Estados Unidos, y Canadá se alistan de cara a la prevista para 2026 que, según diferentes voces, será más bien una negociación que podría derivar en el fin del acuerdo comercial. Más, cuando a la cabeza en Washington está un presidente que no ha dudado en politizar los y la política comercial y cuando los otros dos socios no han logrado establecer una alianza que les permita enfrentar mejor los embates desde la Casa Blanca.

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Aranceles: ¿amenaza real o imaginaria?

Valeria Moy. Directora general del IMCO

Los tratados de libre comercio tienen detrás horas de negociación sobre qué industrias proteger a través de aranceles o de cuotas. Y si bien los primeros sirven como una estrategia de aislar de la competencia a ciertos sectores, siempre regresan al debate como si fueran una solución fácil a problemas complejos, como lo es en este caso la falta de ahorro de los consumidores estadounidenses.

¿Son una amenaza real para el TMEC? Son más bien una amenaza a las reglas del comercio como las entendíamos hasta ahora. Vivimos en épocas más proteccionistas y quizás los aranceles se vuelvan parte de lo cotidiano, con el respectivo impacto en precios que vendrá. Los aranceles unilaterales generan incertidumbre, frenan inversiones y alimentan la percepción de que las reglas ya no son tan claras como deberían.

Lo más preocupante no es el arancel en sí, sino el clima político que lo rodea. A meses de iniciar la revisión sexenal del T-MEC, el tema comercial se convertirá inevitablemente en bandera electoral. Estados Unidos lo usará para hablar de empleos y seguridad; México, para defender soberanía y crecimiento. Y en ese intercambio, el tratado corre el riesgo de volverse rehén de mensajes de campaña y no de evidencia económica.

¿Se politizará la negociación? Ya lo está. La discusión energética, las reglas de origen del sector automotriz, el acero, el aluminio: todo se mueve con un ojo en la economía y otro en las urnas. Pero politizar no significa necesariamente romper. Si algo ha demostrado el T-MEC es que tiene suficientes mecanismos para sobrevivir a los sobresaltos. Lo que no aguanta es la complacencia. La verdadera amenaza no son los aranceles, sino creer que el tratado se cuida solo.

Para Canadá y México, primero EU

Duncan Wood. Director ejecutivo de Hurst International Consulting

Durante décadas, los responsables políticos y los analistas han planteado la idea de que Canadá y México podrían unirse algún día para contrarrestar el poder de Estados Unidos en la mesa de negociaciones. En teoría, tiene mucho sentido: dos potencias medias con economías profundamente integradas, intereses compartidos y una exposición común a la turbulencia política estadounidense. En la práctica, nunca ha sucedido, y es poco probable que la próxima revisión del T-MEC sea diferente.

Tanto Ottawa como la Ciudad de México se describen mutuamente como “socios estratégicos”, pero estas declaraciones rara vez han tenido un contenido estratégico real. Su relación bilateral se ha caracterizado por una diplomacia cordial, un entusiasmo periódico por la cooperación y una falta casi total de seguimiento. El instinto —por ambas partes— de dar prioridad a la relación bilateral con Washington por encima de cualquier asociación más profunda entre ellas ha demostrado ser notablemente duradero. Cuando los intereses de Estados Unidos cobran importancia, Canadá y México vuelven fielmente a un patrón familiar: mirar primero a Washington y solo a la otra parte cuando les conviene.

Las negociaciones del T-MEC de 2017-2018 dejaron esta dinámica dolorosamente clara. La primera administración Trump aplicó hábilmente la estrategia de “divide y vencerás”, negociando por separado con México y luego con Canadá antes de reunir a las tres partes para el acuerdo final. Ante la intensa presión y las amenazas creíbles, ninguno de los dos países vio la conveniencia de coordinar un frente unido. Proteger el acceso al mercado estadounidense era, y sigue siendo, la prioridad nacional primordial.

No hay motivos para esperar que la revisión de 2026 se desarrolle de forma diferente. Estados Unidos volverá a intentar enfrentar a Ottawa y Ciudad de México, y los incentivos políticos en ambas capitales volverán a apuntar hacia la acomodación en lugar de la alineación. A pesar de años de retórica sobre la cooperación norteamericana, la relación entre Canadá y México sigue careciendo de la fuerza institucional, la confianza y la estrategia compartida necesarias para resistir la presión de Estados Unidos.

El resultado es predecible: Washington liderará y sus socios le seguirán, por separado.

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Cartas fuertes y debilidades, de cara a la negociación

Diego Marroquín Bitar. Investigador del programa de las Américas del Center for Strategic and International Studies (CSIS) y fundador de North America Compass

Durante un siglo, Estados Unidos actuó como estabilizador del orden liberal internacional. Hoy, Washington se convirtió en una potencia dominante y transaccional, dispuesta a subordinar la apertura comercial, sus alianzas e instituciones a un objetivo central: reconstruir su base industrial. El mundo cambió y el comercio dejó de ser neutral.

Para México esto significa navegar un entorno donde la Casa Blanca ejerce mayor discrecionalidad, utiliza instrumentos económicos con fines políticos y condiciona el acceso al mercado estadounidense bajo criterios cambiantes.

La revisión del T-MEC, concebida originalmente como un procedimiento rutinario, se perfila como la negociación más compleja del México moderno. El país llega con cartas fuertes, como su rol emergente como principal socio comercial de Estados Unidos, pero también con flancos abiertos: falta de inversión en seguridad, debilidad institucional para monitorear la inversión china, rezagos en materia de justicia, negligencia en el combate a la corrupción y al crimen organizado y críticas por un trato preferencial a empresas del Estado que genera fricciones con los socios del tratado.

De todos los acuerdos comerciales del mundo, el TMEC es el único que sobrevivió el día de liberación de Trump porque las exportaciones mexicanas que cumplen sus reglas mantienen acceso preferencial al mercado estadounidense. Ese acceso es real pero frágil, incluso si Estados Unidos necesita a México. La pregunta no es si Washington va a presionar, sino si México llegará a 2026 con las instituciones, estrategia y los recursos necesarios para defender sus intereses. La revisión no decidirá solo el futuro del tratado. Decidirá si México está preparado para competir en un mundo donde el comercio deja de ser un terreno de reglas compartidas y se transforma en un tablero de poder.

Integración bajo presión, en la era de los nacionalismos económicos

Scarlett Limón Crump. Analista Internacional

El T-MEC opera hoy en un mundo donde la globalización dejó de ser sinónimo de apertura y se convirtió en un ejercicio de supervivencia estratégica. Estados Unidos, México y Canadá no solo negocian reglas comerciales: negocian sus miedos y tensiones internas, sus ciclos electorales y sus visiones divergentes de desarrollo. Esa fractura política atraviesa cada panel, cada disputa y cada interpretación del tratado.

En Estados Unidos, el nacionalismo económico es hoy un consenso de Estado. Mientras los demócratas apuestan por una política industrial verde y sindicatos fortalecidos, los republicanos impulsan un proteccionismo más agresivo, dispuesto incluso a escalar aranceles y condicionar la integración regional. Aunque sus estilos difieren, comparten una misma lógica: usar el T-MEC como instrumento de control estratégico, una herramienta para reconfigurar su economía y demostrar firmeza interna frente a sectores productivos que exigen certidumbre y protección.

México, frente a esa presión creciente, especialmente la republicana, ha asumido una postura de defensa firme de soberanía. La narrativa se centra en proteger el sector energético estatal, resistir la injerencia en políticas industriales y evitar que el T-MEC se convierta en una herramienta de disciplinamiento político. Esta defensa es popular internamente y estratégica externamente: el país sabe que la oportunidad del nearshoring es enorme, pero también que ceder demasiado debilitaba su margen de maniobra. El desafío es claro: cómo atraer inversión sin renunciar a las palancas de política económica que hoy sostienen su legitimidad interna.

Canadá actúa como el contrapeso técnico. Su apuesta por reglas claras, estándares laborales y estabilidad institucional busca mantener el T-MEC como ancla de previsibilidad en un entorno mucho más volátil.

Al final, la pregunta ya no es cuánta globalización queremos, sino cómo navegamos la globalización en retroceso. Y la respuesta dependerá tanto de las estructuras como de los liderazgos que las interpretan. El T-MEC puede ser refugio o frontera; todo depende de si los tres países deciden negociar desde el miedo o desde una visión compartida de resiliencia regional.

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Tras bambalinas: el papel de China

Renata Zilli. Internacionalista y David Rockefeller Fellow de la Comisión Trilateral

En el comercio internacional los eufemismos rara vez son impolutos. Funcionan como herramientas imprescindibles tanto para abordar temas sensibles como para evitar decir lo obvio en voz alta. En el proceso de revisión del T-MEC encontraremos varios, pero hay dos en particular que exigen toda nuestra atención. El primero será todo lo referente a China. Cuando el T-MEC entró en vigor en 2020, incorporó la cláusula geopolítica 32.10, que obliga a México, EU y Canadá a notificar cualquier intento de negociar un tratado con un país que no sea de “libre mercado”. Es decir, China.

Durante estos casi seis años, Trump y sus ideólogos han tenido tiempo suficiente para observar cómo han evolucionado las importaciones de China. Muchas empresas aprovecharon la coyuntura para trasladar procesos productivos al sudeste asiático, a la India o a México, con el fin de evitar aranceles al exportar directamente desde China a EU. En principio, esta triangulación y la llegada de nuevas inversiones fueron bien recibidas por los beneficiarios del nearshoring. Lo que estos países no anticiparon fue que, con el regreso de Trump, esa euforia tenía los días contados.

Hace un mes, durante una gira por Asia en la que fue recibido con plácemes, Trump firmó acuerdos comerciales con Malasia y Camboya y dejó listo el marco para otro con Vietnam. La novedad de estos acuerdos es que establecen disposiciones según las cuales EU podrá terminar el acuerdo si estos países asiáticos celebran un TLC o un acuerdo económico con un “país que ponga en peligro los intereses esenciales de EU”. Este nuevo giro discursivo debe prender las alarmas en México, pues deja ver que la cláusula geopolítica ha evolucionado hacia un mecanismo más amplio que permite a EU condicionar su intercambio comercial cuando un país (el que sea) “ponga en peligro sus intereses esenciales”. Desde luego, la capacidad de negociación de los países del sudeste asiático fue limitada y no tenían mucho para dónde hacerse. Pero en México, debemos leer esta señal como parte de la lógica que guiará la política comercial estadounidense y del tipo de presión que habrá en la revisión del T-MEC.

El segundo eufemismo, igual de crítico y relevante, consiste en seguir evitando decir lo obvio: que lo que viene para 2026 es una “negociación” y no una simple “revisión”. Es cierto que el texto legal en español señala “revisión” y en inglés, “review”. En francés, incluso se denomina “examen et reconduction” (revisión y renovación). Pero en la práctica, aferrarse a la idea de una revisión somera, a estas alturas, no solo es ingenuo, sino un despropósito que alimenta una narrativa conformista. El mundo no es el mismo que hace seis años, cuando se firmó este tratado, y EU redoblará sus esfuerzos para contener a China o a quien se le atraviese. Si queremos preservar el T-MEC, debemos enfatizar nuestros intereses y hablarles a nuestros socios comerciales sin rodeos y con el lenguaje que ha garantizado el éxito de las negociaciones comerciales de México: el de la técnica. En la historia de la política comercial de México, esa ha sido nuestra mayor fortaleza.

Tratado ¿a cambio de qué?

María Fernanda Rizo Guevara. Internacionalista

Con la vista puesta en 2026, México se prepara para la revisión del T-MEC, el cual ha sido clave para fortalecer la cooperación comercial con Estados Unidos y Canadá. Sin embargo, las primeras pláticas apuntan a un escenario ríspido debido a las demandas del gobierno estadounidense.

La relación entre México y Estados Unidos se encuentra en un momento de tensión que está lejos de ser nueva. Desde el regreso de Donald Trump, han utilizado sanciones económicas como herramientas de presión política, incorporando a la agenda comercial problemas sociales y de seguridad. Más que un instrumento económico, esto puede convertir al T-MEC en una herramienta política debido a objetivos externos ajenos al mercado.

Entre las demandas de Estados Unidos destacan la creación de un mecanismo de respuesta rápida para supervisar violaciones laborales y ambientales, el cumplimiento de derechos sindicales y mayor transparencia en políticas industriales y reglas de origen. También contempla aranceles y sanciones rápidas si México no cumple; esto significa que decisiones soberanas sobre cómo producimos, regulamos y exportamos podrían quedar condicionadas por la presión externa.

Ceder a estas exigencias no solo supone riesgos económicos como mayor dependencia comercial, sino también un reto a la soberanía del país ya que las decisiones que se tomen en la negociación del T-MEC, definirán la capacidad de México para mantener su independencia económica y política frente Estados Unidos.

El T-MEC también puede representar una oportunidad si México negocia estratégicamente. La preservación del acceso preferencial a mercados clave, la consolidación de la estabilidad para la inversión extranjera y el fortalecimiento de cadenas productivas importantes, permitiría al país maximizar los beneficios del tratado y reforzar su competitividad regional.

Sobrevivir al T-MEC no debe significar renunciar a nuestra soberanía. Debe existir un equilibrio entre intereses nacionales y cooperación regional. Esto significa negociar con firmeza y proteger nuestros intereses. Así, México deberá aprovechar las oportunidades del tratado, sin perder su independencia económica ni política, un desafío que se perfila como uno de los más importantes del próximo año para nuestro país.

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¿Pacto trilateral o diversificación? Oportunidades y riesgos

Hiromi Amador, Internacionalista

En los próximos años, México enfrentará una disyuntiva estratégica que definirá su posición económica y geopolítica: apostar por el T-MEC como eje integrador de su comercio o diversificar mediante acuerdos bilaterales con otras potencias y regiones. Ambas rutas ofrecen oportunidades valiosas, pero también riesgos que exigen una lectura crítica y una política exterior más sofisticada de la que hoy existe.

El T-MEC sigue siendo la piedra angular de la economía mexicana: más del 80% de nuestras exportaciones dependen de Estados Unidos y Canadá. Su principal ventaja radica en la certificación jurídica para las inversiones, la integración productiva y el acceso a cadenas de suministro consolidadas. Hoy, esa integración crea oportunidades únicas en sectores como energía limpia, semiconductores y electromovilidad, especialmente frente al fenómeno del nearshoring. Sin embargo, el T-MEC también implica altos costos regulatorios y un margen de maniobra limitado para definir políticas industriales propias. Las consultas abiertas en materia energética y agrícola muestran que el acuerdo puede convertirse en un mecanismo de presión política y económica que condiciona decisiones soberanas.

Frente a esto, la diversificación mediante acuerdos bilaterales con Asia, Europa o América Latina podría reducir la dependencia y abrir espacios de innovación, tecnología y financiamiento. Países como Corea del Sur, Japón o Brasil representan mercados estratégicos para fortalecer cadenas de valor alternativas y ampliar el acceso a nuevos capitales. Sin embargo, esta apuesta no está exenta de riesgos: la fragmentación de prioridades comerciales, la duplicación de reglas de origen y la falta de infraestructura diplomática para negociar. Múltiples tratados podrían dispersar la capacidad del Estado y generar incertidumbre para el sector privado.

México necesita moverse con inteligencia. No se trata de elegir entre un modelo u otro, sino de diseñar una política comercial con visión de largo plazo: mantener el T-MEC como columna vertebral, fortalecer las capacidades regulatorias internas y, al mismo tiempo, construir acuerdos bilaterales que amplíen el margen estratégico sin comprometer la cohesión productiva regional. El reto no es negociar más tratados, sino entender cuál es el destino económico que queremos construir y qué alianzas nos permiten llegar ahí con autonomía, competitividad y estabilidad.

¿Y si no hay acuerdo? El día después

Eduardo Tzili Apango. Profesor-investigador en la UAM-Xochimilco y miembro del COMEXI. Analista de geopolítica y relaciones internacionales.

Si el T-MEC se fractura en 2026, México enfrentaría un giro drástico en la arquitectura económica que ha sostenido su crecimiento en las últimas tres décadas. Más allá de la pérdida de un tratado comercial, ello resultaría en la desarticulación de la plataforma que actualmente permite a Norteamérica competir, producir y negociar como bloque en un mundo marcado por la rivalidad entre Estados Unidos y China.

El vacío sería inmediato; habría incertidumbre regulatoria, freno a nuevas inversiones y un encarecimiento súbito del comercio, especialmente en sectores integrados como el automotriz, electrónicos y manufacturas avanzadas, en los que las reglas de origen del T-MEC han sido el ancla de la regionalización productiva.

Paradójicamente, el fin del tratado no alejaría a China, sino que la acercaría. En los últimos años, empresas chinas han utilizado a México como plataforma exportadora hacia Estados Unidos, aprovechando parques industriales y cadenas ya instaladas. Sin el T-MEC, México perdería capacidad para gestionar, regular y beneficiarse estratégicamente de ese flujo. La región quedaría más vulnerable a presiones tecnológicas, financieras y geopolíticas en un entorno de “interdependencia estratégica” que exige justamente lo contrario –reglas claras, seguridad jurídica y coordinación trilateral.

De ocurrir la terminación del T-MEC, probablemente sucedería una renegociación parcial, acuerdos sectoriales o un retorno a la OMC. Pero ninguno de estos casos sustituiría el peso político ni la función del T-MEC, que es blindar a Norteamérica frente a choques externos y permitirle negociar con China desde una posición coordinada. Sin ese marco, México correría el riesgo de quedar subordinado a la dinámica de dos potencias sin una herramienta propia para impulsar su crecimiento económico.

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