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Madrid.— El rey emérito Juan Carlos comunicó ayer por carta a su hijo Felipe su retirada definitiva de la vida pública a partir del próximo 2 de junio, con lo que dio por concluida su etapa como abanderado oficial de la monarquía española.
Tras su abdicación en 2014, Juan Carlos desarrollaba una moderada agenda institucional participando en algunos actos culturales y entrega de galardones. El pasado 5 de enero cumplió 81 años y, aunque se conserva razonablemente bien, su movilidad se vio restringida por problemas en las articulaciones, lo que lo llevó a ser intervenido varias veces.
La mayoría de los expertos coinciden a la hora de resaltar el papel del rey emérito en la exitosa culminación de la transición democrática y su contribución desde la Corona a la estabilidad política de España.
Sin embargo, son también varios los especialistas que apuntan borrones en la biografía de Juan Carlos, para enfatizar que su comportamiento durante la transición y la consolidación democrática no fue tan ejemplar como reseñan los biógrafos oficialistas.
Con la familia real española exiliada desde la proclamación de la República en 1931, Juan Carlos nació en Roma, Italia, en 1938. El país ibérico se encontraba en plena Guerra Civil, luego de que un grupo de militares encabezado por el general Francisco Franco se alzara contra el gobierno republicano legalmente constituido.
En 1949, y tras un periplo europeo con su padre, el conde de Barcelona don Juan de Borbón, el futuro rey regresa a España para pasar a la condición de protegido del dictador Franco, que lo arropará en sus años juveniles. En las vacaciones de Semana Santa de 1956 se registra uno de los episodios más dramáticos y menos esclarecidos de Juan Carlos: en la residencia veraniega de Villa Giralda, en Estoril, Portugal, él y Alfonso, su hermano menor, juegan con una pistola. El arma de Juan Carlos se dispara fortuitamente y alcanza en la cabeza a Alfonso, quien muere.
Ya en 1969 Franco comunica a Juan Carlos que lo nombrará sucesor a título de rey, oferta que el príncipe aceptó ninguneando a su padre, don Juan, que confiaba en reinar en España y quien resintió la deslealtad de su hijo, lo que enturbió durante años la relación entre ambos.
En octubre de 1975, con Franco agonizando en la cama de un hospital, Juan Carlos asume las funciones de jefe de Estado para ser proclamado rey un mes después.
Tras designar a Adolfo Suárez como jefe de gobierno, se suceden los cambios que desmantelaron gradualmente la dictadura española.
La forma en que pilotó la transición de la dictadura de Franco a la democracia y su oposición al fallido golpe de Estado protagonizado por los militares en 1981, reforzaron la figura de Juan Carlos. Respetado por el establishment, gozó durante años de una más que aceptable popularidad, pero en la última década cometió pésimos errores que golpearon su imagen y la credibilidad de la Corona.
Entre ellos, el viaje que hizo a Bots-uana en 2012 para participar en una lujosa cacería de elefantes en África cuando España atravesaba por su peor crisis económica y por lo que tuvo que pedir perdón públicamente.
En fecha más reciente, saltaron presuntas irregularidades relacionadas con su patrimonio. Las revelaciones las hizo la princesa alemana Corinna zu Sayn-Wittgenstein, con quien mantuvo una relación sentimental. La empresaria y aristócrata fue la última conquista de una larga lista de amoríos que más de una vez pusieron en peligro su matrimonio con la reina Sofía, y cuya relación con ella es deficiente desde hace años.
Su perfil de Casanova lo ha llevado a enfrentar demandas por paternidad que, al igual que la investigación por sus supuestas irregularidades financieras, no prosperaron por el extremo blindaje de los monarcas españoles. La Constitución establece que “la persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”.
Además, hay sospechas sobre la acumulación de su inmensa fortuna. El diario The New York Times calculó que su patrimonio podría alcanzar los 2 mil millones de dólares, tras calificar de opaco el origen del mismo. La renuncia a la vida pública de Juan Carlos invita a hacer balance de un legado que, siendo relevante para la normalización democrática de España, no está exento de claroscuros.