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Bruselas.— Los franceses acuden a las urnas este domingo con todos los indicadores apuntando que la segunda ronda de las presidenciales, prevista para el 24 de abril, será una repetición de la edición de 2017.
Si bien la planilla electoral de la primera tanda está compuesta por una constelación de 12 candidatos, todo apunta que la gloriosa segunda vuelta volverá a disputarse entre el presidente Emmanuel Macron y la ultranacionalista Marine Le Pen, de Agrupación Nacional (RN, por sus siglas en francés).
Aunque a diferencia de hace cinco años, el fantasma del extremismo tiene sólidas posibilidades de llegar hasta el Elíseo, aun cuando hay guerra en Europa y la artillería se escucha a sólo 2 mil kilómetros de París.
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Los últimos sondeos ponen en ventaja a Macron, quien llegó al poder sin partido político y apuntalado por En Marche!, un movimiento que prometió una revolución desde el centro.
La encuesta sobre intención de voto realizada por Ipsos & Sopra Steria, señala como ganador al Jefe de Estado con 27% de los votos, cinco puntos por debajo de lo registrado el pasado 18 de marzo. Mientras Macron perdió fuerza, la euroescéptica cortó terreno; figura sólida en segunda posición en los sondeos, con 22% de los votos, seis puntos arriba de lo registrado hace un par de semanas.
El dirigente de la izquierda antiliberal, el líder de Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, aparece a la distancia en tercera posición con 17% de los votos, mientras que los otrora partidos dominantes Socialistas y Republicanos parecen condenados a sufrir derrotas históricas.
“Los franceses llegan a las urnas saliendo de un claro favoritismo del presidente Macron hacia uno más disputado con la candidata de la extrema derecha”, explica a EL UNIVERSAL Gaspard Estrada, politólogo de la Universidad Sciences Po.
“En ese sentido, la dinámica está a favor de la candidata de extrema derecha, por lo que queda por ver si el presidente logra revertir la tendencia”.
Los estudiosos coinciden en que Le Pen ha logrado apuntalar su fuerza electoral gracias a que lleva tiempo centrando sus baterías políticas en el poder de compra, la principal preocupación de los franceses en esta contienda electoral, por delante de la pandemia y la guerra en Ucrania.
La coherencia política mostrada ya desde años atrás respecto a este tema, le está dando frutos. “Le Pen está obteniendo los dividendos de este posicionamiento, queda por ver cómo esto se traduce en la segunda vuelta, pero las encuestas dan muestra que la posibilidad de que Agrupación Nacional gane la presidencia en la segunda vuelta se ha vuelto una hipótesis real”, indica Estrada.
El discurso sobre poder adquisitivo, también habría servido para hacer olvidar que era muy amiga del presidente Vladimir Putin y que su campaña de 2017 fue financiada por un banco ruso.
La hija menor del ultra Jean-Marie Le Pen y heredera del partido que él fundó, anteriormente Frente Nacional, también se estaría beneficiando del desencanto ciudadano con la clase política tradicional y el hecho de que la extrema derecha nunca ha gobernado.
“El tema central es saber hasta qué punto existe o no un rechazo a la figura del presidente saliente Emmanuel Macron”, sostiene Gaspard, director Ejecutivo del Observatorio Político para América Latina y el Caribe (OPALC).
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El protagonismo que está teniendo la antigua eurodiputada en los sondeos, responde además a la “insólita” aparición de un candidato a la derecha de la extrema derecha, el comentarista de televisión Éric Zemmour, quien se abrió paso en la política con su emblema “Francia para los franceses”, pero cuya candidatura se fue desinflando por una cadena de errores, entre otros, reivindicar su simpatía por Putin.
La aparición de Zemmour ha permitido que Le Pen escale en las escuelas, puesto que sirvió para darle una imagen más centrista. Fue munición para decir que no era tan radical como la pintaban los medios y la oposición.
Jean-Jacques Kourliandsky, director del Observatorio de América Latina de la Fundación Jean Jaurés de París e investigador asociado del Instituto Francés de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS), afirma que el ambiente político con el que los franceses llegan a la primera ronda de las presidenciales es confuso, tanto por el elevado número de candidatos, como por la baja presencia de los partidos que dominaron la vida política en las últimas cuatro décadas, Republicanos y Socialistas.
“Es una elección totalmente insólita entre las que ha tenido Francia desde el principio de la Quinta República y el sufragio universal”, dice a este diario. Refleja el desconcierto que hay en mucha gente, el novedoso periodo al que entró Francia tras la victoria en 2017 de un candidato que decía no ser de izquierda o derecha, así como los cambios económicos y sociales resultado de la globalización y la europeización.
A todo esto se añade la desaparición de la campaña política de los televisores, consecuencia de la crisis sanitaria y posteriormente la guerra en Ucrania. “El resultado es que aumentó la confusión y los sondeos dicen que la abstención podría llegar a un nivel nunca visto en la elección presidencial”.
Los franceses se distinguen por su alta participación política, habitualmente votan entre 75% y 85%, pero las encuestas apuntan a que será de alrededor de 15% abajo.
“Eso tendrá efecto sobre la legitimidad de un presidente que no tendría el apoyo ciudadano necesario, aunque ya es el caso de Macron que consiguió 24% en la primera vuelta de 2017 y ganó después como el candidato del mal menor para impedir la llegada de la extrema derecha”, indica Kourliandsky.
De repetirse la final de 2017, la clave estará en hasta qué punto se abstendrán los electores de la izquierda en la segunda ronda. El universo de la izquierda no sólo es numeroso, hay trotskistas, comunistas, socialistas, exsocialistas y verdes, cada uno de ellos marca la raya frente al otro, fragmentando aún más esa ala política. Esto genera dudas sobre hasta qué punto buscarán la unión en la segunda vuelta en contra de la extrema derecha.
Kourliandsky sostiene que se ha llegado a tal punto, que el mejor ubicado, Mélenchon, se niega a decirle a sus electores que deben participar en la segunda vuelta para defender la democracia frente a la ultraderecha.