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San José.— La política exterior del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, hacia América Latina y el Caribe en más de 10 meses de gobierno pareció reducirse o concentrarse en Guatemala, Honduras y El Salvador, el incómodo y conflictivo Triángulo Norte de Centroamérica que desveló a Estados Unidos como generador de una multitudinaria migración a territorio estadounidense que repercutió en los asuntos internos mexicanos.
Salvo los rutinarios y cotidianos trámites diplomáticos con otros países latinoamericanos y caribeños, la parte esencial de la política internacional de México priorizó a las tres naciones centroamericanas, a partir del 1 de diciembre de 2018, ante el agudo conflicto por la incesante migración de guatemaltecos, salvadoreños y hondureños a Estados Unidos por suelo mexicano.
El entonces presidente de El Salvador, Salvador Sánchez, y los actuales mandatarios de Guatemala, Jimmy Morales, y de Honduras, Juan Orlando Hernández, firmaron el 1 de diciembre de 2018 con López Obrador, en uno de los primeros actos como gobernante de México, un Programa de Desarrollo Integral del Triángulo Norte y del sur del territorio mexicano.
El plan busca impulsar el progreso de esas regiones para detener la migración con el ataque a las causas socioeconómicas que la generan.
Pero en un proceso paralelo sutil y evidente, y apegado a los principios de no intervención en los asuntos internos de otros estados y de libre autodeterminación de los pueblos, México tomó distancia.
López Obrador eludió tener una presencia activa en los principales conflictos de la región, como los que estremecen a Venezuela y a Nicaragua, hundida desde abril de 2018 en una controversia interna sobre democracia, libertad y derechos humanos por la denunciada represión del régimen del presidente Daniel Ortega.
Una isla política. En la práctica, y pese a las esporádicas intervenciones mexicanas en esos y otros casos tras la juramentación de López Obrador, México quedó “autoaislado” desde el 4 de enero de 2019, a un mes y tres días de su ascenso a la presidencia, de la profunda crisis política, institucional y socioeconómica en Venezuela, que actualmente es la más importante del continente con su secuela de éxodo, tensiones militares y enfrentamientos diplomáticos interamericanos.
Por orden del Mandatario, México se abstuvo ese día de firmar una declaración del Grupo de Lima que desconoció al venezolano Nicolás Maduro como presidente de Venezuela a partir del 10 de enero de 2019, tras alegar que se reeligió en 2018 en comicios ilegítimos. Maduro estuvo en la toma de posesión de López Obrador en la capital mexicana y México le mantuvo su reconocimiento luego de que fue desconocido por gran parte de la comunidad internacional. Maduro se alegró y aplaudió la posición mexicana.
Aunque fue fundador del Grupo en agosto de 2017 en la capital peruana con un bloque americano, México se salió de ese foro y creó el Mecanismo de Montevideo, iniciativa internacional para tratar de impulsar en Venezuela una negociación directa entre el presidente Maduro y la oposición venezolana, liderada por Juan Guaidó.
Uruguay, Bolivia (estrecho aliado de Maduro) y la Comunidad del Caribe (Caricom) son los demás miembros del mecanismo. “En Venezuela observamos la posición de López Obrador desde una perspectiva de preocupación”, afirmó el venezolano Luis Cedeño, director ejecutivo de Paz Activa, organización (no estatal) de Caracas que estudia la seguridad y la geopolítica.
“Los venezolanos vemos que ese viejo adagio de autodeterminación de los pueblos es para simplemente decir: ‘No es nuestro problema, es el problema de ellos y no nos vamos a inmiscuir’. Pero es responsabilidad de todos los pueblos velar porque las democracias funcionen en nuestro continente y que los derechos humanos sean respetados a lo largo y ancho de América”, dijo.
A juicio del político opositor y exdiputado nicaragüense Eliseo Núñez, “amparado en la política de no intervención, se están dejando temas de derechos humanos que al final terminan siendo estratégicos para los intereses de un país como México.
“Son estratégicos porque al derivar en una política exterior que no es activa, México tampoco adquiere compromisos que le pueden permitir después tener preponderancia en foros o tener a América Latina y el Caribe como respaldo frente, incluso, a situaciones como las amenazas comerciales de Estados Unidos.
“Lejos de conseguir un frente común, está consiguiendo partir el apoyo latinoamericano y ver a México como una isla”, sentenció.