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Maternidades vacías, pabellones de chicos enfermos de cáncer, terror a los tomates y a las papas y charlas en voz baja que no llegaban a los medios de comunicación son algunas de las postales que recuerda la familia argentina que se instaló en 1992 en Bielorrusia , a 350 kilómetros de la central de Chernobyl , cuyo estallido había desatado algunos años antes, en 1986, el mayor accidente nuclear de la historia.
El médico argentino Eduardo Sosa y su esposa Edith decidieron dejar todo en la Argentina para mudarse con su familia a Bielorrusia , la exrepública de la Unión Soviética que había sufrido las mayores consecuencias de la explosión de la central de Chernobyl, ubicada a pocos kilómetros de la frontera con Ucrania. Al gastroenterólogo cordobés y su familia no los movía un fin económico o profesional sino el deseo de ayudar, especialmente a los miles de niños afectados por la nube radioactiva.
"Yo soy médico y pastor evangélico y siempre tuve la idea de ayudar a los más desamparados, por eso cuando surgió la oportunidad de ir a Bielorrusia con mi familia no lo dudamos", explica desde España , donde hoy vive Sosa junto con su esposa.
"Cuando llegamos a Minsk (la capital de Bielorrusia) nadie hablaba públicamente de la catástrofe. El tema de la radiación no se consideraba como algo tan grave y recién en agosto de 1993 el gobierno reconoce el tema y crea un ministerio especial para abordar el problema".
La mudanza a Minsk se realizó junto con su mujer -que es nutricionista- y los tres hijos adolescentes: Sebastián, Federico y Ximena . "En total vivimos en Bielorrusia cinco años. Lo que hacíamos con mi mujer era dedicarnos a los niños que habían sido víctimas de la catástrofe o que habían quedado huérfanos. En los hospitales había pabellones enteros de chicos con cáncer de tiroides y otras enfermedades de la sangre y las maternidades estaban vacías porque nadie quería tener hijos, por miedo a los problemas con que podían nacer. Realmente hubo una generación que desapareció en Bielorrusia ", recuerda.
Sosa explica que nunca pudo entrar a la ciudad donde funcionaba la central que estaba cercada militarmente, aunque sí estuvo a muy pocos kilómetros del lugar.
"Lo más cerca que estuve fue en la ciudad de Pripyat, a 22 kilómetros de la central . Ahí vivían muchas familias que no tenían medios para irse a otro lado y cómo siempre los más afectados por este tipo de catástrofe son los más humildes, la gente más desamparada".
De la vida cotidiana, el médico cordobés asegura que lo más difícil era lograr una dieta con la menor presencia de productos de la tierra bielorrusa. "Intentábamos comprar alimento importado de Alemania y Polonia o papel higiénico desde Finlandia, porque los árboles también habían quedado contaminados, pero era muy difícil. En un punto uno termina resignándose a consumir alimentos que estaban irradiados", explica.
A pesar del temor a las consecuencias de la nube radioactiva, Sosa explica que la vida continuaba en Bielorrusia. "No queda otra que seguir y aprender a convivir con esa realidad. Siempre me acuerdo que una vez en el principal supermercado GUM (la mayor cadena de la ex Unión Soviética) de Minsk empezaron a vender unos aparatos para medir la radiación. La gente hacía cola para comprarlos y costaban 25 dólares que era una cifra importante. Pero la verdad es que ahí servían para muy poco, porque todo estaba irradiado".
De los tres hijos hoy el único que vive en la Argentina es Sebastián Sosa , que después de estudiar en los Estados Unidos, volvió al país para traer la marca de inmobiliarias RE/Max, que es hoy es la principal cadena del rubro en el mercado local.
"Yo tenía 16 años y es una edad difícil. Lo que recuerdo era un comienzo con muchas dificultades para adaptarme a un idioma desconocido, una cultura diferente y mucho frío. Pero después todo se facilita cuando vas haciendo amigos. Siempre me llamó la atención que allá la gente madurara más rápido, seguramente por todo lo que le pasó", cuenta Sebastián hoy desde su oficina en Buenos Aires.
Como un adolescente que venía de Córdoba , se tuvo que acostumbrar a la vida de la ex república soviética que conservaba muchas características del antiguo régimen (el muro cayó en 1989).
"Los supermercados y los comercios en general tenían muy pocas opciones del producto que fuera. Cuando llegaba una campera todos teníamos el mismo modelo y la única forma de comprar algo diferente eran los mercados informales que se armaban en los estadios de futbol. Había una especie de manteros que copaban las canchas de juego con sus productos. La más famosa era la feria que se hacía en la cancha del Dinamo Minsk, que era una suerte de Salada soviética", explica.
A más de 20 años del fin de la aventura en la zona de Chernobyl , los Sosa tiene recuerdos contradictorios de su paso por estas tierras. "Antes de que nos instaláramos en Minsk, mi papá había viajado solo y volvió muy conmovido. Me acuerdo que reunió a la familia y nos preguntó si queríamos ir a vivir allá. Todos aceptamos y no me arrepiento", explica Sebastián. "Cuando dejamos Bielorrusia, pensaba que mis padres se estaban equivocando de decisión", explica Ximena, que hoy vive en Estados Unidos.
"Mi hijo Federico falleció hace unos años de una enfermedad llamada poliposis múltiple , que es hereditaria, pero nunca supe si se desató por los años que vivimos en Chernobyl . Pero por otro lado, con mi familia amamos el país y dejamos muchísimos amigos. No puedo dejar de agradecer a Dios y a todos aquellos que nos ayudaron a desarrollar el carácter de Cristo en nuestras vidas. La gente en Bierrolusia es muy dulce y cuando los conocés, te dan hasta lo que no tienen. No me arrepiento", asegura desde España Eduardo.
lsm