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Asesinos y ancianos no son dos palabras que usualmente se mezclen. Sin embargo, en esta historia de fraude y homicidio, las dos protagonistas son justamente eso: asesinas de 70 años.
El primer caso que alertó a la Policía de Los Ángeles, Estados Unidos , ocurrió en noviembre de 1999, cuando alguien reportó por medio de una llamada a la línea de emergencia del 911 un ‘hit and run’ -cuando un carro atropella a una persona o vehículo pero no se detiene-.
Cuando los oficiales llegaron al lugar, se encontraron con un hombre anciano tirado sin vida en la calle. Aparentemente, por las heridas que había en su cuerpo, ya estaba muerto antes de ser atropellado.
Más adelante la víctima fue identificada como Paul Valdos y la Policía encontró que había sido reportado desaparecido por su prometida, Helen Golay, y su prima, Olga Rutterschmidt, quienes rápidamente fueron contactadas para reclamar las pertenencias y el certificado de defunción.
Lee Wilmon, detective que estaba a cargo del caso, comenzó a dudar sobre si realmente se trató de un accidente en el que el conductor no aceptó responsabilidad o si, quizás, fue algo más.
Esto debido a que los exámenes de toxicología no arrojaron que Valdos estuviera bajo el efecto de algún tipo de sustancia al momento de morir, por lo que no se explicaba por qué estaba tirado en el piso.
Además, Wilmon encontró que las dos mujeres eran frías y calculadoras y no actuaban como personas que perdieron recientemente a un pariente cercano. A pesar de esto, no había ninguna cámara, testigo o prueba que le permitiera corroborar sus dudas, así que el caso se archivó.
Conexión de asesinatos
Casi seis años después de que Valdos fuera encontrado en ese callejón, en junio del 2005, otra llamada casi igual a la anterior volvió a llegar al 911: un hombre había sido encontrado en un callejón oscuro, aparentemente después de un ‘hit and run’
Se trataba de Kenneth McDavid y, de nuevo, el detective que tomó el caso también encontró irregularidades en cuanto a las circunstancias de su muerte. Por un lado, las heridas que el cuerpo presentaba en el cráneo no correspondían con las que debía tener si un carro le hubiera pasado por encima.
Por otro lado, cerca a McDavid había una bicicleta a medio arreglar, como si él hubiera estado antes ocupado en eso, pero nada tenía sentido: el callejón era muy oscuro para tener buena visión mientras se trabajaba en el vehículo y las llantas estaban en perfectas condiciones. Los investigadores comenzaron a sospechar que se trataba de una escena que había sido fríamente calculada y que ocultaba algo más grande.
A diferencia del caso anterior, en este ya había una cámara de seguridad que daba un poco de información: primero, una camioneta entra al callejón; segundo, se encienden las luces que indican el freno; tercero, se apagan todas las luces del vehículo por alrededor de cinco minutos; y cuarto, el automóvil arranca de nuevo.
Además, los exámenes de toxicología de este cuerpo sí indicaban altas dosis de alcohol y otras sustancias en el sistema que, al mezclarse, podrían hacer que una persona se desmaye.
A partir de esa muerte sucedieron dos cosas de manera simultánea: por un lado, Golay y Rutterschmidt estaban reclamando las pertenencias de McDavid y el certificado de su muerte, identificadas como su esposa y su prima. Por otro lado, la compañía de seguros Mutual of New York (Mony) comenzó una investigación de dos pólizas por un millón de pesos que fueron creadas por McDavid.
Curiosamente, el investigador de Mony, llamado Ed Webster, fue a la Policía debido a que las dos mujeres se negaban a hablar con él.
Ahí mismo estaba el detective encargado del caso de McDavid y de Davon. Por tanto, al comparar lo sucedido con ambos sujetos, encontró no sólo similitudes en el ‘modus operandi’ sino también en dos nombres importantes: los de las mujeres.
Fraude
Con señales que indicaban que ellas estaban involucradas en dos asesinatos, el FBI se involucró y se abrió una investigación al respecto, en la cual se conocieron datos preocupantes.
En primer lugar, las dos víctimas (Vados y McDavid) diligenciaron pólizas por un total de más de cinco millones de dólares -alrededor 21 mil millones de pesos colombianos- a pesar de ser hombres sin empleo y sin hogar.
Además, ambos tenían la conexión de haber asistido a la Iglesia Presbiteriana de Hollywood, donde las dos mujeres fueron voluntarias para entregar comida a las personas sin hogar.
Sin embargo, todo indicaba que habían hecho mucho más que eso. Al parecer, Golay y Rutterschmidt ofrecían una habitación y pagar las cuentas de los hombres a cambio de que ellos llenaran unos documentos y les dieran cierta información.
Lo que los hombres no sabían era que estaban firmando pólizas de seguros de vida que tenían como beneficiarias a las dos mujeres y que pronto ellas se encargarían de poder reclamarlas.
Ya con esa conexión hecha, la Policía puso bajo custodia a las dos mujeres en 2006 y, cuando registró sus viviendas, recolectó todas las pruebas que necesitan para llevarlas a juicio.
Golay tenía datos y carpetas con la información de las pólizas que sacaron a nombre de los dos hombres. Además, salió a la luz información sobre un carro, muy similar al que se había visto en las grabaciones, que las mujeres intentaron vender.
A pesar de que ya había pasado tiempo desde el último asesinato, la Policía quiso buscar si había rastros de sangre en algún lugar y se encontró con una prueba que, tras unos exámenes, confirmaría sus sospechas: se trataba de McDavid.
Con estas pruebas, más una confesión que las abuelas hicieron mientras se encontraban en un salón de interrogatorio y no se dieron cuenta de que estaban siendo grabadas, las autoridades tuvieron todo lo necesario para que se iniciara un caso en su contra.
Para el 2008 las mujeres, a pesar de no haber aceptado cargos, fueron declaradas culpables de conspiración para asesinato en primer grado de Vados y McDavid.Ambas recibieron cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
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agv