Londres. La lluvia no contuvo a la multitud decidida a ser parte del fin de una era. La muerte de la reina Isabel II sacudió a los británicos, que acudieron en masa al Palacio de Buckingham a llorar a la monarca, dejarle flores y guardarse un pedacito de historia. 

En medio de una monarquía para muchos decadente, Isabel II fue siempre una figura reconocida y había que despedirla.  

Poco importó que el cuerpo de la soberana no estuviera en Londres, sino en Escocia, donde se encontraba al momento de su muerte. La consigna era: todos al Palacio de Buckingham. 

Para Tom Lacey, un británico de 24 años oriundo de Dartford, a una hora de Londres era, además de una responsabilidad, una obligación ir a las puertas del palacio para estar cerca del centro neurálgico de la noticia.  

En cuanto acabó de trabajar, Lacey, acompañado de su pareja, se apuró a comprar rosas rojas y blancas y abordar el primer tren rumbo a Green Park, una estación en el parque a lado del Palacio Real.  

“Era una mujer y una reina tan icónica para el Reino Unido. Sentí una gran tristeza cuando me enteré. Sabía que iba a pasar y que solamente era una cuestión de tiempo”, lamentó, sin soltar el remo de flores.  

La lluvia apretaba a minutos, pero la gente no se fue. Con sombrillas y chamarras, un hervidero recorría las calles, preguntando por dónde se llegaba mejor a palacio.  

De vez en vez se escuchaba en una multitud dispersa aquella frase icónica: “¡Long live the King!” (¡larga vida al rey!) entre cánticos del himno nacional “Dios salve a la reina”, que ahora será cambiado en honor del nuevo monarca, el Rey Carlos III, que por lustros permaneció en las sombras de su madre. 

Los ciudadanos se confundían entre la gran cantidad de reporteros de medios presentes para cubrir el momento histórico, todos hablando en distintos idiomas, reportando una noticia que acaparó la atención global.  

Caroline Carruthers, una estadounidense que ha vivido en Londres por 15 años, logró colocar su ramo de rosas en la puerta del palacio antes de que la policía formara una barricada.  

 “Tenía que venir”, sostuvo con vehemencia visible, mientras la muchedumbre era empujada por la policía, apartando espacio entre las rejas del palacio. “Guardé mi recibo de las flores para enseñarles a mis estudiantes que yo estuve ahí el día que falleció la reina.” 

Entre un mar de impermeables y sombrillas negras y otros colores, se podía distinguir la famosa Union Jack, la bandera del Reino Unido. El monumento a la reina Victoria, adornado por leones y representativo de las conquistas del imperio británico en el mundo, estaba repleto de gente trepada entre las estatuas y las escaleras de mármol importado desde Italia. 

Miles de personas pasaban en frente del palacio. Desde el turista que aprovechaba el estar en el lugar oportuno, en el momento oportuno, hasta británicos de traje, y ancianos con un ramo de flores y una nota con la leyenda: “Gracias por su servicio.” 
No podía faltar algún mexicano. Como Carolina Pereira, oriunda de la Ciudad de México de 23 años y quien lleva más de cuatro trabajando en la capital inglesa. Más que la muerte de la reina, lo que le pesó fue que será la última mujer al mando de la monarquía: al rey Carlos III le siguen, en la línea de sucesión, el príncipe Guillermo y el príncipe Jorge. 

La marea humana permanecía afuera de Buckingham hasta altas horas de la noche. Serán días complicados en Londres. La familia real arribará hoy a la capital, mientras se prepara el funeral de la reina. Los británicos seguirán ahí, esperando dar el último adiós a su reina. 

Entrada la noche, la lluvia seguía cayendo en una ciudad triste.

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