En muchas panaderías de la Unión Americana ya se hornean pasteles de diversas formas y sabores que llevan la dedicatoria escrita con azúcar: “Feliz día, mamá”, pero en muchas cocinas latinas de Estados Unidos, el horno está apagado, las flores no han sido encargadas y muchas madres están ausentes. Algunas ya no están en su hogar y otras están paralizadas por el miedo. Este 10 de mayo y segundo domingo del mes (cuando Estados Unidos celebra el Día de las Madres) miles de familias inmigrantes lo vivirán con la silla de mamá vacía, o con el temor de que cualquier toque a la puerta podría ponerla en peligro en cuestión de minutos.
Una de las ausentes es Cristina Geraldyn Salazar, madre mexicana de cuatro hijos, incluidas dos gemelas nacidas en Houston, ciudadanas estadounidenses. Fue deportada a Reynosa, Tamaulipas, sin su esposo, sin atención médica adecuada para las recién nacidas.
“La pesadilla empezó cuando nos citaron a la oficina de ICE. Me dijeron que me entregarían unos papeles. Nunca imaginé que saldría de ahí esposada con mis hijas en brazos”. Su abogada, Silvia Mintz, denunció el caso públicamente, “esto es ilegal, es inhumano, es cruel. Mi cliente no tiene antecedentes penales. Está casada con un ciudadano estadounidense. Sus hijas gemelas son ciudadanas estadounidenses. ¿Cómo justifica el gobierno esto?”.
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A principios de febrero, una madre indocumentada fue deportada a México junto con cinco de sus seis hijos. Cuatro de estos niños son ciudadanos estadounidenses. El hijo mayor, también ciudadano, decidió quedarse en EU. Dos de los niños deportados padecen enfermedades graves, una niña de 10 años en recuperación de un cáncer cerebral y un adolescente de 15 años con una afección cardiaca que requiere atención médica constante. La familia fue detenida en un control migratorio en Texas mientras se dirigía a una cita médica de emergencia en Houston. A pesar de presentar cartas de médicos y abogados, fueron arrestados y deportados en menos de 24 horas, sin acceso a asistencia legal ni a sus medicamentos.
El abogado Carlos García, del Texas Civil Rights Project, fue más directo, “esta familia fue deportada mientras trataban de salvarle la vida a su hija. ICE ignoró cartas de médicos, abogados y todos los procedimientos”. Un patrón similar se repite. En abril fue deportada una madre hondureña con sus dos hijos, ciudadanos estadounidenses de cuatro y siete años. El niño padece una forma rara de cáncer en etapa 4 y fue deportado sin su medicación ni posibilidad de consultar a sus médicos tratantes, a pesar de que ICE había sido notificado previamente sobre su condición médica.
El juez federal Terry Doughty expresó en audiencia que “hay una fuerte sospecha de que el gobierno deportó a una ciudadana estadounidense sin el proceso debido”.
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La política trumpiana, respaldado por gobiernos estatales republicanos como el de Ron DeSantis, no distingue edades. En Miami, Heidy Sánchez, madre cubana, fue detenida durante una cita rutinaria y deportada sin su hija lactante de 17 meses, quien sufre convulsiones. Desde Cuba, grabó un video entre lágrimas donde expresa su desesperación, “no me dejaron despedirme, no me dejaron hablar. Yo sólo quiero que ella esté bien y estar con mi hija en el Día de las Madres. ¿Eso es ilegal también?”. Su abogada, Claudia Cañizares, fue tajante sobre este hecho: “Sánchez no es una criminal, tiene sólidos argumentos con bases humanitarias para quedarse. Pero ICE la trató como si se tratara de un paquete que había que devolver”.
Y no son sólo las deportaciones de madres con hijos estadounidenses, en los centros de detención de ICE en la Unión Americana, como Karnes, Dilley o Krome, “madres e hijos sobreviven bajo luces encendidas las 24 horas, en colchonetas delgadas, con escasos pañales, sin pediatras”, describe a EL UNIVERSAL la abogada Elizabeth Carlson, quien representa a madres detenidas en Texas. “Ahí dentro la temperatura es muy baja, muchos menores presentan problemas respiratorios, fiebre o diarrea”, dice. La especialista en inmigración también describe que “los niños están enfermos y las madres están desesperadas. ICE está deteniendo a bebés y menores estadounidenses con sus madres y nosotros recibimos llamadas a medianoche sin saber cómo ayudarlas porque las mueven de un centro a otro sin previo aviso”.
Las cifras refuerzan lo que los testimonios muestran. Del 20 de enero y para finales de marzo, ICE superó los 48 mil detenidos, mujeres y hombres, encerrando a más de 109% de su capacidad real. A esas cifras hay que agregar que, en los primeros tres meses del nuevo mandato de Trump, al menos siete migrantes han muerto bajo custodia de ICE, incluidas dos mujeres. Las condiciones, según organizaciones como AILA y NILC, son inhumanas; el aparato federal no muestra señales de querer mejorar nada.
Tom Homan, actual zar de la frontera, ha reiterado su respaldo a la ofensiva migratoria del presidente Trump. En entrevista para un medio nacional estadounidense, envió un duro mensaje a las mamás inmigrantes: “Tener un hijo ciudadano estadounidense no te hace inmune a nuestras leyes. Las familias estadounidenses se separan todos los días por la aplicación de la ley”. Y sentenció que “si estás en el país ilegalmente [en Estados Unidos], tienes un problema. Hay consecuencias por entrar al país ilegalmente”.
La secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, madre de tres hijos y apenas tercera generación de estadounidenses en su familia, con antecedentes de migrantes noruegos, dijo recientemente durante una conferencia: “El presidente Trump y yo tenemos un mensaje claro para quienes están en nuestro país ilegalmente: ‘váyanse ahora. Si se van ahora, pueden tener la oportunidad de regresar y disfrutar de nuestra libertad’”. Reiteró que “la administración Trump aplicará todas nuestras leyes de inmigración; no seleccionaremos cuáles leyes aplicar. Debemos saber quién está en nuestro país por la seguridad y protección de nuestra patria y de todos los estadounidenses”.
Ese mensaje resuena con brutalidad en los hogares latinos. En Nueva Jersey, Rosa Ávalos, madre peruana sin papeles, dijo a este diario que desde febrero vive encerrada en su casa con sus hijos menores y que “este Día de las Madres, que debería ser especial, no iré a la iglesia, ni saldré porque no hay nada que festejar”; también comentó que ya no lleva a sus hijos a ensayos escolares.
Contó que hace un mes “detuvieron a mi vecina y a su esposo cuando salían de misa. No los he vueltos a ver. Sé que sus niños se quedaron con una tía. Por eso este año nos quedamos [en casa] y no pienso salir”.
En todo el país, madres como Rosa viven un bajo perfil, cancelando citas médicas, dejando trabajos informales, firmando documentos de custodia para sus hijos en caso de detención. Viven sabiendo que un error puede significar una deportación inmediata. Sameer Ahmed, abogado de la ACLU en California, dijo a este medio que “separar a madres de sus hijos ciudadanos no es un error administrativo, es una violación grave de derechos constitucionales. Estamos litigando estos casos porque el daño ya está hecho, pero se pudo evitar y vamos a hacer todo para evitarlo”.
El Día de las Madres este año en la Unión Americana no se celebrará en estos hogares y miles más. No habrá flores ni tarjetas. No porque no haya amor, sino porque no hay libertad. Este 10 de mayo y el segundo domingo del mes, como cada día desde el 20 de enero, ser madre inmigrante en Estados Unidos es un acto de resistencia y de amor puro. La administración Trump podrá negarlas, detenerlas, deportarlas, pero sus hijos, los que aún están aquí o los que viajaron con ellas, seguirán pronunciando la misma palabra con ternura: “Te quiero, mamá”. Y “el día de mañana serán adultos y seguirán siendo estadounidenses, entonces podrán alzar la voz y actuar en consecuencia”, asegura el especialista.