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Londres.— Al onceavo día de su fallecimiento, la reina Isabel II, la monarca más longeva en la historia del Reino Unido, se fue para siempre.
El principal rostro de Gran Bretaña fue despedido en un funeral de Estado sin precedente, al que asistió medio millar de líderes mundiales.
Decenas de miles de personas tomaron las calles de la capital británica y los puntos de paso de los distintos cortejos fúnebres para darle el último adiós y ser testigos del cambio de estafeta. Isabel II se ha ido para siempre, pero la corona aparenta haber sido heredada de manera intacta. Al menos el rey Carlos III se ha encargado de proyectar continuidad, recurriendo a la pompa a disposición de la monarquía británica.
Fue una jornada luctuosa en la que hubo amor, admiración y respeto, entre miles de personas, así como el sentimiento de pérdida por quien ofreciera 70 años de su vida al servicio de la nación. El funeral más multitudinario en el último medio siglo arrancó con la salida, a las 10:44 (hora local), del féretro de Isabel II del Gran Salón de Westminster, en donde fue honrado por cuatro días ininterrumpidos por miles.
Algunos hicieron fila por hasta 24 horas, en tanto que miles más se quedaron vestidos y alborotados, les ganó el tiempo y terminaron conformándose con el brazalete amarillo o verde que, en teoría, debía darles acceso.
A bordo de un armón de artillería y cubierto por el estandarte real, antes del mediodía el féretro emprendió camino a la Abadía de Westminster en una silenciosa procesión en la que sólo los llantos se hacían escuchar en la plaza frente al Parlamento.
“El dolor es auténtico”
Katarina Roberts, quien viajó desde la ciudad de Exeter, a 300 kilómetros al oeste, no pudo contenerse al ver a los 142 marineros arrastrar con sogas el carruaje. Comparó el sentimiento causado por la muerte de Isabel II con el de sus abuelos: “El dolor viene desde dentro, es auténtico, es parte de mi alma. Es indescriptible lo que significa para nosotros”.
Junto a la inconsolable Katrina estaba su marido Simon, quien intentaba confortarla sujetándola de la mano. Ambos llegaron antes del amanecer a la barricada de metal que cercaba Westminster y que separaba a la multitud de los invitados especiales. “El verla me causó dolor, pena y felicidad porque fue una mujer increíble, nos dio tanto, nos dio su vida. Es toda una mezcla de sentimientos, todos mezclados al mismo instante”.
Igual se cubrió de lágrimas el rostro de Viv Shaw, quien llegó desde Birmingham. Un día antes habría hecho fila 10 horas para ver a la monarca. “Fue una constante en mi vida, los únicos a los que conocía más eran a mi hermano, hermana y la reina. Pero ahora se ha ido. Me rompe el corazón”, dijo Viv con la voz entrecortada.
La ciudad estaba colapsada por la multitud. Para permitir los homenajes a la reina y agilizar los traslados el día fue declarado feriado nacional. A paso solemne el féretro entró por la puerta oeste de la abadía de Westminster. Con el coro entonando a cinco frases lo esperaban los distinguidos invitados de la Casa Real, entre ellos el presidente estadounidense, Joe Biden, y su homólogo francés, Emmanuel Macron. Por parte de México iba el canciller Marcelo Ebrard con su esposa.
También estaba la princesa de Gales, Kate, esposa del príncipe Guillermo, primero en la línea de sucesión, con dos de sus hijos, Jorge y Carlota, quienes en el interior de la abadía se unirían al cortejo. Y la duquesa de Sussex, Meghan, esposa del príncipe Enrique, quien no pudo evitar derramar una lágrima a la llegada del ataúd, que llevaba el estandarte real, la corona imperial, con sus casi 3 mil diamantes, el orbe y el cetro del soberano.
A las 11:00 en punto dio inicio el servicio religioso, que destacó la dedicación de la monarca a su pueblo y el amor a su familia. “El dolor de este día, sentido no sólo por la familia de la difunta reina, sino por toda la nación, la mancomunidad de naciones y el mundo, surge de su vida abundante y su amoroso servicio, que ahora se ha ido de nosotros”, dijo el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, quien condujo el sermón.
“Pocos líderes reciben la efusión de amor que hemos visto” en la vida de Isabel II, resaltó el religioso frente a las 2 mil personas reunidas en la abadía.
Pese al esfuerzo por mostrar unión, la división se hizo presente: ni Enrique ni el príncipe Andrés, hijo de la fallecida monarca, pudieron lucir uniformes militares, al no ser miembros activos de la realeza. El primero, porque se fue con su esposa a vivir a California, en medio de denuncias de racismo, el ya famoso Megxit. El segundo, por un escándalo sexual relacionado con su amistad con el financiero Jeffrey Epstein. Tampoco estuvieron Enrique y Meghan en primera fila en la abadía, reservada para el rey Carlos III y su esposa, la reina consorte Camilla; los otros hijos de la monarca, y Guillermo y Kate. A los duques de Sussex les tocó segunda fila, en la orilla.
El primer funeral de Estado desde que se rindió homenaje al premier Winston Churchill en 1965 terminó con una estremecedora fanfarria de los trompeteros de la caballería, seguida por dos minutos de silencio, el himno nacional británico y el grito de: “¡Dios salve a la reina!”. Descansando sobre el armón de artillería, Isabel II inició la última marcha por las calles de la ciudad donde nació.
La procesión encabezada por la Real Policía Montada de Canadá pasó frente al Palacio de Bu- ckingham para luego llegar al arco de Wellington. Mientras tanto, el Big Ben sonaba a intervalos de un minuto. Carlos III y sus hermanos Ana, Andrés y Eduardo, seguidos por los hijos del monarca, Guillermo y Enrique, acompañaron a pie el féretro, a lo largo de casi dos kilómetros. Allí, ocho soldados con pequeños pasos cortos laterales introdujeron el féretro a un coche fúnebre para ser trasladado a Windsor, castillo de grandes banquetes y memorables batallas. La gente lanzaba flores al cortejo. Otros tantos veían la transmisión —se calcula que 4 millones de personas— en televisión, o en las pantallas instaladas en parques y espacios públicos de todo el país.
La última parte del funeral fue diferente. Mientras que en Londres fue solemne, en Windsor fue íntimo, un espacio de reflexión para la familia real y sus más cercanos amigos. Ahí se convocó a los que trabajaron para ella. El oficio religioso se celebró en la capilla de San Jorge.
Esta parte de la ceremonia fue la que marcó el verdadero final del reinado de Isabel II: Corona, orbe y cetro fueron retirados del ataúd y colocados en el altar, para cuando llegue el momento de la coronación de Carlos III. Luego, el lord chambelán, funcionario de mayor rango de la casa real, rompió la “vara de mando” frente a los ojos de un entristecido monarca que no pudo evitar conmoverse.
Finalmente, en una ceremonia privada, el ataúd fue enterrado en el Memorial Jorge VI, una capilla anexa donde descansan los padres de la reina. Los restos de su esposo, el príncipe Felipe, quien murió en 2021, fueron inhumados junto a ella. Tras 70 años de reinado, Isabel II descansa en paz. Es el turno de Carlos III.
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