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Nicaragua, un país de apenas 7 millones de habitantes, se ha convertido en foco de atención mundial.
El gobierno del presidente Daniel Ortega y su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo deportó en febrero a Estados Unidos a 222 opositores que mantenía en prisión.
Al considerarlos "traidores a la patria", las autoridades nicaragüenses despojaron de su nacionalidad a estos disidentes y más tarde a otros 96, y anunciaron la confiscación de sus bienes.
Entre otras prominentes figuras del grupo destaca el político, académico y activista Félix Maradiaga.
Maradiaga se postuló como uno de los cinco candidatos que aspiraban a derrotar a Ortega en las elecciones presidenciales de 2021.
Todos ellos fueron encarcelados, en una ola represiva sin precedentes que allanó el camino al tándem Ortega-Murillo para seguir en el poder.
El pasado 9 de febrero, cumplidos 20 meses de su condena de 13 años, Madariaga amaneció en su celda de la temida cárcel de El Chipote en Managua y aterrizó por la tarde en Washington DC junto al resto del grupo.
El periodista británico Stephen Sackur lo entrevista en el programa HARDTalk de la BBC.
Acaba de salir tras más de 600 días en una prisión nicaragüense. ¿Se sorprendió cuando le dijeron que iba a ser libre?
La liberación fue una sorpresa, ya que estábamos en condiciones pésimas e inhumanas. Lo más difícil fue el aislamiento total: no tuvimos acceso a llamadas telefónicas durante 611 días.
Tampoco tuve acceso a abogados; incluso nuestro juicio se celebró dentro de la prisión, por lo que no podíamos saber qué estaba pasando afuera.
¿Es cierto que perdió unas 60 libras (27 kg) durante su reclusión?
En efecto. Por cierto, gané 30 libras (13,6 kg) desde noviembre. Ese mes las condiciones cambiaron sustancialmente en comparación con la primera fase de nuestro encarcelamiento y teníamos la sensación de que fuera ocurría algo positivo.
El primer año estuvimos en completo aislamiento, muy mal alimentados, no se nos permitía ningún contacto con familiares por cuarenta a noventa días, y cuando lo teníamos era bajo vigilancia policial.
Pero a finales del año pasado permitieron a nuestras familias traer comida y hubo una pequeña señal esperanzadora.
Un preso político arrestado a la vez que usted, Hugo Torres, no sobrevivió, y por lo que describe las condiciones eran horribles. Me pregunto cuán cerca llegó a sus límites de resistencia y capacidad de supervivencia.
Fue una prueba del espíritu humano en todos los sentidos. Hugo Torres era mi amigo y, aunque teníamos sustanciales diferencias ideológicas, él era realmente una persona demócrata.
Hugo Torres murió de manera misteriosa casi frente a mí cuando estaba en confinamiento solitario en los primeros meses de mi arresto.
Él era la única persona a la que en realidad podía ver, y lo vi como un hombre fuerte que poco a poco se iba debilitando más y más, pedía atención médica y siempre se la negaban.
Su muerte es una muestra más del estado policial y de la situación inhumana en que Ortega mantiene a la mayoría de los nicaragüenses.
Toda Nicaragua está bajo arresto. Incluso los nicaragüenses que piensan que pueden caminar libremente están privados de su libertad. Nicaragua se ha convertido en una gran prisión.
Usted fue arrestado y encarcelado tras declarar que se iba a postular a la presidencia de Nicaragua en 2021. ¿Cree que esa fue la razón, que Ortega lo quería fuera de juego?
Pienso que fue uno de los motivos. He dedicado toda mi vida a promover los derechos humanos en Nicaragua, primero como funcionario encargado de la desmovilización y reinserción de excombatientes, y luego como académico.
Pero no fue un caso personal; allí se persigue y encarcela a quienes se oponen a Ortega desde el periodismo o el activismo por los derechos humanos, y a todo el que habla abiertamente contra el régimen.
Cuando lo liberaron le dijeron que implicaba la expulsión definitiva de Nicaragua. Algunos de sus compañeros de prisión, como el obispo Rolando Álvarez, no aceptaron el trato y están en la cárcel hasta hoy. ¿Por qué usted decidió dejar su país de origen?
Es la primera vez que voy a compartir esto públicamente: se lo había prometido a mi esposa.
Yo ya tenía una orden de detención en 2018, regresé a Nicaragua y entonces me pusieron bajo arresto domiciliario, por lo que le prometí que si tenía que enfrentar otra vez esta situación me iría; haría todo lo posible para ser libre y volver con mi familia.
En ese momento llevaba tres años sin ver a mi hija. La decisión del obispo Álvarez es extremadamente valiente: está preso porque se quedó allá y se enfrentó a Ortega con su resistencia no violenta y la fuerza de su fe.
Es fácil decir esto desde un cómodo estudio en Londres, pero, ¿siente que de alguna manera ha brindado una victoria a Ortega? Él lo quería fuera de Nicaragua, lo despojó de su ciudadanía para que no pueda regresar… En cierto sentido, al aceptar el trato le dio a Ortega lo que quería.
Es cualquier cosa menos una victoria. Para Ortega es muy difícil justificar frente a sus partidarios que somos criminales, que luchamos contra la soberanía de Nicaragua.
En Estados Unidos nos recibieron, francamente, como héroes, no solo la comunidad nicaragüense sino también la comunidad internacional. Y además tenemos nuestras voces para seguir denunciando la situación de Nicaragua.
Ortega lo tiene difícil para explicar esa decisión. Mi visión es que el dictador liberó los presos políticos no porque quisiera, sino porque no tenía otra opción.
Cuando bajó del avión en Washington tras más de 600 días encerrado en duras condiciones se reunió enseguida con su esposa y su hija de nueve años. ¿Cómo fue eso?
Fue la experiencia más mágica de mi vida. Supe que en algún momento iba a reencontrarme con mi hija y mi esposa. Pero, francamente, no sabía cuántos años pasarían hasta que pudiera volver a abrazarlas y hablar con ellas.
Fue mágico y supe que mi esposa, Berta Valle, había estado luchando sin descanso por mi libertad y la de los demás presos políticos, viajando por el mundo y presionando por nuestra liberación. Fue muy, muy mágico.
Cuando lo liberaron dijo haber hecho una "auditoría del corazón" para salir de aquel horrendo lugar sin cicatrices emocionales que obstaculizaran el trabajo que aún queda por hacer. ¿Qué quiso decir con esto?
Es algo muy personal. Mi padre fue un preso político torturado bajo la dictadura de Somoza.
Luego, en mi niñez, llegué como refugiado a Estados Unidos por otra situación, la guerra civil, y más tarde noté que en Nicaragua hay un ciclo de violencia: quienes luchan contra la dictadura al final se convierten en lo que odian.
Necesitamos romper ese ciclo de violencia y la única manera de hacerlo es no odiando a los que nos persiguen, nos encarcelan, y en su lugar intentar que el país funcione desde la reconciliación y la solidaridad de todos los nicaragüenses.
Es muy duro, porque la tendencia humana natural cuando pasas por tanto sufrimiento es odiar a quienes te pusieron en esa situación e hicieron sufrir a tu familia.
Pero en mi caso lo dejé muy claro: no odio a ningún nicaragüense, queremos una democracia e, incluso para los sandinistas, podemos tener un país para todos en la tolerancia y en la paz.
Esa es mi fe y ese es mi compromiso con cada nicaragüense.
¿Cómo puede no odiar a Daniel Ortega después de todo esto?
Nadie puede construir algo productivo a partir del odio. Estoy totalmente en desacuerdo con él en muchas áreas y creo que es un criminal de guerra, un dictador, pero el odio personal directo no te permite pensar de una manera estratégica como líder.
Y cuando tratas de representar a una coalición amplia, o al país, tu propio resentimiento personal no debe interponerse en el camino de lo que es estratégico; y en este caso la estrategia significa derechos humanos, dignidad humana.
Estrategia significa movilizar a la comunidad internacional para la reconstrucción de un país completamente secuestrado por la familia Ortega.
Pongámonos un poco estratégicos. Anthony Blinken, secretario de Estado de EE.UU., dijo que la liberación de opositores por parte del gobierno de Nicaragua marca "un paso constructivo para abordar los abusos de los derechos humanos en el país y "abre la puerta a un mayor diálogo entre EE.UU. y Nicaragua". ¿Eso no es música para los oídos de Ortega?
Absolutamente. Pero sobre si Ortega es estratégico, la respuesta es no, porque con una mano borra lo que escribe con la otra.
Creo que si no hubiera hecho cosas como mantener encarcelado al obispo Álvarez y a otros 35 presos políticos, o quitarnos nuestra nacionalidad, probablemente habría posibilidad de diálogo para el gobierno estadounidense y otros.
Pero estoy seguro de que no se va a relajar la presión internacional, precisamente porque Ortega está concentrado en construir su dinastía y el Estado policial. Así que, en todo caso, se está radicalizando.
Pero, si observamos la reacción internacional a lo que ha hecho Ortega de despojar de la ciudadanía a los 222 presos liberados y a otros 94 activistas, los líderes en países latinoamericanos como México, Colombia, Argentina o Brasil han estado muy callados. ¿No lo ha notado?
Me he dado cuenta, pero tengo una perspectiva diferente: antes era muy difícil movilizar a ciertas personas que previamente simpatizaban con la Revolución Sandinista.
Ya no es el caso. Está muy claro que Ortega hoy no tiene nada que ver con los sandinistas de los años ochenta y ha sido abandonado y aislado hasta por antiguos amigos.
Señor Maradiaga: usted ha dicho que Ortega es parte de un ecosistema global de dictaduras que trabajan con Rusia y China, y regímenes dictatoriales como Cuba y Venezuela, pero ¿no es verdad que los líderes latinoamericanos en este momento parecen no tener intención de presionar más a Nicaragua?
Incluso Estados Unidos aparenta retroceder en la confrontación directa con el régimen de Maduro en Venezuela. Parece haber un aire de pragmatismo generalizado.
Estoy de acuerdo con usted en eso. Necesitamos mucha más presión internacional. Nicaragua no tiene petróleo, no tenemos la importancia geopolítica de Venezuela, por ejemplo.
He trabajado muy duro para explicar la peligrosa relación con Irán, Rusia, China… y poco a poco eso se está tomando en cuenta, no a la velocidad que queríamos pero esperamos que esta sea la nueva cara de la diplomacia internacional contra el régimen de Ortega que nos permita aislar por completo a ese estado policial.
Cuando habla de aislamiento me pregunto hasta dónde cree que debe llegar la comunidad internacional. Nicaragua es el segundo país más pobre del hemisferio occidental, solo superado por Haití. Su población está en la pobreza y la desesperación y cada año cientos de miles intentan escapar.
En ese contexto, ¿quiere que se impongan sanciones económicas más duras a Ortega y su régimen?
Sanciones económicas más duras, pero dirigidas contra el círculo íntimo de Ortega. La gente en Nicaragua es pobre precisamente porque hay un régimen corrupto.
He sido muy cuidadoso en no hablar de acciones económicas o sanciones que perjudiquen a los pobres. Creo que es muy importante enfatizar eso.
Sí, pero mire la realidad. El año pasado Estados Unidos impuso nuevas sanciones a la industria minera del oro en Nicaragua. Pero es uno de los pocos sectores con éxito que emplea a miles de personas. Así, ese tipo de sanciones en último término afectarían a sus conciudadanos.
Creo que hay diferentes tipos de sanciones y personalmente no concuerdo con su comprensión de la industria del oro, que he estudiado e investigado, y le puedo decir que la mayor parte de ese dinero va al círculo íntimo de Ortega.
En todo caso, sí hay muchas formas, aunque difíciles de explicar en una plataforma pública, de atacar la billetera de Ortega, el círculo íntimo de Ortega.
Odio decirlo porque es doloroso para usted, pero en este momento es apátrida. Podría solicitar asilo en los Estados Unidos y hacer una nueva vida. ¿Le tienta esa idea?
Necesito tiempo para sanar. Y eso es lo que quise decir cuando hablé de una "auditoría del corazón". Necesito tiempo para mi familia.
No tengo y no pretendo tener las respuestas estratégicas para lo que está por venir, pero una cosa sí sé: seguiré comprometido con una nueva Nicaragua en la que todos los nicaragüenses tengan un futuro humano y digno.
Con respecto a mi nacionalidad, el régimen de Ortega no tiene ninguna autoridad. Es un gobierno ilegítimo, por lo que la acción para mí no tiene implicación alguna. Soy nicaragüense y lo seguiré siendo hoy y siempre
En 2021 la oposición habló de encontrar un candidato único que pudiera desafiar a Ortega. Usted representó a la Unidad Nacional Azul y Blanco. No encontraron la manera de unirse. ¿Por qué fracasaron?
Con respeto, discrepo. En febrero de 2021 los cinco candidatos principales firmaron un acuerdo para ir a unas elecciones primarias, y estábamos a punto de seleccionar un solo candidato cuando nos metieron a todos en prisión.
Pero tiene razón en un punto: no nos movimos lo suficientemente rápido.
Usted ingresó por primera vez a Estados Unidos como un menor no acompañado y acabó recibiendo educación en Florida. Cientos de miles de nicaragüenses tratan hoy de llegar a EE.UU. Con su perspectiva como niño migrante que llegó a ser líder político, ¿cree que los nicaragüenses que salen hoy del país están haciendo lo correcto para ellos y sus familias?
Creo que sí, porque nadie puede llamar propio a un país si no puede perseguir sus sueños, ser libres, garantizar la educación de sus hijos; y lo hacen porque no tienen otras opciones.
Sin embargo, no creo que el mundo pueda resolver nuestros problemas. Los nicaragüenses debemos enfocarnos en tratar de construir un nuevo país.
Para terminar, ¿cree que regresará a Nicaragua? ¿Tiene fe? ¿Volverá a ser políticamente activo?
Sí. Como hombre de fe, creo que volveré a Nicaragua.
No sé si regresaré como político. Me siento cómodo como activista de derechos humanos, como académico, y no estoy preparado para decir que lo haré como político, pero Nicaragua es el país que amo y donde estaré pronto, algún día.