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Miami. “No me deportaron, yo me regresé porque ya no podía vivir con miedo todos los días”, dice María Hernández, trabajadora de limpieza en Nueva Jersey durante seis años, desde Puebla.
Nunca fue detenida, pero el ambiente de hostilidad que se ha desatado en la administración de Donald Trump la llevó a tomar la decisión de volver y reunirse con sus hijos antes de que la situación empeorara.
“Yo ya me veía allá para siempre, cuando llegué me empezó a ir bien, pero con esto de Trump me dio miedo”, dice a EL UNIVERSAL.
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Familias con décadas de vida hecha en Estados Unidos están regresando a su país de origen por su propio pie. No vienen escoltadas ni con papeles de expulsión; son retornos decididos en la intimidad de cada hogar, a veces en silencio, casi siempre con prisa, muchas veces con pérdidas, en medio de llantos y despedidas inesperadas. Lo que cambia de un caso a otro son los lugares, pero no las razones: el miedo persistente que se traduce en ansiedad, los costos de vida al no poder trabajar, los trámites que nunca prosperaron, las señales de que el margen para equivocarse ya no existe; pero particularmente las detenciones violentas de ICE, las redadas inesperadas y las consecuentes deportaciones.
Regina Higuera, trabajadora de costura que vivió 36 años en Los Ángeles, optó por regresar a la tierra que la vio nacer, Guerrero. Su hija contó a este diario: “Nos dolió mucho que sintiera tanto miedo por su seguridad que tuviera que tomar esa decisión, pero al final la apoyamos”. Viajaron por tierra a San Diego y cruzaron por Tijuana y de ahí Regina voló a Acapulco para luego trasladarse a su pueblo; decenas de emociones se mezclan con el duelo de dejar a hijos y nietos.
Aunque el sueño americano ha sido durante generaciones una promesa de movilidad social y prosperidad para millones de inmigrantes en Estados Unidos, encuestas recientes muestran que para la comunidad latina o hispana este ideal se percibe hoy como un horizonte cada vez más lejano bajo la administración Trump.
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De acuerdo con una encuesta realizada por Axios Ipsos junto con Noticias Telemundo, dos de cada tres latinos, es decir alrededor del 65%, consideran que es un mal momento para ser hispano en la Unión Americana; una percepción que ha crecido de manera acelerada en comparación con marzo de 2024, cuando apenas el 40% compartía esa visión. Apenas 4 de cada 10 latinos sienten que Estados Unidos los hace parte de su sociedad.
51% de los encuestados señala que la inflación y el costo de vida son su principal problema; 29% identifica la inmigración y las políticas de deportación como su mayor preocupación, mientras que 26% menciona la atención médica y el endurecimiento de las medidas migratorias que ha generado un clima de temor generalizado. Más de la mitad cree que los esfuerzos de deportación están dirigidos contra todos los latinos sin importar su estatus migratorio.
El impacto de este ambiente hostil se refleja también en la economía familiar; casi la mitad de los encuestados, 48%, ha tenido que modificar de manera significativa su estilo de vida para enfrentar el aumento en los costos básicos y un tercio reconoce que su situación financiera es peor que hace un año. Estos datos contrastan con el papel histórico de los latinos en la economía estadounidense. pues son el grupo que más ha emprendido en la creación de nuevos negocios en los últimos años contribuyendo al empleo y al dinamismo cultural estadounidense, de acuerdo con diversas Cámaras de Comercio locales.
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El sueño americano aparece, entonces, “como un ideal fracturado para quienes constituyen casi una quinta parte de la población de Estados Unidos” dice parte de las conclusiones. La encuesta “no solo mide percepciones, sino que expone un quiebre profundo en la confianza de una comunidad que ve cómo la promesa de integración y prosperidad se convierte en un mito distante; el reto que plantea este panorama es reconstruir un sentido de pertenencia y oportunidad para los latinos y definir si el sueño americano seguirá siendo un proyecto colectivo o quedará reducido a una ilusión cada vez más difícil de alcanzar”, se lee en parte del resumen.
Organizaciones proinmigrantes en Estados Unidos y en México que han hablado con quienes después de toda una vida en suelo estadounidense están regresando, señalan que la primera respuesta que reciben al preguntarles las razones de su partida es el miedo. Se trata de una sensación que no los abandona “y que puede terminar hasta con la salud física y mental del más fuerte” comenta uno migrante a este diario.
En Los Ángeles, la Coalición por los Derechos Humanos de los Inmigrantes (CHIRLA) recopiló y georreferenció 471 operativos confirmados de control migratorio en seis semanas durante el verano, con mayor concentración en vecindarios latinos. Su directora, Angélica Salas, comentó a EL UNIVERSAL que “la flagrante discriminación racial por parte de la administración Trump es claramente visible en este mapa que construimos sobre los operativos en Los Ángeles”. Ese tipo de presión en la calle de agentes sin identificar, camionetas sin distintivos, presencia cerca de escuelas, hospitales, templos y parques, “altera la vida y las rutinas de todos los migrantes y acelera decisiones nunca antes imaginadas” dice Salas.
La segunda respuesta es la asfixia burocrática. Para muchos mexicanos que cruzaron siendo adolescentes o jóvenes y formaron familias en la Unión Americana, el expediente migratorio nunca encontró salida: permisos vencidos, matrimonios que no bastaron, abogados que agotaron caminos. A ese tapón legal se suman miedos inmediatos y domésticos: perder el empleo por operativos o simplemente dejar de ir a trabajar, quedarse sin seguro médico o ya no contar con el apoyo gubernamental, enfrentar una redada camino al trabajo o no querer exponerse a que suceda. “En grandes áreas de este país -Estados Unidos-, esa suma del papeleo que no avanza, los ingresos que ya no alcanzan o se perdieron, la pérdida de la tranquilidad se vuelven razones suficientes para hacer maletas y pensar en regresar [a México]”, subraya la directora de CHIRLA.
También pesa la economía. Aun entre quienes no han tenido un roce con agentes, el cálculo de “quedarse o volver” ocurre en casas donde la renta subió, la gasolina aprieta y la canasta básica no perdona. Encuestas recientes lo retratan, de acuerdo con el sondeo de UnidosUS y Mi Familia Vota (BSP Research) ya habían adelantado que la vivienda, alimentos y empleo encabezaban prioridades de los latinos. La política migratoria incide en el ánimo, pero el bolsillo también empuja en muchos casos.
En la Sierra Gorda de Querétaro, Rogelio Hernández, obrero de la construcción en Houston, optó por regresarse a México en noviembre. La presión económica y la incertidumbre laboral lo convencieron de que era mejor volver a sembrar en su tierra que seguir viviendo con miedo. “Allá todo era incertidumbre; aquí al menos sé que puedo sembrar y que mi familia está conmigo y tenemos qué comer y dónde dormir”, afirmó.
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El chef mexicano Alfredo Linares y su esposa estadounidense cerraron su negocio de comida en Culver City, California, y se marcharon a Jalisco tras dos décadas en California. Alfredo no pudo evitar una enorme tristeza. “Hoy es mi último día aquí en Estados Unidos después de 20 años. Es hora de irme” declaró en medios locales. Meses de operativos, consultas legales sin salida y “la sensación de que quedarnos expone más a la familia que volver, especialmente a mí que soy el único sin papeles”, los llevaron a tomar la decisión.
“En estos momentos la angustia principal es porque la aplicación de la ley [migratoria] no se está respetando, vivimos en una jungla donde la ley que impera es la del más fuerte y ese es ICE; por eso el miedo se vuelve permanente para quienes no tienen papeles y una angustia para sus seres queridos” asegura Salas.
En Los Ángeles, Sergio Hernández y Eleuteria Castillo, con 36 años en Estados Unidos, tomaron el camino de regreso a Puebla. Antes de cruzar, Sergio declaró que “la falta de empleo, las redadas y la amenaza de que nos van a quitar el Medi-Cal” fue lo que llevó a tomar la decisión de volver a México. Detrás de esta decisión hay hijos adultos, nietos estadounidenses y una jubilación que esperan ayude al gastar en pesos.
La despedida de Sergio y Eleuteria tuvo cobertura en medios, pero otras ocurren más en silencio. En Arizona, la familia León Coria decidió “autodeportarse” a Michoacán por temor a perderlo todo. La madre, Sonia, reconoció que no fue fácil. “Nosotros dijimos, pues hay que irnos, ¿a qué nos esperamos, a que nos saquen y no nos llevemos nada?”. Al llegar a la frontera mexicana, sin embargo, se toparon con otra realidad de trámites y pérdida de tiempo y dinero; organizaciones locales los ayudaron a completar el viaje.
Quienes regresan por voluntad son, a menudo, madres y padres con hijos ciudadanos que se quedan; obreros especializados que en la Unión Americana pagaban renta alta por cuartos pequeños; adultos mayores que ya no resisten el sobresalto diario. “Con lo que llegan -a México- es una mezcla de oficio, redes transfronterizas, algo de ahorros y duelo. Es una migración de retorno hecha de decisiones íntimas, pero tejida por las circunstancias en Estados Unidos” dice Salas; “esperemos que logren volver a la vida que desarrollaron en Estados Unidos, una vez que Trump se haya ido y los republicanos dejen la presidencia” concluye.
Volver a México por cuenta propia no equivale, en automático, a obtener una “salida voluntaria” de Estados Unidos con beneficios legales. La National Immigrant Justice Center lo advierte: “Esto es autodeportación y NO es lo mismo que una concesión de salida voluntaria”. De ahí la insistencia de abogados comunitarios para que nadie tome decisiones irreversibles sin asesoría.
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