SAN JOSÉ – Este año, Estados Unidos y media docena de países latinoamericanos celebrarán elecciones presidenciales. Todos en un contexto en el cual predominan crisis políticas, violencia criminal e inseguridad ciudadana, lento crecimiento económico, agudos y destructivos fenómenos naturales extremos, polarización cultural y social, y el surgimiento de liderazgos nacionales cuya principal característica es la crispación que generan y de la que se alimentan. Ello, en un sistema internacional fragmentado en el que nuevamente se hace presente la guerra, el armamentismo, las disrupciones en los flujos logísticos y comerciales, el debilitamiento del multilateralismo y el respeto al Derecho Internacional, así como el resurgimiento de los nacionalismos extremistas.
En ese marco, las relaciones entre América Latina y el Caribe con los Estados Unidos no serán estelares. No es que lo hayan sido en las últimas dos décadas, pero menos en momentos en que las prioridades estratégicas de ambas partes se encuentran condicionadas por dichos escenarios y por otros como lo son la creciente e ineludible presencia de China en Latinoamérica, la de Rusia en la Cuenca del Caribe y la incómoda aparición del liderazgo de Brasil en los “BRIC plus” y el llamado “Sur Global”.
Donald Trump prácticamente se ha alzado con la candidatura del Partido Republicano para las elecciones del próximo mes de noviembre. Esto lo deja hegemónico y desafiante, con su retórica antilatinoamericana a tope. Y frente a esa realidad, en la acera del frente, el presidente Joe Biden tendrá que batirse peleando cuesta arriba. Los sectores demócratas más “liberales” y aquellos que podrían considerarse sus “seguidores históricos” están inquietos con la edad de Biden y también insatisfechos con la agenda desarrollada por su administración, la cual consideran insuficientemente progresista.
El problema mayor para los demócratas al inicio del 2024 sin embargo no es el estado de la economía, que se ha estabilizado. Más bien lo es la guerra de Rusia contra Ucrania, así como el apoyo que con muy pocos y tímidos reparos, pero con evidente connivencia, los EEUU han hecho a Israel por sus acciones miliares en Gaza y Cisjordania.
Para los EEUU este complejísimo contexto condiciona de manera directa la política hacia América Latina y el Caribe pues reduce su peso específico en el conjunto de su política exterior, la cual hoy está orientada hacia otros escenarios. En esa coyuntura estamos frente a un momento exacerbado por la lógica “interméstica”. Valga decir, aquella en donde la toma de decisiones queda condicionada por las múltiples conexiones entre los acontecimientos externos, con los complicados escenarios domésticos.
En América Latina, el crecimiento económico sigue recuperándose, pero muy lentamente, después de la pandemia. Esto impedirá que la región avance hacia crecientes niveles de desarrollo. En general, la coyuntura económica hace que los gobiernos propendan a la cautela, a desarrollar políticas de tipo regresivo que van desde el fiscalismo a ultranza pese al costo social que conlleva, pasando por nuevas prioridades de inversión en temas de seguridad ciudadana, hasta el control de la deuda externa y el gasto público.
Los desafíos mayores para nuestra región, sin embargo, son más de orden sociopolítico que económico, pues incluyen la disrupción populista, la propensión autoritaria y antidemocrática, el consecuente debilitamiento institucional y en particular, el marcado deterioro de la independencia y eficacia de los Poderes Judiciales, el aumento desmesurado del crimen organizado vinculado principalmente al narcotráfico, y el aumento de la pobreza y la desigualdad.
Para América Latina las relaciones con Estados Unidos durante los próximos dos años se verán, entonces, también profundamente condicionadas por los factores locales. Colombia y Chile van a continuar inmersos en circunstancias políticas de aguda polarización. Tal pareciera que será también el caso de los países andinos y Haití, este último destrozado por la desarticulación social y el dominio de la criminalidad organizada. Por otra parte, la geopolítica mundial ha jugado en favor de la dictadura nicaragüense y las autocracias venezolana y salvadoreña, cuyas relaciones con la potencia se han “estabilizado” fruto del pragmatismo. Y está por verse qué ocurrirá en lo relativo a los flujos migratorios y su impacto en las relaciones con México y Centroamérica, el shock de Javier Milei en la Argentina, la primavera democrática en Guatemala, la violencia narco en Ecuador, el reavivamiento de la confrontación de Estados Unidos con China, y el conflicto fronterizo entre Venezuela y Guyana por el territorio del Esquivo, entre otros escenarios procelosos e inciertos.
Luis Guillermo Solís Rivera fue presidente de Costa Rica de 2014 a 2018