La pequeña población de Pozuzo está en plena selva central de Perú, pero el mensaje de bienvenida a su entrada está escrito en alemán.
"Willkommen", reza el arco bajo el que se fotografían los turistas que llegan hasta aquí.
No es lo único que indica que estamos en un lugar un tanto particular de Perú. Uno de sus barrios principales se llama Prusia y la arquitectura de sus edificios, con sus paredes blancas, tejados a dos aguas y protagonismo de la madera, recuerdan más a la típica de Alemania y Austria que a lo que uno podría esperar en este punto a medio camino entre las frías cumbres de los Andes y la cálida espesura de la Amazonía peruana.
Aquí se comen salchichas, ensaladas de patata y se baila la polka y otras danzas típicas de la Europa septentrional.
Y es que, como afirma en su arco de entrada, Pozuzo se jacta de ser "la única colonia austro-alemana del mundo", un raro foco de cultura europea en Sudamérica que irradió a la cercana Oxapampa y que acabó conformando uno de los más peculiares y poco desconocidos destinos turísticos de Perú.
Tras la pandemia de covid iniciada en 2020, se ha convertido además en un imán para forasteros que deciden instalarse aquí atraídos por la tranquilidad y la exuberancia de sus parajes.
Esta es su historia.
Un lugar parado en el tiempo
Para llegar hasta aquí hay que rodar al menos doce horas desde Lima por la peligrosa Carretera Central, una vía con solo un carril por cada sentido en la que el conductor debe sortear las hileras de camiones cargados que atraviesan a ritmo cansino la cordillera de los Andes.
Entre los obstáculos a superar, el Ticlio, un paso a 4.818 metros sobre el nivel del mar, a menudo nevado, donde se encuentra el cruce ferroviario más alto del mundo.
"Hasta hoy no tenemos una buena carretera, lo que ha hecho que este lugar haya permanecido como congelado en el tiempo más de cien años", le dice a BBC Mundo Berenice Alas Richle, promotora de turismo de la Municipalidad de Pozuzo.
Pero por exigente que le parezca el trayecto al viajero actual, lo fue mucho más para los colonos europeos que llegaron a Pozuzo para darle vida allá por 1857.
Fue el mariscal Ramón Castilla (1797-1867), presidente de Perú en varios periodos a mediados del siglo XIX, quien quiso atraer al país a inmigrantes europeos. Castilla valoraba su especialización y conocimiento de las técnicas agrícolas más avanzadas, con las que buscaba aumentar la producción de las tierras selváticas peruanas.
Según cuenta Karen Abregú en su libro "Oxapampa", el gobierno de Castilla firmó con el barón alemán Cosme Damián Schütz von Holzhausen un contrato para crear una colonia europea en la selva peruana.
El aristócrata alemán logró sumar al proyecto a campesinos y artesanos de las regiones del Tirol, Vorarlberg, Renania, Nassau y Hesse, austríacos y alemanes que habían sufrido en los últimos años los estragos de una grave crisis económica, acompañada de conflictos sociales, levantamiento y malas cosechas. Se convencieron de que en el lejano Perú podrían ganarse la vida honradamente y en paz.
En 1857, después de años de retrasos, un grupo de 304 emigrantes arribó al puerto de El Callao tras una penosa travesía en la que murieron varios de ellos.
Ya en Perú se encontraron con que las promesas de ayuda oficial no se cumplieron y tuvieron que abrirse camino por sus propios medios a través de los Andes y de la selva.
Sufrieron los rigores de una tierra que les era extraña. Muchos enfermaron, otros padecieron mal de altura y la mayoría fue pasto de insectos que no habían visto antes.
Armando Schlaefli, descendiente de los colonos y fundador de una casa-museo dedicada a la inmigración europea en Oxapampa, le contó a BBC Mundo: "Aquí se ganaron la vida a base de trabajo y bravura, dedicándose a la ganadería y a la madera".
La cultura resultante es una exótica mezcla entre las tradiciones europeas importadas por los colonos y la realidad impuesta por el lugar que se acabaría convirtiendo en su hogar.
Por ejemplo, el strudel, el típico pastel alemán de manzana, aquí se hace con plátano, que es lo que abunda.
Pero Pozuzo, enclavado en una zona serrana y escarpada, no tenía espacio para todos, por lo que en 1891 un grupo de 32 familias se lanzó a fundar una nueva colonia en Oxapampa, en un fértil valle a unos 80 kilómetros al sur.
"El camino hasta Oxapampa también fue una odisea por la selva y tuvieron que recurrir a alianzas con los nativos yanesha que habitan el lugar para poder establecerse aquí", señala Schlaefli.
Una difícil adaptación y un motivo de orgullo
En Pozuzo, el reconocimiento al legado de los primeros colonos está presente en sus calles y plazas.
Una de las principales está presidida por una réplica del carguero Norton, el barco que trajo hasta América a los padres fundadores pozucinos.
Pero tanto como en sus calles, el recuerdo late en el corazón de sus habitantes.
Berenice Alas Richle afirma: "Somos peruanos, pero también tenemos unas raíces europeas y contamos nuestra historia con orgullo porque sabemos todo lo que pasaron quienes primero se instalaron aquí".
Ella, como muchos otros jóvenes, pertenece a alguna de las agrupaciones de baile que mantienen vivas las espectaculares danzas traídas por sus antepasados y con las que hoy se amenizan las reuniones en los restaurantes locales y festivales como el Oktoberfest, la fiesta alemana de la cerveza que aquí también celebran.
También en Oxapampa hay quien trata de mantener vivas las tradiciones que, además, han convertido la zona en preferente destino turístico.
Especialmente activa es la Asociación de Descendientes de Colonos Austro-alemanes y Otros de Origen Europeo, cuyos miembros se reúnen semanalmente para compartir comidas típicas y recuerdos de sus familias, y hablar de las iniciativas para mantener viva la llama y el nexo de la comunidad en Oxapampa, que, menos pequeña y aislada que Pozuzo, ha perdido ya gran parte de su fisonomía original.
Vilma Gustavson Hassinger de Loeschle es una de sus integrantes. Regenta un restaurante en el que, como cuenta satisfecha, siguen cocinando la carne a la leña, como hacían sus mayores, y se sirven cervezas artesanales de elaboración propia.
Destaca el aspecto de la cultura heredada del que se siente más orgullosa: "Nos enseñaron el valor de la palabra dada. Mi abuelo cedía los terrenos sin firmar contratos porque para él ninguno valía más que su palabra".
Los nuevos
Los esfuerzos por atraer visitantes parecen estar teniendo éxito.
"Después de la pandemia se ha incrementado el turismo exponencialmente", afirma Juan Carlos La Torre, alcalde provincial de Oxapampa.
"Muchos se enamoran del lugar y acaban buscando terrenos para comprar e instalarse aquí", añade. "Son gente que viene del extranjero y también algunos que vienen de otros lugares de Perú".
Aunque el último censo de población es de 2017 y todavía no detecta el aumento de población pospandémico, todos en Oxapampa hablan del aluvión de nuevos vecinos y el alcalde cuenta que la flota municipal de vehículos de recogida de basura empieza a no dar abasto.
El agente inmobiliario Max Heidiger confirma que "desde hace dos años Oxapampa está de moda" y cada vez son más los que quieren comprar aquí.
"El coste de un lote de mil metros construidos puede rondar los 240.000 soles, unos US$62.580", dice Heidiger. Pese a que los precios están subiendo por el aumento de la demanda, son cifras muy por debajo de las habituales en Lima o en los países europeos, de donde proceden la mayoría de compradores.
Manfred Einsiedler es uno de los que recientemente se ha instalado en Oxapampa.
Sin parentesco con ninguno de los colonos originales, a sus 72 años, es un nuevo tipo de inmigrante alemán.
Para llegar a la casa que ha construido toda en madera en una ladera verde y frondosa hay que rodar un buen rato por una trocha por la que solo los autos 4x4 suben con facilidad.
Cada mañana saborea el delicioso café que crece en la zona sentado en el porche desde el que divisa el maravilloso paisaje dominado por los majestuosos macizos andinos y el verdor de la selva oxapampina.
"En Alemania nunca podría tener una casa así. Allí tengo amigos que pagaron mucho más por un pequeño apartamento en la ciudad", le cuenta a BBC Mundo.
"Ni siquiera sé cuántos metros cuadrados tiene la casa. La veo más como un punto de observación y lo importante para mí es lo que la rodea, una naturaleza hermosa y el clima maravilloso de la zona".
Para él también la pandemia supuso una especie de oportunidad catártica. La covid se llevó por delante su empresa de producción de eventos y él decidió inventarse una nueva vida lejos de todas partes.
Ahora se dedica a disfrutar del entorno, y a cultivar café y paltas, entre otras cosas, con la única compañía de un grupo de perros autóctonos. A la más fiel y ruidosa, la ha llamado Kusi. Significa alegría en quechua.
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