Bruselas.— A menos de un mes de llegar a la Casa Blanca, Donald Trump con orgullo puede presumir “misión cumplida”: su agenda inspirada en crear caos y sembrar confusión marcha como una tromb a sin freno.
Aunque entre todas sus acciones, la dirigida al ámbito humanitario representa un desastre de proporciones sin precedente, al tener efectos mundiales inmediatos en las comunidades más urgidas, desde los enfermos de tuberculosis en Myanmar, hasta las personas que comen un plato de sopa al día en Sudán. El presidente Trump pidió al multimillonario Elon Musk reorganizar la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), con el supuesto de hacerla más pequeña y eficiente.
Por recomendación de Musk, el Departamento de Estado de Estados Unidos tiró del enchufe el 24 de enero y congeló la ayuda exterior, en principio durante 90 días, con excepción de la alimentaria de emergencia y el financiamiento militar a Israel y Egipto. Los altos funcionarios que no quisieron cooperar tuvieron que marcharse, la página oficial quedó fuera de servicio, la sede fue acordonada por la policía y los 10 mil empleados, aproximadamente dos tercios desplegados en más de 60 misiones extranjeras, dejaron de prestar servicio y su futuro laboral está en duda.
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De los 77 países con la renta más baja, 70 fueron receptores de fondos estadounidenses, siendo en ese orden Ucrania, Etiopía, Jordania, República Democrática del Congo, Somalia, Yemen, Afganistán, Nigeria, Sudán del Sur y Siria, los mayores beneficiarios. Los recursos llegan a los ciudadanos a través de subvenciones, acuerdos de cooperación o contratos, implementados por los miles de socios de USAID en el extranjero, entre ellos organizaciones sin ánimo de lucro, contratistas, universidades, organizaciones internacionales y gobiernos nacionales y locales.
Entre las instancias de alcance global, el Programa Mundial de Alimentos es el más dependiente de los dineros estadounidenses, con 52% de su financiamiento; le sigue el Programa de Naciones Unidas sobre el Sida, 40%; la Organización Mundial para las Migraciones, 33%; la Organización Mundial de la Salud, 20%, y la agencia para la infancia UNICEF, con 17%.
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Avril Benoit, directora ejecutiva de Médicos sin Fronteras en Estados Unidos afirma que “tenemos noticias de organizaciones locales que han cerrado sus puertas y no saben cuándo podrán reabrir o si lo harán. Los últimos informes llegan después de dos semanas en las que los socios han tratado de hacer frente a cambios radicales que ponen en peligro la prestación de servicios de salud”.
Además de poner en peligro millones de vidas, la brusca interrupción de la ayuda exterior minará los intereses estratégicos de Washington.
Para Noam Unger, investigador principal del Proyecto sobre Prosperidad y Desarrollo del Center for Strategic and International Studies de Washington, estrangular el sistema hasta su extinción mediante acciones ejecutivas equivale a tirar a la basura la caja de herramientas y a un desarme unilateral en un momento de creciente competencia geopolítica. “El daño a la reputación y la imagen de Estados Unidos es tan grande que China y Rusia no tienen que hacer nada para beneficiarse de esta herida autoinfligida”, dice George Ingram, experto de la Brookings Institution.