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Misantla, Veracruz.- Incrédulo, Arturo Zacarías Meza explica que los rebeldes hutíes lo mantuvieron retenido contra su voluntad, a punta de fusil kalashnikov, como una medida extrema para buscar la paz del pueblo palestino. Hoy en Yemen, él y los otros 24 marinos capturados en el Mar Rojo son un símbolo de heroísmo que, aunque detuvo el fuego de Israel, les costó más de un año de su vida.
En entrevista con EL UNIVERSAL, el marino mercante veracruzano, nacido en Misantla, reconoce con terror esta verdad. Sin embargo, reivindica las acciones del grupo político yemení que tomó preso al barco carguero Galaxy Leader pues, dice, el problema de fondo es una guerra que Palestina no inició y la cual pide que pare.
“Nos trataron bien… A punta de pistola. Afortunadamente, no hirieron a nadie. El día que nos capturaron hicieron un disparo preventivo cerca de un compañero que quedó herido indirectamente, pero porque la bala pegó cerca de él, a 30 centímetros, pero no a él.
“Estuvimos en real peligro cuando cayeron bombardeos. Los veíamos en la tele y yo no podía creer que estaba viendo en una pantalla lo que pasaba afuera con nosotros. Israel bombardeaba a Yemen, Yemen respondía, luego Israel bombardeaba más fuerte y ahí sí pensábamos cuando todo terminaba: Ya la libramos, sobrevivimos un día más”, cuenta el joven de 32 años.
El día en que Arturo fue secuestrado se sintió como una película de guerra, “de esas que veía en la tele de niño”. Hoy todavía lo percibe así. Al reintegrarse a la sociedad el pasado viernes, la condecoración de guerrilleros yemeníes, el cúmulo de periodistas, la gente desconocida que celebró su libertad y el largo viaje de regreso a casa en el que se entrevistó con líderes diplomáticos del mundo fue un shock.
Mientras influencers, visitantes y turistas de Yemen usaban el barco como un trofeo de guerra con el que se tomaban fotos, videos y grababan tik toks, en el interior del mismo, en una bodega, Arturo pasaba casi doce horas del día dormido como método para evadir su realidad.
Jugaba baraja también con sus compañeros de celda. Se alimentaba de comida que ellos mismos preparaban con insumos que sus captores les entregaban. Tenía permiso de hacer llamadas mensuales a su familia y, después, semanales. También buscó actividades físicas para combatir la ansiedad del encierro.
Conoció el Corán y la religión de los musulmanes, probó la hoja de khat para llenarse de energía, escuchó la música que le gusta a los yemeníes, aprendió a entender su idioma y esbozar algunas palabras para comunicarse, y comió platillos típicos del país, todo esto mientras padecía una profunda depresión por el encierro.
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“No les tenía confianza. Como estábamos todos metidos en un cuarto que estaba sucio, me enfermé de la garganta muy fuerte, pero me aguanté lo más posible porque tenía miedo de que si me sacaban para llevarme al hospital, no me iban a regresar, pero, al final, me puse grave y pedí ir al doctor. La verdad es que me cuidaron.
“Cuando agarré más confianza, me hice amigo de algunos y me dejaban cocinar. Me dejaban también el celular un rato más para que hablara con Eve y mi mamá. Entre todos un día pedimos una mesa de billar y aparatos para hacer ejercicio y nos los dieron”, recuerda Tito, como lo llama su madre.
Los marinos pasaron 11 meses secuestrados en el barco. Los últimos tres fueron llevados a una casa de seguridad abandonada en algún punto de Yemen que él desconoce.
Una noche, sus cuidadores, algunos con el rostro cubierto por kufiyas y con armas, los trasladaron en secreto al vehículo que los llevó al lugar donde vivieron desde noviembre. Ahí los dividieron por cuartos donde podían estar dos o tres personas.
En el área común del lugar tenían una televisión en la que, dice, hubieran podido enterarse del cese al fuego, pero las voces lo explicaban en árabe.
Muchas veces los custodios intentaron adoctrinar a los rehenes en sus causas políticas y creencias. Les entregaron folletos, propaganda e incluso los invitaron a rezar con ellos el azalá, mismo que sonaba cinco veces al día y los despertaba en la madrugada cuando el sonido se reproducía fuertísimo en las bocinas del barco y de la finca.
Todos los días Arturo Zacarías Meza rezó por tener la oportunidad de volver a casa a salvo. Del otro lado del mundo, su familia hizo cada semana, desde su captura, una misa dominical con una figura de bulto de la Virgen de Guadalupe para pedir también por el milagro de su retorno.
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El martes 14 de enero los marinos sabían a medias que pronto iban a ser liberados. Luego, sus captores confirmaron la noticia. La liberación se dio en secreto y fueron llevados con las autoridades de Yemen, quienes les entregaron una daga como símbolo de heroísmo y valentía por ser una herramienta vital para detener el conflicto.
Arturo detalla que no fue su secuestro en sí, sino la detención de aguas internacionales en el Mar Rojo, el golfo de Adén y el estrecho de Bab el-Mandeb, por donde circula comercio, lo que facilitó su liberación.
Después de más de 20 horas de viaje, que para él fueron más largas que todo el año que pasó encerrado, fue recibido en Misantla con la canción de “El Ausente” con la que una decena de tías y vecinas lo hicieron bailar mientras soltaban carcajadas de felicidad por tenerlo nuevamente en casa.
Su prometida, Evelyn, quien lo esperó desde que se fue a la misión, lo recibió con un beso.
También le dieron la bienvenida con una rodada ciclista de peregrinos guadalupanos que le pidieron cumplir con la manda de pedalear en agradecimiento a su regreso, y ya lo esperaban los tacos de carnitas y tamales que tanto le gustan.
“Solamente puedo decir que estuve en manos de Dios y aquí estamos de regreso. (...) Que pare la guerra, Dios lo va a recompensar”.
mahc