“Muchas veces el problema del racismo se ve como algo interpersonal, como un problema de autoestima, de aguantar una broma y muy al nivel del insulto. El punto de partida es que ese insulto que vemos en la calle o en las redes sociales es como la punta de un iceberg, la punta de un problema mucho mayor, que es público e histórico y que arrastramos como país y es lamentable que lo tengamos todavía entrando al bicentenario”, dice Gustavo Oré, director de la Dirección de la Diversidad Cultural y Eliminación de la Discriminación Racial del Ministerio de Cultura, en conversación con El Comercio.

“Nosotros basamos nuestro trabajo en la Constitución Política del Perú, que claramente tiene dos disposiciones específicas. El articulo 2, incisos 2 y 19, señala que nadie puede ser discriminado, entre otros motivos, por cuestiones raciales. Y no se trata solo de insultos sino también de falta de oportunidades y otros aspectos que generan exclusión y violencia. El Ministerio de Cultura trabaja por la valoración de la diversidad cultural y la eliminación de la discriminación racial. En 2018 recibimos los datos de una encuesta nacional sobre percepciones y actitudes en diversidad cultural y eliminación de la discriminación racial impulsada por el Ministerio de Cultura: ahí se señala que más de 53 % de peruanos y peruanas considera que el peruano es muy racista o racista, pero cuando se les pregunta a esos mismos encuestados si ellos se consideran racistas la mayoría dice que no. Solo un 8 % admite que lo es. Ese es un problema que tenemos que abordar, pues lo vemos en el otro, pero no en nosotros mismos”.

Ese racismo que no se manifiesta en público, pero que se vive a diario en las prácticas cotidianas en ciudades como Lima es al que se refiere en este testimonio Guillermo Flores Borda, un abogado de la Pontificia Universidad Católica del Perú, con un máster en Derecho por la Universidad de Chicago, pero que se siente marrón (término que se da a personas de piel mestiza) en una sociedad que pretende ser blanca.

“Soy un hombre marrón viviendo en una sociedad blanca de la que no provengo. Crecí en el centro de Lima, en el cruce de Moquegua con Cailloma. Mi padre, hijo de comuneros de Callahuanca, tierra de la chirimoya, vino a Lima a trabajar y estudiar la secundaria en la nocturna, convirtiéndose en abogado. Mi madre, hija de madre analfabeta y padre con segundo de primaria (ambos peones de las haciendas Chavalina y Vista Alegre en Ica, respectivamente) migró para convertirse en enfermera quirúrgica. Mis padres decidieron llevar a cabo una apuesta, que consideraban era la única forma de garantizar un futuro mejor para sus hijos: destinar casi todos sus recursos a pagar educación en instituciones privadas, aunque eso implicase sufrir diversas carencias materiales y difíciles condiciones de vivienda.

Soy consciente de que mi educación privada es un privilegio que me permite amasar capital social a través de mis investigaciones y escritos. Pero ese capital pareciese esfumarse en el momento en que me ven el rostro. Corriendo con ropa deportiva de noche, insultado de ratero. Caminata nocturna con capucha, todos a guardar billeteras y teléfonos. Comprando en un supermercado (incluso con mi esposa, una ciudadana blanca estadounidense de la mano), presto a recibir órdenes de señoras blancas. Mi color opera como un marcador de jerarquía social, como si las personas de mi color estuviéramos condenadas a ser vistas como peligrosos o serviles en esta sociedad.

Debemos hablar tanto del racismo que se expresa en insultos abiertos, como del que se manifiesta estructuralmente. No puedo saber qué siente la sociedad blanca en sus corazones; sólo puedo asumir qué piensa en base al estado de sus instituciones. No sé si los socios de ciertos clubes o dueños de empresas nos menosprecian, pero es innegable que hay lugares y puestos a los que nos es más difícil acceder. No puedo saber si ciertos alcaldes nos desprecian, pero sí que no aplicarían la misma violencia con un empresario blanco acusado de evasión que con un ambulante marrón. Si algún día postulo a un cargo público, no tengo la certeza de que no seré tratado como un “auquénido”.

Me veo constantemente forzado a “hacerme blanco” en todas las formas posibles mediante mis estudios, mis profesiones e, incluso, mi estilo de vida, pero preferiría vivir en un país que no condicionase mi movilidad social a mi transformación cultural. Quiero sobresalir en esta sociedad, pero no quiero ser ni empujado a cambiar mi forma de ser, ni forzado a esconder mis orígenes, para conseguirlo. Quizás mis héroes no lucen como Miguel Grau, sino como Túpac Amaru. Quizás no piensan como V.A. Belaúnde, sino como J.C. Mariátegui. Quizás no quiero contribuir a una cultura que proyecta lo blanco como imagen de éxito, mientras que lo marrón es interpretado como

sumisión y servicio. Quizás no quiero ser cómplice del exterminio de mi propia cultura. Quizás quisiera no tener que adaptarme a estándares europeos para alcanzar el soñado progreso y prefiero vivir y sentir como en ‘Yawar Fiesta’”.

En un poema titulado “Mi autobiografía”, Mónica Carrillo, Fundadora y exdirectora de Lundú Centro de Estudio y Promoción de Estudios Afroperuanos, dice:

En el nombre de Eleguá, dios que arranca los caminos

Pa’ los que siguen a Ifá y también otras estelas

Doy inicio a esta, mi historia, en tenor autobiográfico,

Exploración errática de mis travesías

Por identidades malversadas

Catacumbas esclavistas

Territorios poliopuestos

Y residencias honorarias.

Quería escribir mi vida en poesía.

En honor a mi tío-abuelo y bisabuelo

Manuel Rivas, Demetrio Rivas

Decimistas y poetas,

Monumentos de memoria,

Griots semiencarnados

Quienes se negó

Aprender lectoescritura en lingua-franca-peruana-nacional.

Es relato de mi historia desmembrada

En las fibras más raizudas

asentadas en memoria de las huellas carimbeadas

En el lomo de la Madre

de la Madre

de la Madre

de la Madre

de mi Padre

Es decir,

En la espalda de Sin Nombre

Dalia Farfán

Anatolia Rivas Farfán

Cira Rivas Ballumbrosio

Felipe Carrillo Rivas

Es decir,

En mi espalda zigzageada con herencia de quebranto y resiliencia genealógica

Que es mi historia en desarraigo de montañas neoandinas

Más exacta,

De tierras machupichuanas, dunas de gris asfalto del desierto alimeñado

Más exacta,

Donde el río Matagente se desborda en playa Lurinchincha

Inundando azahares transnacionales

y mis historias saltimbanquis de activista ennegrecida en soledad.

Con el ego abrillantado, me autobiografío,

Ahora que puedo ser letrada

Que escribo en tinta, teclado o touch

Pa’ reparar deseos muertos

De los años que mi Madre

su Hermana

su Madre

la Madre de su Madre

Es decir, Sofía Zegarra

Teófila Zegarra

Dominga de la Cruz

sin Nombre y Apellido

No pudieron coger pluma,

firmar nombre,

prosear llantos,

es decir,

letrar vida.

Google News

Más Información

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses