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Washington.— Marjorie Taylor Greene llegó al Congreso como epítome de los seguidores de las teorías de la conspiración de QAnon, y ayer fue la protagonista de un hecho sin precedente: su expulsión de dos comités de la Cámara de Representantes por declaraciones sin fundamento, tesis falaces, posturas indefendibles e incitación a la violencia contra rivales políticos.
La polémica ha acompañado la incipiente historia de Greene como congresista, convirtiéndose en una papa caliente para el Partido Republicano: qué hacer con ella, la imagen más evidente del trumpismo en su esencia más original; cómo responder a su altavoz de tesis sin sentido, a su pasado negacionista de tragedias como el 11-S, sus amenazas constantes (incluso de muerte a va-rios progresistas).
Greene se ha convertido en el centro de atención en los pasillos del Congreso y en las pláticas de todo Washington. La polémica congresista es la mayor exponente de la llegada de las teorías de la conspiración de QAnon al máximo nivel del poder político de Estados Unidos, y la decisión sobre qué hacer con ello ha dominado el inicio del año, en especial tras el asalto al Capitolio de principios de enero, insuflado principalmente por la ceguera de seguidores del expresidente Donald Trump y la creencia en las paranoicas tesis de los fanáticos de Q.
La coexistencia de esa tendencia con la realidad política de Estados Unidos colmó el vaso en el momento que resurgió a la superficie un video en el que hostigaba a un adolescente superviviente de la matanza en una escuela de Parkland (Florida), su convicción de que los tiroteos en centros educativos eran eventos escenificados; y la convivencia imposible para los demócratas de que Greene fuera asignada por su partido como miembro del Comité de Educación.
Que con sus declaraciones Greene fuera asignada a ese comité pareció una broma de mal gusto a los demócratas, que exigieron la expulsión inmediata de la congresista de ese comité y de cualquier otro del que fuera miembro (también estaba asignada al de presupuesto).
La inacción del liderazgo conservador llevó a los demócratas a emprender una acción drástica. Varios congresistas han presentado resoluciones para expulsarla no sólo de los comités en los que está asignada, sino directamente del Congreso, por sus constantes declaraciones extremistas y su apoyo a la “violencia política”.
“Es mi esperanza y espero que los republicanos harán lo correcto y harán que la congresista Greene rinda cuentas, y que no será necesario tomar en consideración esta resolución”, dijo el líder demócrata en la Cámara de Representantes, Steny Hoyer. “Pero estamos preparados por si fuera necesario”, alertó.
“Si tuviera algo de honor, [Greene] renunciaría; si tuviera vergüenza, emitiría una disculpa”, apuntó la demócrata Debbie Wasserman Schultz hace unos días, una de las voces más feroces en la demanda de que “la expulsión es el castigo más adecuado”. La tarea era titánica: son necesarios dos tercios de la cámara para aprobar la expulsión. De ahí que, para conseguir que haga “el menor daño posible”, su posición es que no participe en ningún comité.
El pleno de la Cámara decidió el futuro de Greene. “Queda claro que no hay otra alternativa que votar la resolución para eliminar a la congresista Greene de sus asignaciones en comités”, informó Hoyer. La Cámara Baja, en un voto dividido entre los partidos (230-199), aprobó la resolución que quitó a Greene de sus responsabilidades en los comités. Once republicanos rompieron con su partido.
Se ponía fin a uno de los momentos más convulsos del recién estrenado Congreso. Minutos antes, Greene trató de enmendar su figura, asegurando que ya no cree en QAnon (aunque mintió al decir que durante la campaña no se hizo eco de las teorías de la conspiración), que todas las dudas estaban disipadas, que los tiroteos en colegios son terroríficos y el 11-S fue real. Sin embargo, en ningún momento pidió perdón por dar voz a mentiras infundadas, tesis que en su elevación terminaron siendo parte clave del asalto al Capitolio.
Los congresistas republicanos se unieron en bloque, declarando que la expulsión de Greene y las represalias preparadas instauraban un precedente peligroso en la Cámara, toda vez que, en su opinión, “bloquea” que un diputado defienda los intereses de aquellos que le eligieron en su distrito por el simple hecho de no estar de acuerdo con comentarios del pasado. Especialmente teniendo en cuenta, según dijeron, que el liderazgo del partido condenó la conducta y frases de la congresista, y Greene corrigió sus declaraciones.
“Están cegados por el partidismo y la política”, dijo Kevin McCarthy, líder republicano en la Cámara de Representantes, reiterando que lo que afirmó Greene antes de ser congresista fue criticado, pero que sólo toman en consideración declaraciones hechas una vez en la curul, no cuando era una ciudadana privada.
La presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, mostró su “profunda preocupación” por el hecho de que la inacción republicana significa de facto aceptar “teorías conspirativas extremas”, algo que demuestra una falta del “sentido de la responsabilidad” de sus líderes.
El liderazgo republicano en la Cámara de Representantes todavía no sabe cómo tiene que lidiar con el problema Greene, y su decisión sirvió para dar un pelotazo hacia adelante para dejar de lado rápidamente la crisis y no tener que enfrentar a un dilema mucho más profundo.
Las condenas de la Cámara Alta pusieron en aprietos a McCarthy, el líder conservador en la Cámara Baja, que tenía sobre sus espaldas toda la presión, especialmente cuando los grandes nombres republicanos del Senado no se mordieron la lengua y critican abiertamente a la congresista. Mitch McConnell, el líder de los republicanos en la Cámara Alta, denunció todas las teorías de la conspiración que defiende Greene, tildándolas de “mentiras lunáticas” que son, nada más y nada menos, que “un cáncer” para el partido y Estados Unidos.
“Alguien que sugiere que quizá ningún avión golpeó el Pentágono el 11-S, que los horripilantes tiroteos en escuelas estuvieron manipulados de antemano o que los Clinton hicieron que el avión de JFK hijo se estrellara no vive en la realidad”, sentenció McConnell, el republicano más poderoso en Washington. Otro conservador en el Senado, John Barrasso, dijo que Greene no representa “el futuro que veo” para el republicanismo, con sus comentarios “preocupantes” que no hacen más que “distraer del trabajo que deberíamos hacer”.
El incendio en el Partido Republicano no se apaga. Los conservadores siguen perdidos en su futuro, divididos entre seguir con el postrumpismo o romper definitivamente con todo lo que significa el expresidente. Todavía no han tomado una decisión, inmóviles en la ambivalencia: si por un lado dejan sin castigo a Greene, tampoco se atrevieron a dar una respuesta a que la congresista Liz Cheney, número tres en la Cámara de Representantes, votara a favor del impeachment contra Trump, rompiendo con la unidad del partido.