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San José. – Son hábiles expertos en las artes del engaño y del fraude en negocios como trata de personas con fines de tráfico de órganos o de explotación sexual, “lavado” de dinero, reducción a la servidumbre, asociación delictiva, ejercicio ilícito de la medicina y estafa.
Encubiertos en títulos pomposos—“El Cristo Reencarnado” o “Defensores de Cristo”—son hombres y mujeres que ofrecen felicidad y éxito a sus víctimas, pero cuya verdadera actividad en secreto es un negocio ilícito para obtener ganancias económicas al amparo de sectas peligrosas que proliferaron en América al amparo del impacto social de situaciones como la pandemia del coronavirus.
Organizaciones como la (no estatal) Red de Apoyo Inc., que auxilia a víctimas de sectas, describió que los victimarios se infiltran con el “disfraz ingenuo” de grupos religiosos, culturales, musicales o talleres y seminarios de terapias rápidas para curar todo. La táctica es reunirse en esquinas de pueblo, casas, sitios de interés cívico o salones de actos públicos para ofrecer curaciones instantáneas, terapias salvíficas, técnicas de relajación y de control mental.
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“Cuando hablamos de una víctima de una secta, hablamos precisamente de que se ha generado un daño emocional, mental, económico, sexual, espiritual, etcétera”, explicó el sicoterapeuta y sicólogo forense español Miguel Perlado, especialista en ayudar a familiares y víctimas de ese tipo de organizaciones desde hace más de 20 años.
“Las sectas se expresan de múltiples modos, más allá del fenómeno religioso”, dijo Perlado a EL UNIVERSAL.
Fundador de la (no estatal) Asociación Iberoamericana para la Investigación del Abuso Psicológico (AIIAP), y autor de documentos como “Estudios clínicos sobre sectas”, en 2010, y “Captados: Todo lo que necesitas saber sobre las sectas”, de 2020, relató que “con independencia de sus doctrinas, lo que define la dinámica de las sectas tiene que ver con el control coercitivo y con una dependencia explotadora”.
“Una relación sectaria es toda aquella (…) entre dos o más personas en las que, en un contexto de relación de poder desigual (gurú/adepto, terapeuta/paciente, director espiritual/feligrés), el inductor se presenta como poseedor de un don, un talento o unas capacidades superiores”, agregó.
El inductor estimula “una relación de entrega basada en una obediencia acrítica y en una sumisión completa que se presenta como transformadora, si bien sus efectos terminan resultando dañinos por la explotación y el abuso espiritual concomitantes”, aseveró.
En la experiencia sectaria, describió, hay “un grupo que pone en marcha ciertas dinámicas muy potentes y poco habituales de alterar la identidad e inducir conversiones o promover rupturas en diversos ámbitos”, en transformaciones con la “experimentación éticamente no permisible sobre sus adeptos” y con mecanismos de “influencia”.
Tras aclarar que “con los años” las sectas cambiaron sus vías de presentación, detalló que “en la actualidad funcionan como multinacionales de la iluminación en un sentido amplio”, ya que se insertaron en la globalización y operan en diversos países con “empresas y negocios interconectados, diluyendo más (…) su naturaleza y con la ayuda de personajes públicos o inclusive académicos a su servicio”.
“Cada vez resulta más difícil identificar con claridad a estos grupos, porque con el tiempo se han sofisticado más y también porque el contexto social ha cambiado, lo cual, en conjunto, lleva a que sea más difícil” poder visibilizarlos o detectarlos, advirtió.
“Se extienden y diversifican por todo el mundo. En América Latina proliferan en contextos de crisis social o económica, con una extensión considerable de grupos con un discurso religioso fundamentalista y también de grupos con prácticas que tienen que ver con la salud física y emocional”, señaló.
Durante la crisis sanitaria por el Covid-19 algunas agrupaciones adoptaron actitudes en contra de las vacunas y de protocolos de emergencia para enfrentar la enfermedad.
El experto destacó que, aunque tampoco hay un “perfil único” de la víctima, la experiencia clínica y la investigación confirmaron que “son precisamente los momentos de transición vital y de crisis afectivas los escenarios más propicios para ser atraído por una secta. A nivel macro, las situaciones de crisis social, desastres naturales, situaciones de guerra o inclusive la pandemia, son también escenarios en donde las sectas buscan introducirse”.
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“Peligrosas”
En una entrevista con este diario, la puertorriqueña Myrna García, máster en Ciencias, sicóloga y presidenta y fundadora de la Red de Apoyo Inc., alertó que “hay sectas destructivas y peligrosas. Uno entra creyendo que para caridad o practicar una doctrina de fe y termina en otra cosa. Es un fraude: prometen un producto, pero dan otro”.
“En una secta peligrosa se asumen compromisos para supuestamente obtener felicidad, éxito en el trabajo y en la vida. Es el producto que venden. El pago es entrar y comprometerse a cumplir reglas. A la persona se le imponen trabajos, oraciones y la víctima cree que va a obtenerlo todo. Pueden ser compromisos verbales y rituales”, puntualizó.
García narró que, en una mezcla de castigos y recompensas, “la persona se ve en peligro porque jamás se percata de que es víctima. Las sectas funcionan de manera fraudulenta. Engañan con el disfraz del nombre y con técnicas de persuasión y manipulación para modificar conductas y actitudes”.
La persona reclutada acepta que “su mente sea reestructurada en transe hipnótico que modifica conductas. En el secretismo, las sectas obtienen fuertes ganancias. Engañan diciendo que van a ayudar, pero la víctima termina perdiendo propiedades y estafada y sufre daños en su salud, en lo social y en lo físico. Es un engaño al público”, indicó.
Al confirmar que “muchas” sectas delictivas “están identificadas” y hay estafadores presos, destacó que cuesta detectarlos porque pierden su rastro en el secretismo con hábiles manipuladores del engaño y del fraude.