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“La dama americana”, “la apóstol”, “la profeta”, “la posible santa” son algunas de las expresiones que los religiosos e importantes profesores universitarios jesuitas de Europa utilizaban para referirse a la beata argentina María Antonia de San José de Paz y Figueroa, más conocida como Mama Antula, hacia fines del 1700.
“Para ese entonces, ellos ya tenían plena consciencia de que se encontraban frente a una mujer excepcional, un fenómeno. No se puede creer que en ese momento, mientras Europa estaba siendo destrozada, estas personas esperaban con ansias las cartas que enviaba María Antonia desde la Argentina, siendo una mujer, además una mujer laica, y miembro de la Compañía de Jesús, que había sido disuelta por el Papa. Es impresionante”, plantea la doctora en Historia Alicia Fraschina, perito historiadora de la causa de canonización de la primera santa argentina y presentadora y recopiladora del recientemente publicado Epístolas y otras huellas de Mama Antula (Ágape, 2024).
La beata nacida en Santiago del Estero en 1730, que fue canonizada hoy por el papa Francisco en la Basílica de San Pedro, es dueña de una vida que la propia Fraschina define como extraordinaria. No solo por las circunstancias que debió enfrentar, sino también por la manera en que lo hizo.
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Nacida en el seno de la reconocida familia Paz y Figueroa, María Antonia dejó la casa paterna a los 15 años para ingresar al beaterio de su ciudad natal. Eligió un camino de vida poco común para la época, en que la mayoría de las mujeres optaban entre el hogar y el monasterio. “En la sociedad colonial, las mujeres de los sectores medios y altos tenían tres opciones: el matrimonio, que era la más común, la soltería o dedicarle su vida a Dios. Dentro de esta última opción, lo más común era entrar a un monasterio, pero las monjas en aquella época eran todas de clausura. Había un puñado de mujeres que, como María Antonia, elegían ser beatas, lo que hoy se conoce por laicas consagradas”, explica la historiadora entrevistada.
Su vida consistía en orar y prestar servicio doméstico en la casa de ejercicios espirituales de los jesuitas en Santiago, donde los ciudadanos ingresaban para realizar retiros. “Su trabajo era hacer que la casa fuera un lugar agradable, que la comida fuera sabrosa. Veía en ese servicio una obra de misericordia. Seguramente ella pensó que pasaría el resto de su vida ahí adentro, pero no fue así”, destaca Fraschina, que viajó a Roma para presenciar esta mañana la canonización de Mama Antula y dar una conferencia en la Pontificia Universidad Gregoriana.
Cambio radical de vida
La vida de Mama Antula cambió de manera radical en abril de 1767, cuando la Compañía de Jesús fue expulsada del Río de la Plata. Fueron desterrados un total de 462 sacerdotes, novicios y coadjutores jesuitas, entre ellos quienes habían regentado la casa de ejercicios espirituales donde hasta entonces trabajaba la beata. “Ella de repente se encontró sin los padres jesuitas, sin el beaterio, que cerró, y sin dinero para mantenerse. ¿Qué habría hecho una persona común? Se habría puesto a llorar, se hubiera desesperado. Ella tenía 38 años, que en esa época era la edad de las abuelas. Y, de todas formas, al ver que su elección de vida se había acabado, decidió salir, ponerse en movimiento, en búsqueda permanente. Algunos autores dicen que en ese momento se despertó su segunda vocación: mantener viva la espiritualidad jesuítica”, explica Fraschina.
Mama Antula se movió durante el resto de su vida con un grupo de beatas a las que Fraschina y el resto de los investigadores que han estudiado el tema no han logrado identificar del todo, ya que en las cartas y documentaciones de la época solo aparecen mencionadas con sus nombres de pila. Se sabe que en un principio fueron cuatro o cinco y que años después llegaron a ser más de 16.
La hoy santa argentina, líder del grupo, se puso en movimiento cuatro años después, cuando asumió un nuevo obispo y logró que este le concediera una licencia para coordinar los ejercicios en la diócesis, que en ese entonces abarcaba todas las provincias del noroeste del país. El pequeño grupo de beatas comenzó a viajar a pie por las diferentes provincias de la diócesis argentina -La Rioja, Salta, Catamarca, Tucumán, Córdoba-, instalándose durante meses o incluso años en las distintas poblaciones y coordinando con los sacerdotes locales los ejercicios espirituales.
“Es audaz, es desaforada de audaz. ¿Cómo se le ocurrió andar caminando por el camino real del Virreinato cuando hasta a los hombres les daba miedo andar por ahí? Ella lo hace y reabre las casas de ejercicios y reúne gente”, exclama Fraschina. Lo que más le sorprende sobre la beata es su capacidad de congregar personas y evangelizar. “Cuando se expulsa a la Compañía, distintos sacerdotes habían intentado volver a hacer los ejercicios, pero no habían tenido éxito, la gente no respondía. Cuando llega María Antonia, todo el mundo da limosna, ofrece la casa, ayuda. Y los ejercicios son un éxito: reúne 200, 300, hasta 500 personas. Las personas van sabiendo que van a encontrar respuesta (video)”, sigue.
La beata argentina no tardó en llamar la atención de la comunidad católica europea. Las comunicaciones con el viejo continente comenzaron a través del padre Gaspar Juárez, un jesuita de origen santiagueño que se encontraba recluido, primero en los estados pontificios y luego en Roma, con quien María Antonia mantuvo un diálogo epistolar durante décadas.
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“Ella le escribe a Juárez en español y él traduce sus cartas al italiano para compartírselas a los jesuitas expulsos de toda Europa que están viviendo en Italia. Los franceses traducen las cartas y las mandan a Francia. Los ingleses, al inglés y las mandan a Inglaterra. Es excepcional que los jesuitas, las monjas y la gente católica de Europa estén esperando sus cartas. En medio del caos que había en Europa, María Antonia les escribe contando que va de ciudad en ciudad instalando los ejercicios espirituales para mantener la espiritualidad jesuítica, y todo el mundo le responde”, cuenta la historiadora, que es parte de un equipo de investigación sobre religiosas organizado por la Universidad de Durham, Inglaterra. Una de sus colegas del grupo encontró una carta en la que dos ingleses hablaban sobre Mama Antula, apodándola “the american lady” (en español, “la dama americana”).
Apedreadas en Buenos Aires
Pese a su fama ganada en parte del mundo occidental, su llegada a Buenos Aires, en 1779, fue accidentada. Según ella misma narra en una de sus cartas, al entrar a la ciudad, las beatas fueron apedreadas por un grupo de niños. También fueron tildadas de brujas y locas por algunas personas. Pero lo más difícil de afrontar fue, sin dudas, el rechazo del propio virrey Vértiz, que se negó a otorgarles la licencia para coordinar los ejercicios espirituales en Buenos Aires. “El obispo pasó 9 meses observándola para ver qué hacía, porque no había mujeres que organizaran ejercicios, todo lo que ella hacía era excepcional”, suma Fraschina.
Luego de viajar a Montevideo y Colonia, donde los ejercicios congregaron a cientos de personas, el nuevo virrey la envió a llamar y le ofreció un terreno ubicado a las afueras de la ciudad porteña donde años más tarde Mama Antula fundó la Santa Casa de Ejercicios Espirituales. En ese edificio, uno de los más antiguos de la ciudad, ubicado en la céntrica Manzana de las Luces, hoy funciona un museo donde se se exponen algunas de las pertenencias de Mama Antula, entre ellas, su bastón misionero y su arcón.
La beata santiagueña murió en 1799, pocos años después de que esta casa de ejercicios comenzara a funcionar y 15 años antes de que los jesuitas lograran volver al territorio americano. “En su testamento hace un pedido bien claro: no quiere entierro solemne, quiere entierro de pobre, con misa de cruz baja. Quiere que la entierren en el campo santo de Nuestra Señora de la Piedad, que en ese entonces no era una basílica, sino una iglesia chiquita. La entierran ahí, tal como ella había pedido. Pero a los cuatro meses los vecinos de Buenos Aires organizan una misa solemne, y el prior a cargo, en su sermón, claramente da a entender que ella va a ser santa. La pone en una escala de santidad, de apóstoles, que comienza con Jesús. Dice: ‘Santa Rosa de Lima en América y Maria Antonia de San José en la América del Sur”, detalla Fraschina.
Los dos milagros que se le atribuyen
Mama Antula fue beatificada en 2016, luego de que El Vaticano reconociera su primer milagro: su intercesión en la sanación de la religiosa Rosa Vanina, del Instituto de las Hijas del Divino Salvador, quien recuperó la salud sin ningúna explicación médica en el año 1900.
El segundo milagro que se le atribuye es la curación de Claudio Perusini en el hospital de Santa Fe, en 2017. El hombre sufría un “ictus isquémico con infarto hemorrágico en varias zonas, coma profundo, sepsis, shock séptico resistente con fallo multiorgánico”, de acuerdo con lo que informó El Vaticano. Su pronóstico era poco alentador, tenía lesiones cerebrales irreparables. Sin embargo, después del rezo de varios de sus amigos y familiares a Mama Antula, al cabo de unos días mostró una notable mejoría. Según informó en su momento El Vaticano, después de unos meses de fisioterapia, él se movía con independencia y podía hacer tareas manuales normales.
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