Laredo, Texas

“No me creen que tengo 17 años y me quieren meter a la cárcel”, dice Adrián, un menor mexicano que prefiere no revelar su nombre y a quien las autoridades migratorias de Estados Unidos investigan por presunto tráfico de personas, aunque él lo niega.

Adrián, nacido en Ciudad Victoria, está actualmente en Laredo, Texas, con unos parientes a la espera de que el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) confirme que no tiene 18 años o más. Aparentemente, no hay manera de probar que él podría ser el pollerito que iba guiando al grupo de indocumentados en el que se encontraba cuando los detuvieron en la frontera entre Tamaulipas y Texas.

“No estoy detenido ahorita porque me tuvieron que entregar con esos que reciben a los menores —el Departamento de Salud y Servicios Humanitarios de EU— y les dije que tengo familia aquí —en Laredo—. Llamaron a mi tía y me dejaron ir con ella”, dice Adrián.

“Podría escaparme, pero mi tía tendría problemas porque firmó un papel y la verdad no quiero que por mi culpa pase algo”; además, agrega, “los gabachos —estadounidenses— me sacaron fotos y eso de las huellas de los dedos. Si me escapo y luego me vuelven a agarrar cuando sea más grande, sí me entamban”.

El ICE busca demostrar que Adrián no es menor de 18 años, lo que les daría la oportunidad, si prueban que traficaba migrantes, de detenerlo en una cárcel y abrirle proceso penal como adulto. La situación cambia radicalmente si es un pollerito.

De acuerdo con una investigación del Colegio de la Frontera Norte (Colef), que forma parte del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), el fenómeno de los traficantes de personas menores de edad, conocidos como polleritos o coyotitos, comenzó alrededor de 2010. Se trata, dicen, de una actividad propiamente de menores que nacen o llegan de pequeños y van creciendo en la zona fronteriza, aunque de momento sólo hay registros en la parte noreste de la República Mexicana hacia Texas. Según el estudio, los menores son reclutados y prácticamente entrenados por adultos que se dedican a lo mismo y los hacen acompañarlos en diversos trayectos, hasta que se aprenden las rutas, los horarios, las técnicas y desarrollan carácter para hacerlo.

Adrián sabe cómo funciona. “Los que lo hacen se ganan más o menos de 50 a 80 dólares por persona que logran pasar”, explica; “siempre les dicen a los que van a cruzar que si los descubren no vayan a denunciar al morro —niño o joven— que los está ayudando, pero casi nunca los descubren. Aunque la mera verdad sí han descubierto a varios morros, pero luego los dejan salir y se regresan. Luego, otra vez compa, ahí van ‘pa’tras’ —de regreso—, otra vez”, detalla entre risas.

Al no ser una actividad penalmente castigada en Estados Unidos ni en México, son una gran ventaja para el negocio del tráfico de personas y, eventualmente, de drogas. Se sabe que todos los polleritos son hombres: no se ha detectado a ninguna mujer en esa actividad y quienes entran al negocio estarían entre los 14 y los 17 años de edad, según el estudio del Colef.

Contactos

Lo que sí han detectado es la existencia de “contactos” que dan seguimientos para otras acciones en Texas, donde mujeres menores sí intervienen, aunque todas son mexicano-estadounidenses nacidas en Texas.

“Casi siempre los papás saben que los morros andan en esos cuentos”, asegura Adrián, quien insiste en que no es pollerito. “Para las familias es una entrada de lana muy buena; a veces el morro gana más que el papá y la mamá juntos”, argumenta. “Se pueden hacer dos o tres viajes a la semana, algunos hasta a cuatro le entran. Y la cantidad de gente pues son a veces seis, a veces 10; pero no pueden ser muy grandes porque luego hay que correr o esconderse o algunos se van quedando atrás. No es fácil”, comenta Adrián.

Estos menores de edad son, en palabras de los especialistas, desechables. Es decir, que como abundan y enganchan fácilmente, una vez que alguno desaparece o logra irse por alguna razón, hay decenas esperando la oportunidad de aprender y ganar un dinero que, por su perfil socioeconómico, nunca pensaron que podían llegar a tener; y más a su edad.

Y aunque niega ser pollerito, en un momento determinado Adrián confiesa: “No sé hasta cuándo voy a estar así, pero mientras no haya algo así, como bueno, pues la mera verdad, ni para qué le muevo... Lo que debo tener —es— mucho cuidado ahora que cumpla los 18 —años—, porque ahí sí, si me agarran o alguien raja —lo acusa— me van a meter a la cárcel y yo no quiero eso”. Luego, reflexiona: “Ultimadamente, yo sólo estaba cruzando —la frontera— y el que estaba guiando ni sé dónde quedó”.

Una de las recomendaciones del Colef, y varios grupos proinmigrantes en ambos lados de la frontera, es que los gobiernos de Estados Unidos y México creen programas de atención a los menores fronterizos para orientarlos, protegerlos y darles una perspectiva de vida diferente a la que les ofrecen las bandas de la delincuencia organizada, que terminan atrayéndolos y convirtiéndolos en presa fácil.

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