Duró diez años y medio de líder y se le podían olvidar los zapatos en su casa, pero no se le olvidaba que estaba ahí para que me chingara. Era muy difícil, pero muy efectivo.
Luego murió y los compañeros, incluido mi carnal Patricio (Flores Sandoval) me eligieron secretario general de la CTM, hace tres años.
Cuando dicen "es que ustedes se eternizan", no si me faltan como 40 años todavía.
Yo sigo enamorado de la CTM. Mis compañeros han sido muy generoso conmigo. Me he puesto unas chingas locas y por eso he estado enfermo, por exagerado. El primer año visitamos 29 estados de la república. Ahora, ya no, pero 15 o 20 si me los aviento en el año.
Es apasionante la CTM y más cuando yo fui trabajador y me llegaba mi boletito de tres pesos de cuota y lo firmaba don Fidel.
Le ponían un sello, yo creo que María Luisa, su secretaria, y en el sobre de cuarenta y tantos pesos de aprendiz, que eso pagaban, me quitaban tres pesos que con mucho gusto aportaba, y que luego yo veía a don Fidel como el Papa, Yo nunca pensé que lo iba a conocer, mucho menos que iba yo a llegar a su lugar.
Yo no más lo veía desde lejos o en algunos actos. El que es ahora mi secretario de Organización, Pedro Alberto Salazar Muciño, levantaba el mecate para que yo me metiera por abajo, porque yo no tenía pase para entrar, pero a mi me interesaba mucho oír. Y le oí discursos. Imponía mucho don Fidel.
Creo que ya vamos a hacer los cambios para que gente más joven sea dirigente.
Por ahí se puso que Fidel Velázquez, muerto; Leonardo Rodríguez Alcaine, muerto; Joaquín Gamboa Pascoe, muerto; Carlos Aceves, muerto.
Ya me dieron por muerto. ¡Ah, chingá! Ni cuenta me dí. Ni duele.