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yanet.aguilareluniversal.com.mx
Sergio Ramírez, el escritor nicaragüense y Premio Cervantes de Literatura 2017, señaló que no se arrepiente de su participación en la Revolución Sandinista, pues eso le tocaba hacer; ni siente culpa de haber sido vicepresidente de Nicaragua de 1985 a 1990, durante el primer mandato de Daniel Ortega.
Lo que le parece una afrenta es que el gobierno todavía se niegue a sentarse a dialogar y desprestigie los informes sobre violaciones a los derechos humanos en el país, que vive una ola de protestas en contra del régimen que se han saldado con cientos de muertos, desde el 18 de abril.
El novelista y político, quien está de visita en México para presentar su novela Ya nadie llora por mí y para recibir el Premio Juan Crisóstomo Doria a las Humanidades 2018 que le otorgó la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, dijo a EL UNIVERSAL que el informe Violaciones de derechos humanos y abusos en el contexto las protestas en Nicaragua, de la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, tiene la autoridad suficiente para poner las cosas en claro.
¿Este informe pesa sobre el gobierno del presidente Ortega?
—Ya había un informe anterior igualmente serio y documentado, el de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Con este nuevo informe me parece que el gobierno ya no debería seguir jugando a esta negativa constante de descalificarlos, porque es dar contra el callejón; se trata de organismos de mucho prestigio internacional y debía abrirse el gobierno del presidente Ortega a una negociación, de una vez.
¿La salida es la negociación?
—Ya no hay una salida represiva posible, la única salida es política, y la salida política sólo se va a obtener a través de un diálogo serio y de una negociación en que instituciones como la Organización de Estados Americanos (OEA) juegan un papel trascendental; hay un calendario electoral preparado por la OEA que debería culminar el año próximo con las elecciones adelantadas. Esta es una realidad que impone el deterioro social, económico y político que no debe seguirse postergando.
¿Pero el presidente Ortega parece hacer oídos sordos?
—Quizás [quieren] recuperar fuerzas para una posición más ventajosa a la hora de una negociación. Ojalá sea el caso. Sentarse a una mesa de diálogo es inevitable, negociar es inevitable.
¿Es usted optimista a pesar de la realidad?
—Yo sí soy muy optimista porque sé que vamos a llegar a una salida negociada, sé que se debe abrir un diálogo nacional y ahí encontrar la salida que el país debe tener.
¿Se arrepiente de haber ocupado la vicepresidencia con Ortega, de haber participado en el Frente Sandinista de Liberación Nacional?
—Son dos situaciones muy diferentes. De haber participado en la revolución que triunfó en 1979 yo no tengo ningún arrepentimiento, ningún cargo de conciencia, y creo que era lo que debería haber hecho, era una empresa colectiva, del pueblo, con una dirigencia idealista en la que yo participé y es muy distinto a lo que está ocurriendo hoy en Nicaragua, ya que el Frente Sandinista no existe más, esa revolución se terminó.
Hoy lo que existe es un régimen que quiere prolongar su estancia en el poder a cualquier costo, sin reparar en el costo, esto es lo que debe cambiar. No se trata de sustituir un régimen revolucionario, sería un error verlo así, es sustituir a un régimen continuista por un régimen democrático.
¿El levantamiento civil es una nueva revolución?
—Creo que sí, pero de otra naturaleza, es una revolución desarmada como el país no la había visto; una resistencia civil que ha costado mucha sangre, eso obviamente sí, pero no se trata de un bando que esté combatiendo con las armas en la mano; es una gran ventaja para el país, por primera vez podemos enfrentar un conflicto de esta naturaleza como una resistencia civil sin [caer] en el desastre que significaría una guerra civil que nadie quiere.
Su discurso del Premio Cervantes lo dedicó a los jóvenes. ¿Cree totalmente en su lucha?
—Veo mi propio retrato de mis años de juventud universitaria, cuando luchamos contra una dictadura como la de la familia Somoza; adquirí un espíritu de lucha... y veo ese espíritu reflejado en los jóvenes de hoy, por eso entiendo bien su actitud y me toca respaldarlos... Cuando las circunstancias me lo permiten, me lo requieren, yo alzo mi voz... para defender una causa que me parece justa.
Ya nadie llora por mí es un retrato de una Nicaragua que condena la impunidad y la corrupción gubernamental. ¿Pura realidad?
—Una novela como esta es un reflejo de la situación en Nicaragua, está situada en el escenario actual del país antes de que este conflicto comenzara, antes de que estallara el 18 de abril esta ola represiva. Al leer la novela uno se da cuenta en qué país vive mi personaje y en qué país vivo yo... El escenario donde esa novela se desarrolla y esta historia que vivimos no es otra que la realidad de Nicaragua.