Madrid.— El confinamiento provocado por la pandemia ha alterado radicalmente el ritmo familiar, empeorándolo en ciertos casos y afectando sicológicamente a los miembros más vulnerables, sobre todo a los que arrastraban patologías previas.
Sin embargo, la cuarentena de la que tanto suelen renegar los adultos ha aportado también importantes beneficios educativos a nivel familiar, haciendo que muchos niños sean más pacientes, creativos y empáticos.
Estos menores agradecen pasar más tiempo con sus padres y han adquirido mayor autocontrol durante un encierro que les proporcionó espacios para defender mejor sus ideas.
El confinamiento generó más conflictos entre hermanos, pero también más acercamientos, incluso entre aquellos que se ignoraban, lo que ha contribuido a su desarrollo emocional y a que los implicados en la disputa expresaran más correctamente sus opiniones, además de que aprendieran a negociar y que pudieran explorar sus límites.
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Estas son algunas de las conclusiones a las que llegan las sicólogas Amalia Gordóvil y Agnés Brossa en su libro recién publicado, Compartir la vida educa (Eumo editorial).
“Vimos que durante el confinamiento hubo aprendizajes importantes por parte de los niños, como la tolerancia a la frustración y saber parar y esperar, por lo que fueron capaces de algún modo de asumir que en la vida no todo pasa como uno quiere que pase”, señala a EL UNIVERSAL Gordóvil, doctora en sicología especializada en niños, jóvenes y familia y coautora del libro.
“Ciertamente, si queremos que estos aprendizajes se mantengan, tenemos que fomentarlos como padres. No surgen por arte de magia. Si tras la pandemia volvemos a los mismos ritmos de apuntar a los niños a mil actividades o darles el muñequito de un euro o el móvil para que estén tranquilos y se callen, evidentemente estaremos perdiendo una oportunidad excepcional”, recalca.
“Lo primero que hay que hacer es detectar qué cosas nos han gustado, cuáles son los valores como familia, porque por lo general tenemos puesta la mirada en lo que va mal. El aprendizaje es voluntario, por lo que para que esto permanezca hay que ponerle voluntad y esfuerzo. Y desde luego no dejarnos llevar por la vorágine de la rutina del trabajo y el estrés. El confinamiento nos permitió parar y reflexionar, que es algo que debemos hacer de vez en cuando”, agrega la profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
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La cuarentena también produjo lecturas erróneas por parte de los progenitores. Hay estudios que resaltan el hecho de que mientras los adultos afirmaban que sus hijos tenían problemas como estrés, ansiedad o insomnio, los niños manifestaban lo contrario, hasta el punto de reconocer que durante el encierro estaban muy bien, porque pasaban tiempo con sus padres, relatan las autoras.
Esta impresión equivocada de los adultos sobre las dolencias de sus hijos se debió, entre otros factores, a un mecanismo de proyección por el que los padres trasladaron su propia ansiedad, en este caso a quienes consideraban más queridos y vulnerables. También está relacionada con la sobreprotección de los menores y con algunos titulares de prensa, prematuros y alarmistas, sobre las consecuencias sicológicas de la cuarentena en la infancia.
“Los niños han tenido, sobre todo durante las semanas de confinamiento estricto, muchas oportunidades para aprender de las dificultades, saber adaptarse al cambio y ser más flexibles. Los trastornos relacionados con el confinamiento aparecían principalmente en adultos y no tanto en niños y jóvenes. En cualquier caso, hablamos siempre de familias con cierto nivel de bienestar”, apunta Amalia Gordóvil.
Muchos menores también descubrieron durante el confinamiento que sus padres no son seres invencibles y que pueden derrumbarse en tiempos difíciles, lo que les permitió desarrollar una empatía más madura, ser más independientes y colaborar más en las tareas de la casa, subraya la coautora del libro que plantea que compartir la vida es educar.
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La convivencia y el confinamiento también han supuesto una oportunidad para que los niños más pasivos alcancen su límite, se expresen y aprendan a hacerse oír. Esta es una cualidad que suele adquirirse en los recreos escolares, pero que el encierro aceleró. En este sentido, cobra importancia el autocontrol porque muchos adolescentes, utilizando recursos que estaban ahí, han reconocido que se han controlado más para no equivocarse en casa en unos tiempos tan complicados y han descubierto que, a veces, tienen que resignarse, concluye la doctora en sicología clínica.