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Bruselas. Los rusos van a las urnas este fin de semana con la garantía de que habrá continuidad del régimen actual.
Entre los observadores de la política rusa no hay duda de que el presidente Vladimir Putin seguirá gozando de su sólida posición de poder tras la jornada electoral, aunque los cambios que pudieran darse en la estructura legislativa federal, por muy limitados que estos sean, no pueden considerarse insignificantes en una nación en donde los espacios políticos son extremamente estrechos.
“De una forma u otra, las elecciones no son un hecho irrelevante. Serán una fuente importante de información sobre las tendencias de la sociedad rusa y una base para definir y perfeccionar la política exterior occidental con respecto a Rusia”, afirma Marc Franco, experto del Instituto Real de Relaciones Internacionales Egmont.
La Duma está controlada por el partido de Putin, Rusia Unida, y tres fuerzas que forman parte del sistema, el Partido Comunista, el Partido Liberal Democrático y Rusia Justa. De manera que la “auténtica oposición” solo tiene 3 escaños de los 450 que componen la cámara, según Franco.
Sin embargo, la percepción sobre el gobierno y el partido dominante se ha venido degradando a causa la erosión del Estado de bienestar, la creciente inflación, los cambios en el sistema de pensiones y el deficiente manejo de la pandemia. A esto habría que añadir una juventud más dispuesta a salir a las calles, así como la aparición de una figura carismática que le dio rostro “creíble” a la posición, Alexei Navalny.
Para evitar sorpresas, proteger a Rusia Unida de la eventual erosión en el número de escaños, para esta edición electoral se implementó una campaña dirigida a eliminar a los críticos y crear una “cortina de humo” sobre los verdaderos problemas que enfrenta el pueblo ruso.
De allí que los incidentes presenciados durante los últimos meses no fueron aislados. La lista es extensa, comenzando con la detención del opositor crítico del Kremlin, Alexei Navalny, en un contexto de represión a la oposición.
Después Rusia provocó a la OTAN movilizando tropas hacia la frontera con Ucrania, en la región del Dombás, una zona en conflicto desde 2014. Acto seguido, “humilló” al jefe la diplomacia de la Unión Europea (UE), Josep Borrell, en su visita a la capital rusa, en febrero, para después prohibir la entrada al país al Presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli, en respuesta a la tanda de medidas punitivas introducidas en mayo por el bloque comunitario. Previamente, había expulsado a diplomáticos de Alemania, Polonia y Suecia por haber participado en manifestaciones ilegales de apoyo a Navalny.
Expertos consultados por EL UNIVERSAL señalan que cada uno de estos acontecimientos formó parte de un guión escrito en el contexto electoral y en respuesta a la pérdida de popularidad del gobierno y la amenaza que representa Navalny.
“El Kremlin reaccionó a lo que percibe como amenaza, y Navalny representa la mayor amenaza a la estabilidad doméstica en muchos años, de allí las acciones sin precedentes, como el intento de envenenamiento, su arresto y la clasificación de su organización como extremista”, explicó a este diario Bob Deen, investigador del Centro para Rusia y el Este de Europa del Instituto de Relaciones Internacionales de Países Bajos, Clingendael.
Lo ocurrido fue en línea con las elecciones de la Duma y lo nervioso que pone Navalni al Kremlin, indicó.
Franco igualmente interpretó la acumulación de políticas agresivas, tanto al interior como fuera de Rusia, en el contexto electoral.
Si bien dice que no es fácil tener un análisis objetivo de lo que ocurre en Rusia, por lo complejo que resulta leer las señales procedentes del Kremlin, su hipótesis está asociada a que Putin llegó a pensar que algo podría ocurrir en las elecciones.
“La persona que logró enfadarlo se llama Navalny, porque es una figura con resonancia en la arena política y porque 70%, 80% de los rusos saben de él”.
El temor era que Navalny usara su carta de la lucha contra la corrupción y el llamado al voto inteligente, es decir, a no dárselo a Rusia Unida, para causar un efecto “bola de nieve”. De allí que fuera silenciado.
La exhibición militar en Ucrania también fue para consumo interno, para buscar popularidad, algo que en cierta medida logró.
“No tenía en mente más que mostrarse en casa. En síntesis, lo que hizo con Navalni y Ucrania fue para consumo interno buscando la reacción de Occidente para luego utilizarla y decir que hay un complot para destruir al país”.
“Lo que vimos no fue una exhibición de fuerza, sino de debilidad y de miedo frente a las elecciones”, apunta Franco.
La Unión Europa no ha tenido respuesta a los comportamientos de Moscú. Deen sostiene que la capacidad de maniobra es limitada por falta de una política. Los estados miembros están fragmentados por intereses diplomáticos, económicos y de seguridad.
Por ejemplo, el presidente francés Emmanuel Macron y la canciller alemana Angela Merkel, nunca han roto comunicación con Vladimir Putin, ni siquiera por la anexión unilateral de un territorio en suelo europeo, como fue Crimea.
Mientras que otros, exigen mano dura, particularmente Suecia, los Bálticos y Polonia, al sentirse amenazados por las políticas rusas.
Afirma que la sintonía comunitaria se limita la implementación de sanciones selectivas, desde marzo de 2014, las cuales son de alcance restringido.
Para Franco, las sanciones son “un juego de galería” sin mayores consecuencias. El verdadero castigo sería el congelamiento de los bienes de los oligarcas rusos por corrupción y lavado de dinero, una ruta complicada cuando rige el estado de derecho.