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Washington.— New Hampshire es conocido como el “estado granítico” por sus excavaciones rocosas, y no podría haber peor metáfora para las primarias demócratas que justo ayer hicieron su parada en esa región. El partido, todavía arrastrando el caos de hace una semana en Iowa, demostró en las primarias de New Hampshire cuán dividido está, sin un candidato claro para afrontar el reto de derrotar a Donald Trump.
El vencedor fue el senador Bernie Sanders, el septuagenario “socialista” que reeditó su victoria de hace cuatro años aunque con un margen menor a los 22 puntos que sacó a Hillary Clinton en 2016. Por la noche agradeció el esfuerzo y aseguró que, sin importar quien gane la nominación, se unirán para derrotar “al peor presidente de la historia”, como llamó a Trump.
Sanders cumplió los pronósticos y se consolidó como uno de los favoritos a la nominación, aguantando la embestida del joven Pete Buttigieg, quien es ya un claro aspirante a luchar por la Casa Blanca. A día de hoy, y a pesar de que queda mucha contienda por delante, la lucha por la nominación demócrata es cosa de ellos dos, representantes de las dos principales facciones del partido que luchan por una hegemonía.
Sin lugar a dudas, la gran sorpresa la dio la senadora Amy Klobuchar. Sus grandes actuaciones en los últimos debates y su talante moderado la auparon a un tercer puesto inimaginable hace unos meses, a poca distancia de los dos líderes. Klobuchar es la mejor imagen del poder de las inercias políticas y mediáticas: dos resultados inesperados la han empujado a la cabeza de los favoritos.
Algo totalmente opuesto al batacazo de Joe Biden, un exvicepresidente en horas muy bajas que, de llamarse de otra forma o de no tener los contactos que él tiene, habría abandonado la carrera presidencial tras los decepcionantes cuarto y quinto puesto acumulados en Iowa y ayer en New Hampshire, respectivamente.
El golpe no fue una sorpresa: tan poca fe tenía Biden en sus posibilidades que decidió desaparecer en la noche electoral y viajar a Carolina del Sur, feudo que espera que sea el inicio de su resurrección gracias a su tracción entre los votantes afroamericanos. Tal y como están las cosas ahora, Biden va en camino de repetir el fracaso de Jeb Bush en 2016 en las filas republicanas.
La otra derrotada de la noche fue la senadora Elizabeth Warren, estandarte del progresismo en el partido junto a Sanders. Su cuarto puesto en New Hampshire supo a muy poco, aunque eso no evitó que se presentara como la candidata de la unidad del partido, lejos de las batallas en el fango del resto de aspirantes.
Ni Warren ni Biden lograron aspirar a 15% de apoyo mínimo para amasar delegados para la convención. Escrutados 88% de votos, Sanders tenía 26% (ocho delegados); Buttigieg 24.3% (siete delegados) y Klobuchar 19.8% (seis delegados), mientras que Warren se quedaba con 9.4% y Biden con 8.4%.
Lo único que se pudo sacar en claro es que la batalla de primarias será larga, y por el momento el sector moderado tiene cierta ventaja. En New Hampshire, un estado bastante conservador —aunque demócrata—, más de la mitad apostaron por candidatos centristas.
Tras las dos primeras contiendas inició la sangría de candidatos inviables. Ayer cayeron el empresario Andrew Yang y el senador Michael Bennet, sepultados por resultados nefastos que dejan la cifra de contendientes en nueve. Se prevé que hoy abandone uno más, Deval Patrick, exgobernador de Massachussets.
Ahora todas las miradas y las campañas se desplazan a la próxima parada de las primarias, Nevada, clave no sólo por ser el primer estado del oeste en votar, sino por ser el primero con un importante electorado no blanco: la población latina, una minoría racial preponderante en este estado. Hace muchos años que un candidato demócrata no consigue la nominación —y por supuesto la presidencia— sin un gran apoyo de las minorías, tanto latinos como afroamericanos, estos últimos protagonistas de la parada después de Nevada, una semana más tarde en Carolina del Sur.