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Lviv.- Son las diez y media de la mañana del quinto domingo de guerra. Es un día de sol radiante, pero el termómetro sigue siendo impiadoso -1 grado- y sopla un viento helado. No hay nadie por las calles empedradas del centro histórico de Lviv, ciudad donde, después del doble ataque ruso de ayer, considerado un mensaje de Vladimir Putin a Joe Biden -que se encontraba en Polonia-, el clima ha cambiado abruptamente: ahora reina el miedo. Y todo el mundo sabe que, también aquí, en el oeste de Ucrania , en la capital “espiritual” de esta exrepública soviética al centro del escenario internacional, de repente pueden llover misiles rusos.
En la Iglesia greco-católica Militar de San Pedro y Pablo hay un hombre de 32 años, que está viviendo uno de los momentos más importantes de su vida. En una ceremonia solemne, este hombre que ayer se enroló en el ejército ucraniano y juró por la fidelidad a su patria, está recibiendo dos sacramentos a la vez: el bautismo y la confirmación.
“Soy huérfano, no sé si fui bautizado cuando nací, pero acabo de entrar al ejército, estoy por ir al frente y quise recibir el bautismo porque quiero estar en manos de Dios”, explica a LA NACION Viacheslav, que antes de que estallara la invasión rusa de Ucrania, el 24 de febrero pasado, trabajaba como constructor en la ciudad de Mykolayiv, que queda casi 700 kilómetros al sudeste de Lviv y es uno de los objetivos de las fuerzas rusas, que desde allí esperan conquistar Odessa, el principal puerto de Ucrania, sobre el Mar Negro.
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“Cuando empezaron a bombardear, como vivimos en el séptimo piso de un edificio, mi departamento comenzó a temblar y el 7 de marzo pasado, como la oficina de enrolamiento de Mykolayiv no daba abasto, decidimos viajar hasta Lviv junto a mi mujer y mi hijo, y finalmente ya hice los trámites para enrolarme aquí y juré por la patria”, explica. Mientras tanto, muestra con su celular las imágenes de un edificio de monoblocks típicamente soviéticos, su casa, calcinada y destruida por un bombardeo ruso. “Me lo mandó mi vecino, ya no queda nada”, comenta.
Los dos padrinos de la ceremonia del bautismo de Viacheslav, único protagonista, son dos militares. Todos están de uniforme y, entre antiguas oraciones bizantinas cantadas, empieza un rito muy distinto al católico.
Viacheslav se saca su chaqueta militar, los borceguíes y se queda descalzo, sentado en una silla enfrentada al altar, con los pies apoyados sobre una pequeña alfombra cuadrada.
El capellán militar unge con su mano el óleo bendito primero en la frente de Viacheslav, para que su mente “logre entender y aceptar los sacramentos de la vida cristiana”; luego en el pecho, “para que ame a Dios con el corazón”; en los hombros, “para que lleve la cruz del Señor con alegría y amor”; en las orejas, “para que logre aceptar y escuchar la voz del Evangelio”; en las manos, “para que haga lo que es justo por Dios”; y en los pies, “para que camine sobre las huellas de Cristo”.
El sacerdote hará luego lo mismo con el agua bendita. Más tarde colocará sobre las espaldas de Viacheslav un manto artesanal típicamente ucraniano. Simboliza su cambio de piel, su paso de una vestimenta de pecado a otra que es libre de pecado, explican. Le darán asimismo una vela encendida, “la luz de Cristo que ahora ilumina su vida” y una copia del Evangelio.
Entre los fieles presentes en una Iglesia construida por jesuitas en el siglo XVII, cuyas estatuas más valiosas han sido envueltas en telas y plásticos para protegerlas en caso de bombardeos, hay muchos parroquianos de Lviv. Algunas mujeres ancianas, con pañuelos en la cabeza y dientes dorados, lloran. En una de las primeras filas también está Katarina, la mujer de Viacheslav, junto a su hijo de 6 años, Stanislaw, su hermana Olga, su sobrina Tatiana y dos parientes más. Todos han huido de Mykolayiv y se encuentran de paso en Lviv.
“Mi marido, que desde que estalló la guerra lo único que quiso es sumarse a las filas de nuestro ejército para combatir al enemigo y defender nuestra tierra, quiere que salgamos al exterior lo antes posible”, cuenta Katarina, joven de 32 años, gorro de lana y campera celeste, pelo largo rubio y ojos resignados.
Foto: La Nación Argentina
“Nunca estuvimos en Europa, pero la idea es ir a Holanda o a Austria. Cuando estemos afuera, mi marido podrá estar más tranquilo a la hora de ir al frente”, agrega, sin ocultar que lo que está viviendo no es nada fácil y que está “muy agitada”. Antes del estallido de la guerra, ella trabajaba en una base donde se reparan aviones del Ministerio de Defensa de Mykolayiv, que también fue objetivo de la artillería rusa.
¿Cómo vive el alistamiento de su marido? Katarina suspira. “También su hermano, mi cuñado, se enroló y ya se encuentra en el frente. Él es así. Quiere ir también al frente y lo entiendo. ¿Quién nos va a defender de la invasión rusa, si no?”, se pregunta. “Desde el primer día Viacheslav quiso enrolarse para ir a defender su patria. Está en su corazón”, agrega.
Viacheslav, que en verdad nació en Crimea, península estratégica ucraniana anexada por Rusia en 2014, de la que luego emigró a Mykolayiv, destaca, de hecho, que su mujer comparte su decisión. ¿Qué le dijo a su hijo, a quien, terminada la ceremonia, le pone un rosario al cuello? “No le dije que voy a la guerra, sino que me voy a trabajar”, contesta, con ojos húmedos.
Como muchísimos otros ucranianos que se han enrolado para combatir al enemigo ruso, Viacheslav reconoce que nunca disparó un arma en su vida ni combatió, pero que jamás dudó en responder positivamente el llamado a las armas del presidente ucraniano Volodimir Zelensky.
¿No tiene miedo de morir? “Todos, antes o después, tenemos que morir, es el Señor quien decide. Y ahora me siento en paz porque estoy en manos de Dios”, asegura esta flamante soldado.
¿Qué piensa de esta guerra? “Que hasta que esté Putin al frente, no va a terminar. Pero creo que venceremos. Estoy convencido”.
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agv