Washington.— Pocas veces se ha visto a Donald Trump tan satisfecho y sonriente como ayer por la mañana mientras blandía la portada del The Washington Post, un periódico que ha insultado y criticado hasta la saciedad. El titular era fantástico para él: “Trump, absuelto”.

La demostración definitiva de que el impeachment ha terminado y para cerrarlo se regaló una “celebración” en la Casa Blanca donde, desencadenado, dio luz verde a toda su ira y ánimos de venganza acumulada, durante 90 minutos transmitidos en directo llenos de insultos y resentimiento sin filtros.

La fiesta por el fin del impeachment fue casi un linchamiento público de sus rivales demócratas y su nuevo enemigo número uno, el senador republicano Mitt Romney, otrora líder del partido y único que votó por su culpabilidad. “Esta ha sido una situación enormemente partidista (...). El único que votó [con los demócratas] fue un tipo que no puede soportar el hecho de que protagonizó una de las peores campañas en la historia”, afirmó Trump en referencia a la candidatura presidencial de Romney en 2012.

Repartió insultos por doquier: “viles”, “corruptos”, “mentirosos”, “mala gente”, “malvados”, “enfermos”, “locos”; un compendio de lenguaje vulgar y soez clásico del Trump más auténtico. “Nos han hecho pasar un infierno injustamente. No hice nada malo”, aseguró Trump, aclamado por la plana mayor del Partido Republicano y dando muestras, una vez más, que el conservadurismo actual ha mutado al trumpismo. La declaración institucional, desde uno de los salones más protocolares de la Casa Blanca, empezó con la fanfarria de los grandes discursos de Estado, pero rápidamente se convirtió en algo más parecido a un mítin de campaña.

Nada que ver con el tono que Bill Clinton, el último presidente en pasar por un impeachment en 1999, usó tras superar el mismo mal trago: una vez absuelto, Clinton dio un discurso de dos minutos en el que pidió “perdón profundo al pueblo estadounidense” por lo sucedido.

Trump no hizo nada de eso y sólo se disculpó con su familia por haberles hecho vivir un impeachment “falso y podrido” organizado por “gente enferma y malvada”. Su hija Ivanka se acercó a darle un abrazo y luego su esposa Melania subió al estrado a saludar. “Mi familia, nuestro gran país y su presidente han tenido que pasar por un terrible calvario impulsado por gente deshonesta y corrupta que hizo lo posible por destruirnos, han hecho mucho daño a nuestra nación”, había dicho Trump horas antes, en un desayuno en un hotel de Washington. Envalentonado y despertando las risas de sus acólitos, el presidente aseguró que los demócratas seguro que lo querían volver a juzgar políticamente, y que usarían cualquier cosa, como “cruzar la calle en rojo”, para conseguirlo. “Los volveré a derrotar”, amenazó.

Antes de la fanfarria presidencial, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, le recordó que a pesar de haber escapado de la destitución tuvo que pasar por un impeachment, algo que “es para siempre, diga lo que diga y enseñe los titulares que enseñe”.

“Nunca se podrá quitar esa cicatriz”, le advirtió, animándolo a aceptar que pasará a la historia como un presidente que fue formalmente acusado de “socavar la seguridad de nuestro país, poner en riesgo la integridad de las elecciones y violar la Constitución de EU”. Trump definió a Pelosi como una “persona horrible” y predijo que el actual líder de la minoría republicana en ese hemiciclo, Kevin McCarthy, le arrebatará el puesto tras las elecciones de noviembre próximo.

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