Brasilia.— Fue como un viaje al pasado: Luiz Inácio Lula da Silva inició ayer su tercer mandato como presidente de Brasil, en una ceremonia multitudinaria y cargada de simbolismo, en la que prometió que combatir la desigualdad social será su priodidad, a la vez que hizo un llamado a la unidad y criticó todo lo que suene a bolsonarismo.
El líder progresista, de 77 años, que ya gobernó entre 2003 y 2010, regresó a la Presidencia tras derrotar en unas ajustadísimas elecciones al ultraderechista Jair Bolsonaro, quien no reconoció su derrota y abandonó Brasil el viernes para evitar tener que entregar a Lula la banda pr,esidencial como manda el protocolo.
Una mujer afrodescendiente; una persona con capacidades diferentes, un indígena, un niño negro y un trabajador, en representación del pueblo, subieron con él la rampa del palacio presidencial del Planalto, en Brasilia, y le entregaron la banda presidencia. Lo acompañaban también la primera dama, Rozângela Silva, Janja; el diputado, Geraldo Alckmin, y su esposa, Lu Alckmin. Con Janja iba también Resistencia, la perrita callejera que adoptó la actual primera dama, y en honor a quien se suspendió el espectáculo de 21 cañonazos típico de la investidura.
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Al izquierdista lo arroparon una veintena de jefes de Estado, el mayor número para una toma de posesión en Brasil. Entre estos, figuraron los mandatarios de Argentina, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Honduras y Uruguay, además del rey de España, Felipe VI. Por México lo acompañó, en representación del presidente Andrés Manuel López Obrador, la esposa de éste, Beatriz Gutiérrez Müller.
En un emotivo discurso, Lula dijo que gobernará por los 215 millones de brasileños, no sólo por quienes votaron por él: “A nadie le interesa un país eternamente en guerra. Es hora de volver a conectar con amigos y familiares rotos por el discurso de odio y la difusión de tantas mentiras”, dijo. Abordó los desafíos de la desigualdad y la necesidad de combatirla en momentos en que la pobreza extrema vuelve a crecer. El mandatario se emocionó al hablar del tema e incluso interrumpió su discurso entre lágrimas.
“La vuelta del hambre es un crimen, el más grave de todos contra el pueblo brasileño. Es hija de la desigualdad, que es la madre de todos los males que atrasan Brasil”, manifestó.
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Se refirió a las familias que rebuscan comida entre la “basura” y a las que hacen filas en las puertas de las carnicerías para comer las sobras y raspar los huesos. “Por favor, ayúdenme...”, rogó, a lo que los miles de brasileños congregados en la Plaza de los Tres Poderes respondieron coreando: “Lula, guerrero del pueblo brasileño”.
“Asumo el compromiso ante ustedes de combatir día y noche todas las formas de desigualdades en nuestro país, de renta, de género, de raza, en el mercado de trabajo, en la representación política, en la salud, en la educación”, enumeró.
Criticó el legado de Bolsonaro y prometió reconstruir el país sobre las ruinas que éste le dejó: “Vaciaron los recursos de salud, desmontaron la educación, la cultura, ciencia y tecnología, destruyeron la protección del medio ambiente”, dijo Lula, quiene también reafirmó su compromiso de reducir a cero la deforestación en la Amazonía y retomar las relaciones con América Latina y sacar a Brasil del “aislacionismo”. Advirtió que no quedarán impunes los responsables por el “genocidio” que causó la pandemia de Covid-19 en Brasil, donde murieron casi 695 mil personas, y tachó al de Bolsonaro de “negacionista” y “criminal”.
A Lula le espera un camino cuesta arriba, con un Congreso de mayoría opositora y los brasileños divididos. Según una encuesta del instituto Datafolha, solo 51% considera que Lula gobernará mejor que Bolsonaro.
Por la mañana, la policía detuvo a un hombre que quería entrar al área de la explanada con un cuchillo y fuegos artificiales, y que aparentemente buscaba atacar durante la investidura. No es la primera vez, en una muestra del encono que hay en el país. Hoy, Lula se reunirá con varios de los jefes de Estado que acudieron a su investidura.
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