TACO Trump volvió a hacer de las suyas. En vísperas de que venza la pausa a sus “aranceles recíprocos”, el gobierno del presidente Donald Trump adelanta que hay nueva fecha para que entren en vigor los gravámenes que anunció el 2 de abril: el 1 de agosto.

Mientras tanto, dice, se dedicará a enviar cartas a diferentes países para señalarles el arancel que les tocaría si no llegan a un acuerdo con Estados Unidos. Trump es consciente del impacto que tendrían para la economía global, y para la de su propio país, los aranceles que anunció, como el de 20% para la Unión Europea. Pero insiste en jugar a amenazar y amenazar para ver qué puede conseguir.

Por ahora, tiene dos acuerdos marco y uno temporal “para aliviar tensiones”, con Reino Unido, Vietnam y China, respectivamente. En todos ellos, Trump tuvo que ceder y las “ventajas” que vende aún están lejos de ser una realidad. De entrada, falta ver que el Parlamento británico avale, por ejemplo, un ingreso al mercado inglés de los productos estadounidenses como lo desea Trump.

Pero, fiel a su estilo, eso no es importante para el presidente estadounidense, acostumbrado a vender como éxito lo que apenas es humo.

El problema es que mientras Trump juega, el mundo pierde, la inestabilidad se extiende y la fortaleza económica global se sostiene con pinzas.

Si se le suma la inestabilidad política global, queda claro que cualquier paso en falso puede convertirse en una catástrofe. Los cambios constantes en las previsiones de recesión, el alza en los precios del petróleo, son muy claros.

Por ahora, pareciera que Trump se está saliendo con la suya en cada una de las cosas que hace, del ataque selectivo en Irán a su guerra antiinmigrante. Pero cada una de esas acciones debilita al sistema estadounidense y global.

Los empresarios estadounidenses han estado lanzando SOS desde hace tiempo, advirtiendo que la falta de mano de obra migrante tendrá un impacto severo en la economía estadounidense.

La respuesta de Trump: prometer revisar su política de redadas y deportaciones para evitar afectar a sectores estratégicos. Mientras esa revisión se traduce en decisiones, el temor se extiende como la pólvora entre la comunidad migrante, las ausencias en los trabajos persisten, se pierden cosechas, cierran restaurantes y se crean fisuras difíciles de reparar.

Lo mismo en el tema de los aranceles. Aunque reduzca el impacto con sus suspensiones y suspensiones, a cada golpe debilita a la economía. Y cualquier eventualidad que bajo otras circunstancias tendría un impacto mínimo podría ser devastadora gracias a Trump. Analistas han advertido, sobre todo, por la erosión del poder adquisitivo que está impactando, en todo el mundo, a una clase media cada vez más empobrecida, incluyendo la de Estados Unidos.

Los gobiernos intentan implementar políticas para menguar el impacto, pero con un presidente que no se sabe con qué sorpresa vaya a salir mañana, resulta complicado. Son malas noticias a mediano y largo plazo.

Pero a Trump no le importa el mediano y largo plazo. Si quedaba alguna duda, su plan fiscal es el mejor ejemplo. Trump sabe que el déficit que provocará no se sentirá en lo inmediato, que es lo que le importa. A quienes debería preocuparles más es a los republicanos, con las elecciones de medio término en las que se juegan el pellejo y la mayoría. Evidentemente, el temor a Trump es más grande. Las consecuencias las pagaremos todos.

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