Bruselas. El presidente ruso Vladimir Putin ha recurrido al lado más oscuro de la humanidad, la guerra, para tratar de revivir una potencia nuclear en decadencia.
La lógica detrás de su ofensiva militar en Ucrania no es otra más que intentar colocar a Rusia como una gran potencia a la que se tiene que tomar en cuenta.
Moscú venía perdiendo influencia en el tablero global y corría el riesgo de perderse como un satélite de rango medio en un mundo disputado por Estados Unidos y China.
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El presidente estadounidense Joe Biden se había relegado a un segundo plano la rivalidad con Rusia para centrar sus baterías hacia el gigante asiático, el mayor desafío a largo plazo para la Unión Americana, en palabras del propio mandatario norteamericano.
Lo mismo había ocurrido con la Unión Europea. En el último informe de prospectiva estratégica de la Comisión Europea, documento que aparece en el corazón de la elaboración de las políticas de la Unión, Rusia desaparece en el listado de megatendencias globales claves. Allí se resalta el cambio del orden global y demográfico, la creación de un mundo multipolar en el que China destaca como la economía más grande antes del final de esta década.
Una percepción similar dominaba en el Reino Unido, con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas junto con Rusia. “A medida que aumenta el poder económico de Asia, la política y el poder militar de China (…), potencialmente crecerá la rivalidad entre este y Estados Unidos. Si bien Rusia y Europa seguirán siendo actores políticos importantes, es probable que su influencia disminuya y el poder económico y blando de Occidente se reduzca”, sostiene la última edición de Tendencias Estratégicas Globales, documento elaborado por el Ministerio británico de Defensa.
Rusia es un enano económico, el tamaño equivale a la suma de las economías de Luxemburgo y Holanda, países que son 6 mil 612 y 412 veces más pequeños en territorio; así que consciente de que no tiene oportunidad de competir en el ámbito comercial, Putin recurrió a su poderoso músculo militar para colocarse de un solo golpe en lo alto de las cuestiones claves que afectan al mundo.
“Covid-19, el cambio climático, el fundamentalismo islámico, se encuentran mucho más arriba en la lista de prioridades de la mayoría de los países occidentales. Pero Rusia se ha impuesto a sí misma en esa lista”, afirma James Nixey, director del Programa para Rusia y Eurasia de instituto de relaciones internacionales Chatham House.
“Rusia nunca dejó de ser una gran potencia, ciertamente entró en una especie de sueño invernal durante la transición tras el comunismo, pero nunca se fue, quizás nos cegamos ante esa realidad. Debimos haber anticipado que una vez que Rusia se estabilizara, reviviría sus ambiciones de superpotencia”, dice a EL UNIVERSAL Sven Biscop, experto del Instituto Real de Relaciones Internacionales con sede en Bruselas (Egmont).
“El peligro está en que se trata de una superpotencia militar, (económicamente) en declive, dispuesta a utilizar sus fuerzas armadas”.
Al margen de acaparar los reflectores como un actor inestable dispuesto a desequilibrar el orden global, la maniobra en Ucrania dirigida a revivir el sueño de la Unión Soviética y su antigua zona de influencia, debe examinarse bajo la lupa nacional y los peligros domésticos.
Investigadores como Kadri Liik, del European Council on Foreign Relations han venido alertando sobre la pérdida de popularidad y legitimidad del Kremlin, así como del debilitamiento del sistema. El ascenso del bloguero preso, Alexéi Navalny, no fue más que una manifestación del creciente malestar de la juventud y la clase media rusa.
De manera que la mayor amenaza para Putin no era la eventual membresía de Ucrania en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), sino la gradual occidentalización del país provocada por la cercana asociación con la UE a partir de 2014, indica Biscop.
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Para el estudioso, el que este fenómeno pueda tener éxito en una antigua república soviética del tamaño de Ucrania, supone un riesgo que Moscú no puede correr, porque quién sabe en dónde más encuentre eco, convirtiéndose en fuente de inspiración, volteando a la ciudadanía en contra de sus líderes autoritarios.
El antiguo espía de la KGB ha recurrido a las armas buscando arreglar sus problemas. La incógnita es hasta dónde está dispuesto a llevar sus tropas, y qué sigue a partir de que fije la nueva demarcación geográfica al interior de Ucrania, nación que de acuerdo con los analistas en defensa resulta imposible de conquistar por su tamaño y población, 44 millones de habitantes.
Estados Unidos y la Unión Europea nunca legitimarán el resultado de una agresión militar no provocada, ni serán cómplices de una conferencia internacional de paz para trazar una nueva frontera. Occidente habrá de esperar el alto al fuego entre Rusia y lo que quede de Ucrania.
En lo que respecta a Putin, afirma Biscop, la ofensiva en Ucrania no resolverá los problemas domésticos, por el contrario, empeorará las perspectivas económicas. Tampoco ayudará a resucitar la antigua esfera de influencia soviética, la cual ya comparte con China, cuya influencia económica es muy superior en los viejos satélites comunistas.
“En ese sentido, conquistar Ucrania es un signo de debilidad: Rusia no tiene ningún proyecto positivo que pueda atraer a otros países por su propia voluntad”, indica el también profesor de política europea y de defensa en la Universidad de Gante. La misma tesis se aplica a las intervenciones rusas en África y Medio Oriente, las cuales no han abonado a la ambición de Putin de construir un proyecto propio.
En cuanto a la estructura de seguridad europea, al final de la incursión armada Putin se dará cuenta de que provocó el efecto contrario. El que los diarios encabezaran el viernes 25 de febrero sus portadas con “guerra en Europa” abonará al proceso de rearme de quienes considera sus rivales. No fue la política de chantaje del entonces presidente estadounidense Donald Trump la que llevó a Europa a meter reversa a sus recortes en defensa, sino las agresiones rusas en el sur y este de Ucrania desde 2014. En 2021, ninguna otra región del mundo gastó tanto en defensa como Europa, aumentó 4.8%. Incluso han abierto la cartera naciones sin una trayectoria bélica, como Suecia que incrementó su presupuesto militar en 80% desde la invasión de Crimea.
Sin haber ni siquiera disparado una sola bala, Putin además fortaleció la cohesión en la OTAN , al tiempo que trajo de vuelta a Estados Unidos al Viejo Continente. La mira militar estadounidense se estaba desviando hacia la región del Indo-Pacífico, la agresión a Ucrania la coloca nuevamente hacia Europa. La prensa estadounidense estima que el país tiene estacionados 100 mil hombres en Europa, algo impensable hace unos años, cuando por una antipatía casi visceral de Trump, la tendencia era la salida de suelo europeo con miras a aumentar fuerzas en Asia Oriental.
Aunque no solo la presencia estadounidense en Europa se ha robustecido como consecuencia de la movilización armada rusa, la OTAN se ha involucrado aún más en su flanco este, concretamente en Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Rumania, Bulgaria y Hungría, donde ha habido el mayor reforzamiento de la defensa colectiva en una generación, según el Secretario General de la alianza, Jens Stoltenberg.
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SVEN BISCOP
Experto del Instituto Real de Relaciones Internacionales con sede en Bruselas (Egmont)