Miami.— Mientras el gabinete de seguridad de la lleva a cabo un colapso social y económico al perseguir, detener y deportar a miles de inmigrantes de la Unión Americana, paralelamente en el área de salud pública se ha comenzado a gestar una silenciosa crisis que, para los analistas, va muy a tono con el pensamiento político de los trumpistas.

Desde que Robert F. Kennedy Jr., secretario del Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS) de Estados Unidos, tomó el cargo, el enfrenta su mayor ruptura en décadas. Su recién nombrado comité de vacunas de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC), integrado por figuras críticas del consenso médico, anunció que revisará el calendario nacional de vacunación infantil, incluyendo vacunas fundamentales como la hepatitis B al nacer y la MMRV (sarampión, paperas, rubéola y varicela). Esta revisión no responde a nuevas evidencias científicas, sino a una agenda política que ha encendido alarmas en la comunidad médica.

La Academia Estadounidense de Pediatría ha calificado el proceso como “una vergüenza” y ya prepara un calendario alternativo, mientras expertos advierten que el país podría ver una caída masiva en las tasas de inmunización, desconfianza institucional y brotes evitables de enfermedades ya controladas. La infancia estadounidense se ha convertido, de pronto, en el epicentro de una batalla entre ideología y evidencia.

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Kennedy Jr. disolvió el Comité Asesor sobre Prácticas de Inmunización (ACIP), un cuerpo técnico que durante más de cinco décadas orientó las políticas federales de vacunación, sin previo aviso público, sin un debate parlamentario y sin consultar a las principales asociaciones médicas de Estados Unidos. “Ese comité no servía al pueblo, servía a Pfizer”, declaró Kennedy Jr. Acto seguido, nombró a ocho nuevos integrantes, todos seleccionados por él mismo. Afirmó que los nombramientos fueron “por su independencia y su valentía para cuestionar los dogmas científicos”.

Los nombres están preocupando a muchos especialistas de la comunidad científica estadounidense. A la cabeza del nuevo comité está Robert Malone, virólogo que se presenta como pionero del ARNm y que asegura que las vacunas contra el Covid-19 han causado “daños neurológicos en millones de personas”. Lo acompaña Martin Kulldorff, coautor de la polémica Declaración de Great Barrington, que defendía dejar circular libremente el virus para alcanzar inmunidad natural.

También está Retsef Levi, profesor del MIT que ha declarado públicamente que “es irresponsable mantener en circulación las vacunas Covid-19 cuando los datos sugieren efectos adversos sistemáticos y graves”.

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A ellos se suman Vicky Pebs-worth, activista vinculada al National Vaccine Information Center, organización que promueve exenciones religiosas y filosóficas; el doctor Cody Meissner, pediatra con experiencia en el ACIP, pero cada vez más alineado con el discurso del escepticismo médico; el doctor Joseph Hibbeln, siquiatra interesado en salud nutricional más que en políticas preventivas; el doctor James Pagano, médico de urgencias con poca trayectoria en salud pública y el doctor Michael A. Ross, obstetra-ginecólogo con vínculos empresariales y sin antecedentes en inmunización.

La Asociación de Escuelas de Salud Pública emitió un comunicado en el que denunció que “por primera vez en la historia reciente, las políticas de inmunización del país son lideradas por personas que rechazan la evidencia acumulada de la medicina moderna”. El doctor Paul Offit, del Hospital Infantil de Philadelphia, advirtió que “no estamos ante un debate académico, estamos ante la entrega de la salud nacional a un experimento ideológico que puede costar vidas”. La doctora Céline Gounder, epidemióloga del Bellevue Hospital, escribió en The Atlantic que “este no es sólo un cambio de comité. Es el comienzo de una desinstitucionalización de la salud pública que nos deja vulnerables, desprotegidos y divididos”.

Los efectos ya se están sintiendo. Según datos oficiales de los CDC, dirigidos ahora por un equipo alineado con Kennedy Jr., las tasas de vacunación infantil han caído de manera acelerada en varios estados.

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En Florida, donde el gobernador Ron DeSantis ha respaldado abiertamente el nuevo enfoque, los distritos escolares de Hillsborough, Pasco y Lee eliminaron los requisitos de vacunación escolar.

En Texas, el Departamento de Educación Pública permitió que las exenciones religiosas se tramiten por internet sin verificación alguna. En Idaho se han reportado comunidades enteras con tasas de vacunación por debajo de 70%.

En total y al 25 de junio, Estados Unidos enfrenta un panorama sanitario marcado por el resurgimiento de enfermedades virales que parecían bajo control. El país vive su peor año de sarampión, con mil 288 casos hasta el miércoles. Es la cifra más alta de contagios en 33 años. El estado de Texas ha reportado el mayor número de contagios, con más de 750 casos y la muerte de dos niños, debido al sarampión. Catorce estados tienen brotes activos.

El secretario de Salud y Servicios Humanos, Robert F. Kennedy Jr., durante una audiencia ante el Comité de Energía y Comercio de la Cámara de Representantes, el 24 de junio pasado. Foto: Mariam Zuhaib / AP
El secretario de Salud y Servicios Humanos, Robert F. Kennedy Jr., durante una audiencia ante el Comité de Energía y Comercio de la Cámara de Representantes, el 24 de junio pasado. Foto: Mariam Zuhaib / AP

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La influenza ha provocado 246 muertes pediátricas esta temporada, 90% entre menores no vacunados. Mientras tanto, el Covid-19 persiste con la subvariante NB.1.8.1, generando entre 9.8 y 16 millones de contagios en lo que va del año.

A esto se suman la presión hospitalaria por Virus sincitial respiratorio (RSV) en niños pequeños, brotes limitados de viruela del mono y casos zoonóticos de gripe aviar H5N1 en trabajadores agrícolas en EU.

En Arizona, el brote iniciado en la zona de Maricopa ha infectado a más de 80 niños. En el Hospital Infantil de Phoenix, la doctora Elena Márquez dice que no dormía por un caso de encefalitis que le llegó en urgencias; se trataba de un menor que “tenía cinco años, nunca fue vacunado; su familia había recibido consejos de una iglesia local que repetía los videos de Kennedy. Cuando ingresó, ya tenía daño cerebral irreversible. Este país está en retroceso sanitario y no por ignorancia, sino por voluntad política”.

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En Ohio se han confirmado 61 casos en dos condados. Marcus Devlin, padre de tres hijos en Columbus, relató en una reunión comunitaria las diferencias que hay entre padres de familia. “Nos dividimos, en mi calle hay dos grupos de padres, los que aún seguimos al pediatra y los que siguen al secretario de Salud. Y los segundos están ganando porque tienen apoyo de gobierno. Mientras tanto, el sarampión está aquí, en nuestras escuelas, en nuestras casas”.

En Michigan, 45 contagios han sido detectados entre comunidades amish no vacunadas y distritos urbanos que se han sumado a la ola de exenciones. Una pediatra del condado de Kent describe que “lo que estamos viendo es un colapso paulatino del principio de inmunidad comunitaria. Cada familia está tomando decisiones aisladas con consecuencias colectivas”.

En California, donde todavía existen requisitos estatales, han comenzado las presiones para abolirlos. En Los Ángeles, Tanya López, madre de un niño de segundo grado, cuenta que en su escuela hubo tres casos confirmados en un sólo mes: “Me siento arrinconada. Si lo vacuno, algunos padres me acusan de ser irresponsable. Si no lo vacuno, yo misma siento que estoy jugando con su vida. Todo se ha vuelto ideológico, emocional, inseguro”.

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Kennedy Jr., sin embargo, insiste en que la crisis es fabricada por los medios. En declaraciones recientes afirmó que “no estamos en contra de la ciencia, estamos a favor de una ciencia libre, no controlada por el Big Pharma. Lo que estamos haciendo es devolverle al pueblo el control sobre sus cuerpos y sus hijos”. Para millones de familias, esa retórica se traduce en ambigüedad, desinformación y miedo. “Yo no soy antivacunas, pero ahora no sé si debo confiar en los médicos, en el gobierno o en nadie”, declaró Lindsey McDowell, madre de dos niños en Boise, Idaho. “Nadie quiere que sus hijos sean un experimento, pero al parecer ahora todos lo somos”.

La perspectiva ante una nueva pandemia es aún más alarmante. Desde enero de 2025, el gobierno de Trump ha recortado los presupuestos de cooperación internacional en salud, retirado su participación en los programas Coalition for Epidemic Preparedness Innovations (CEPI) y Global Alliance for Vaccines and Immunization (GAVI) y cerrado dos unidades clave de respuesta rápida en el CDC. Según un informe interno filtrado por Stat News, Estados Unidos “no cuenta actualmente con una cadena logística de distribución vacunal adecuada ni con mecanismos de comunicación de emergencia creíbles”. Trump ha justificado estas acciones en nombre de la soberanía nacional. “No vamos a entregar nuestras decisiones a la mafia sanitaria global”, declaró en mayo.

Pero los expertos advierten que esta soberanía equivale a aislamiento. “Si mañana surge un nuevo virus en Asia o África, Estados Unidos llegará tarde, dividido y sin un plan”, indica el doctor Ashish Jha, excoordinador de la Casa Blanca para Covid-19. “No habrá liderazgo, ni voz confiable, ni infraestructura. Sólo seguiremos escuchando palabrería política en medio de un caos institucional”. Tom Frieden, exdirector del CDC, fue todavía más directo al afirmar que “la diferencia entre una pandemia de 2020 y una nueva pandemia en 2026 será la diferencia entre una tormenta mal gestionada y un colapso total del sistema. No por el virus, sino por las decisiones humanas”.

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En paralelo, la salud mental y emocional de padres, maestros y pediatras empieza a resquebrajarse. En un foro de la American Academy of Pediatrics realizado en Chicago, un médico confesó: “Ya no sé qué decirles a los padres de familia, me escuchan con el escepticismo con que uno escucha a un político”. La desconfianza no es sólo una consecuencia, es parte del nuevo paradigma. Trump ha aprendido que atacar a las instituciones médicas le da crédito entre su base; Kennedy Jr. ha construido una carrera entera sobre ese mismo discurso. La convergencia de ambos en el poder federal produce un fenómeno inédito: un sistema de salud administrado por quienes lo consideran corrupto desde dentro.

La combinación es tan peligrosa como inédita, un presidente que convierte la salud pública en una guerra cultural y un secretario que reemplaza la ciencia por una cruzada personal. Mientras tanto, los niños, quienes no deciden, no votan y no entienden, están siendo las primeras víctimas. Mueren por sarampión, quedan con secuelas, no se vacunan. Viven en un país que ha renunciado a protegerlos.

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