Damasco/Washington.— Mientras los sirios recibieron con euforia el derrocamiento de , cuya familia gobernó con mano dura, tortura y ejecuciones por casi medio siglo, la gran pregunta es: ¿Y ahora qué sigue?

Las calles de la capital, Damasco, se llenaron de personas, resonaron disparos de júbilo. La liberación de la prisión de Sednaya, símbolo de la crueldad del régimen de Al-Assad, dejó escenas conmovedoras, luego de que una alianza de rebeldes liderada por los islamistas de Hayat Tahrir al Sham (HTS) anunciara el fin del régimen de Al-Assad, hoy asilado en Rusia y cuya residencia y palacio presidencial fueron saqueados.

Al-Assad “nos exilió, mató a nuestro pueblo y nos hizo las cosas más inimaginable”, relató Aiman Asir, de 24 años, en el Kurdistán iraquí, adonde huyó.

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El líder islamista de HTS, Abu Mohamed al Golani, llegó el domingo a Damasco y se dirigió a la célebre mezquita de los Omeyas donde pronunció un discurso en el que afirmó que Siria fue “purificada”. La coalición prometió que el nuevo régimen que se instale gobernará “para todos”, mientras la ONG Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH) cifraba en al menos 910 los muertos desde el inicio de la ofensiva relámpago de 11 días que culminó con HTS en Damasco y Al-Assad derrocado.

Pero la caída del gobierno abre un periodo de incertidumbre en Siria, fragmentada por una guerra civil que mató a casi medio millón de personas desde 2011. El conflicto dividió al país en zonas de influencia, con fuerzas beligerantes apoyadas por potencias extranjeras: El Ejército Libre de Siria en el sur, los kurdos (apoyados por Estados Unidos) en el noreste, combatientes de la oposición respaldados por Turquía que luchan contra los kurdos, el Estado Islámico, que se mantiene activo en algunas áreas remotas.

“Tras 14 años de guerra brutal y la caída del régimen dictatorial, el pueblo sirio puede aprovechar una ocasión histórica de construir un futuro estable y pacífico”, declaró el jefe de Naciones Unidas, Antonio Guterres. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, calificó la caída de Al-Assad como un “acto fundamental de justicia”, y aseguró que su país entablará un diálogo con “todos los grupos sirios... para establecer una transición... hacia una Siria independiente y soberana... con un nuevo gobierno al servicio de todos los sirios”. Ayer mismo EU atacó 75 objetivos del Estado Islámico en Siria, para evitar que aproveche el vacío de poder.

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Aunque todos celebraron la caída del dictador, el HTS, cuya victoria se vio facilitada porque los principales respaldos del régimen, Irán, Rusia y el Hezbolá están inmersos en sus propios conflictos, no genera mucha tranquilidad. Aunque Al Golani se ha mostrado recientemente como un moderado que ha tendido la mano a los grupos sirios, sus raíces en Al-Qaeda y sus promesas pasadas de convertir a Siria en un califato islamista generan temor no sólo en la comunidad internacional, sino entre los sirios no islamistas, los cristianos y los kurdos. Al-Golani está en la lista de terroristas designados por EU, que ofrece 10 millones de dólares por su cabeza. Israel ya empezó a actuar en el terreno, al tomar la zona de seguridad en los Altos del Golán creada tras la tregua con Siria de 1974, y reforzó la frontera con Siria.

“El mejor escenario es que los rebeldes sirios se abstengan de ataques de venganza, restauren la ley y el orden e inicien un proceso político en el que puedan participar todos los sirios”, en el que las potencias exteriores actúen “en interés de Siria, no aprovechándose de su fragilidad”, señaló Jeremy Bowen, editor internacional de la BBC. ¿El peor? “Que Siria siga el camino de otras dictaduras árabes —la de Irak tras Saddam Hussein y la de Libia bajo Muamar Gaddafi— y descienda al caos. O se convierta en un nuevo Afganistán, en un “éxito catastrófico”.

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