San José.— Con crecientes cifras en rojo de casos nuevos y acumulados de coronavirus, Uruguay y Chile pasaron de figurar en 2020 como líderes hemisféricos en el combate para contener al Covid-19 y cedieron posiciones en 2021.
Chile confirmó el 3 de marzo el primer enfermo y alcanzó al 13 de junio a un acopio de 167 mil 355 pacientes, a un promedio diario de mil 624.80, y a 3 mil 101 decesos o 30.10 al día, según la Universidad Johns Hopkins.
Los datos oficiales mostraron que el país llegó el 22 de septiembre a 448 mil 523 contagiados, con 2 mil 198,64 cada 24 horas, y 12 mil 321 fallecidos, para 60,39 por día. Con cifras a ayer, Chile sumó 900 mil 782 enfermos o 2 mil 376,73 diarios y 21 mil 789 muertos, a 57,49 por día. Del 2 de enero a ayer se añadieron 398 mil 221 con 5 mil 65 que fenecieron.
En contraste, y con números de una semana al 15 de marzo de un programa de datos de la (no estatal) Universidad de Oxford, la nación sudamericana se consolidó en el primer puesto mundial con la más rápida vacunación, en un proceso que empezó el 24 de diciembre y con el que logró 1.5 dosis diarias por 100 personas.
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Israel reportó 1.03 y siguió en segundo, en una lista de 22 con sólo dos latinoamericanos en la que Brasil está en el 17 con 0.11. La crisis en Uruguay exhibió un panorama similar, tras confirmar el 13 de marzo su primera víctima y aumentar al 13 de junio a 847 portadores, a 9.10 por día, y 23 que perecieron, a 0.24 diarios. Para el 22 de septiembre, el país contabilizó mil 934, a 9.96 cada día, y 46 que expiraron, a 0.23 diarios.
Uruguay ascendió ayer a 72 mil 862, con 197.45 al día, y 717 que murieron, a 2.10 diarios. Del 2 de enero a ayer se incorporaron 63 mil 109 y 524 víctimas mortales.
En su Twitter, el médico uruguayo Julio Medina, director de la cátedra de Enfermedades Infecciosas de la (estatal) Universidad de la República, de Uruguay, e investigador, atribuyó la situación a la actitud del país de dormirse en los laureles con unos pobladores “cómodamente adormecidos”.
Uruguay quedó “preso del propio éxito: al país le había ido muy bien y las personas relajaron las medidas. Eso explica buena parte de lo que nos está pasando”, describió Medina. La crisis en América Latina y el Caribe, que el 25 de febrero tuvo su primer portador en Brasil, colocó a Uruguay, Costa Rica y Paraguay como las naciones menos golpeadas por la emergencia, pero hasta inicios de junio.
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La situación se desbordó en Paraguay, donde el primer contagio fue notificado el 7 de marzo hasta ubicarse ayer en 181 mil 414, a 483.77 diarios, y 3 mil 517 muertos, a 9.37 por día. El 13 de junio, el promedio cada 24 horas con mil 261 pacientes fue de 12.73 y con 11 difuntos se ubicó en 0.11, aunque el escenario cambió a partir de un brote en las cárceles en ese mismo mes. La aplicación de la vacuna se inició en febrero.
Costa Rica, que detectó los dos primeros contagios el 6 de marzo, mantuvo un control de la epidemia hasta que, a mediados de junio, se disparó por factores como la incesante migración de nicaragüenses procedentes de Nicaragua, donde el gobierno nunca aceptó imponer cuarentena, confinamiento social y otras medidas. De mil 662 víctimas y 12 fallecidos al 13 de junio, con una media de 16.62 y 0.12 respectivamente, Costa Rica subió ayer a 209 mil 93 (757,58 diarios) y a 2 mil 862 (7.61 al día).
“Al inicio todo el mundo tenía mucho miedo, por las imágenes dantescas que se vivían en España, Italia y en las calles de Ecuador. Eso produjo una imagen terrible”, recordó el médico costarricense Álvaro Avilés, jefe del Servicio de Infectología del Hospital México.
“Pero el hecho de que tanto llamó Pedrito que venía el lobo y el lobo no vino, ha provocado que las personas ciertamente hayan relajado las medidas y se hayan descuidado. El ser humano es de temporalidades. Vive el día a día, porque su educación y su cultura no le deja ver más allá de sus narices”, explicó Avilés a EL UNIVERSAL. “Existe ya la vacuna y aunque no se la haya puesto, la gente ya siente que está tranquila, que puede ir a bares, a fiestas y a hacer loco. Penosamente ha habido un pecado de exceso de confianza fundamentado en un desinterés y en un desconocimiento de la gravedad del problema”.