El presidente estadounidense, Donald Trump, está dispuesto a lanzar ataques contra el narcotráfico en tierra, no porque crea realmente que ese es el fin del problema, sino porque busca sellar su imagen de presidente imparable y ganador.

Trump no escucha las voces de alerta sobre el impacto que puede tener atacar al narco en otros países. Al mandatario estadounidense sólo le interesa escuchar los aplausos y las alabanzas.

Le molestan tanto los cuestionamientos que ha tomado medidas contra medios críticos como la agencia Associated Press, CNN, NBC News. En el Pentágono, las nuevas reglas han llevado a los medios, incluyendo Fox News, a entregar sus credenciales. Los nuevos medios de los que Trump gusta rodearse son aquellos cuyos periodistas inician cada pregunta elogiando todas y cada una de sus medidas.

Igual que su gabinete. En la sesión en la que habló sobre sus logros de los cárteles, el asesor de la Casa Blanca, Stephen Miller, aseguró que Trump, y sólo Trump, “salvó” a Estados Unidos. Que sin él, Estados Unidos “estaría muerto”.

Para Trump, las voces críticas, las que alertan de los riesgos que vive la democracia bajo su mandato, la economía con su política arancelaria y las relaciones con otros países con sus amenazas de ataques en suelo extranjero, son sólo ruidos molestos que hay que acallar.

Los ataques contra embarcaciones en el Caribe y ahora en el Pacífico dejan claro que para Trump, las reglas o los derechos humanos son nimiedades. Hasta ahora, la única prueba de que dichas embarcaciones llevaban drogas es la palabra de Trump y su gabinete. Cada vez que se le cuestiona al respecto, se limita a decir que “la inteligencia estadounidense es muy buena”, que sabían qué llevaban los botes, quiénes iban. Ninguna evidencia demostrable.

Cuestionados sobre por qué no han capturado al menos alguno de los botes, para mostrar evidencias, o por qué quienes han sobrevivido, en vez de ser juzgados en el país por tráfico de drogas (o narcoterrorismo, considerando los grupos a los que Trump designó narcoterroristas desde febrero), la respuesta se limita a un “nosotros estamos seguros de que eran narcos”, olvidándose del debido proceso, como si eso bastara en cualquier tribunal de cualquier país que se precie de ser una democracia.

Hasta el momento, estos ataques han dejado más de 40 muertos. ¿Quiénes eran? ¿Lo sabe acaso Trump? Porque el resto del mundo lo ignora. Pero para él, los detalles no importan.

En ese contexto, atacar en tierra, en otros países, que antes parecía impensable, se vuelve no sólo posible, sino probable. Trump quiere un éxito contundente, aunque sea de imagen. Igual que ocurrió con el tema de Israel-Hamas. Quería mostrarse como un héroe, aunque ahora, las siguientes fases del acuerdo se vean tan difíciles de alcanzar. Pero su atención ya está en otra cosa, porque ya tuvo la foto que quería.

La única justificación que necesita Trump es su propia voz. Con un Congreso con mayoría republicana, aumentan las probabilidades de que un ataque en Colombia, o en Venezuela, sea aprobado bajo la justificación de que el narco es una amenaza a la seguridad nacional estadounidense, y donde los posibles daños colaterales, además del daño a la diplomacia, al respeto de la soberanía de otras naciones, serán pecata minuta, siempre y cuando los países atacados no sean del agrado de Trump, o cuando atacarlos no le represente mayor riesgo político. ¿Cuál será la respuesta de la comunidad internacional? ¿Y quién seguirá?

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