Miami. La mañana en que Denis Guillén‑Solis fue arrastrado por hombres encapuchados fuera de una clínica en Ontario, nadie pudo hacer nada, pero alguien prendió su cámara del celular. Solo se escuchó su llanto entrecortado, el golpeteo seco de su cuerpo aferrado al marco de la puerta y las súplicas de los empleados que pedían que mostraran una orden judicial. Los agentes de ICE no la mostraron. Como tampoco la mostraron cuando entraron por George Retes, veterano discapacitado; ni cuando detuvieron a Nicolle Orozco Forero con su hijo discapacitado en brazos; tampoco cuando empujaron a Narciso Barranco contra el suelo, aunque sus tres hijos vestían el uniforme de los marines de los Estados Unidos.
Las últimas semanas en la Unión Americana, el tema de migración sigue siendo un mapa de fragmentos humanos. Personas que no esperaban ser detenidas; así fuera indocumentados, residentes o ciudadanos. La violencia que viven los hispanos en Estados Unidos e, incluso, quienes no lo son, pero parecen, se extiende a las calles, las casas, las clínicas, las escuelas, los templos, los juzgados, los autos.
Narciso Barranco; mexicano, 48 años
Fecha de detención: 21 de junio de 2025; Santa Ana, California.
Narciso Barranco llevaba más de veinte años viviendo en California. Sus tres hijos sirven en el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos y uno de ellos se encontraba destacado en el extranjero cuando su padre fue arrojado al pavimento por agentes encapuchados mientras podaba arbustos frente a un restaurante. No se identificaron. No mostraron orden judicial. Solo lo empujaron, lo esposaron con fuerza y lo lastimaron y lo golpearon en la cara mientras otros trabajadores gritaban pidiendo que se detuvieran. Uno grabó el momento. En el video se escucha a Narciso decir que es padre de soldados estadounidenses, que no ha hecho daño a nadie. Ningún agente le interesa lo que dice. El arresto fue tan violento que su rostro terminó con moretones profundos, una ceja partida y un ojo casi cerrado. Fue trasladado a un centro de detención sin contacto consular ni acceso a su abogado. Su familia, al enterarse, inició una campaña pública y gracias a la presión mediática, a las protestas de veteranos y a la intervención de legisladores locales, Narciso fue liberado el 15 de julio bajo fianza de 3,000 dólares. Al salir, no habló de venganza ni de odio, solo del dolor de que sus hijos hayan jurado defender a un país que trató a su padre como basura.
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Carlos Martín González Meza y Óscar Alejandro González, mexicanos, 26 y 30 años respectivamente
Fecha de detención: 7 de julio de 2025; Orlando, Florida.
Carlos Martín y Óscar Alejandro González Meza, dos hermanos mexicanos de 26 y 30 años. Tras una infracción menor de tránsito que en circunstancias normales no hubiera pasado de una multa. Carlos fue arrestado a pesar de tener una visa de turista vigente. Óscar, quien fue a pagar la fianza del auto detenido y a ver cómo podía ayudar a su hermano, también fue detenido a pesar de estar casado con una ciudadana estadounidense.
Ambos fueron entregados a agentes migratorios y trasladados al infame centro de detención conocido como Alcatraz de los Caimanes, un complejo aislado en los Everglades donde pasaron alrededor de 20 días sin ningún tipo de comunicación al exterior. Encadenados de pies y manos, recluidos en celdas hacinadas, bajo calor extremo, plagas y condiciones sanitarias precarias, vivieron un encierro que no correspondía a su estatus legal ni a ningún delito comprobado. Tras el escándalo mediático internacional fueron liberados y repatriados el 28 de julio. Fueron los rostros más visibles del tipo de detención arbitraria y humillante a que están expuestos, incluso, turistas, visitantes.

Denis Guillén‑Solís; hondureño, 30 años
Fecha de detención: 8 de julio de 2025, Ontario, California.
Eran poco después de las nueve de la mañana cuando Denis Guillén-Solís, trabajador de mantenimiento y padre de familia, acudió a una clínica comunitaria para acompañar a un amigo a una cita médica. Apenas había cruzado el umbral del edificio cuando agentes federales encapuchados y vestidos de negro irrumpieron sin identificarse, lo rodearon y comenzaron a forcejear con él. Denis, confundido y aterrado, se aferró con todas sus fuerzas al marco de la puerta principal mientras sollozaba y gritaba que no sabía qué pasaba. El video grabado por empleados de la clínica mostraba su cuerpo temblando, sus manos sujetas a la madera como si esa puerta fuera la única frontera que lo mantenía unido a su vida. Adentro, el personal médico exigía una orden judicial. Lo que siguió fue una escena dolorosa: los agentes lo forzaron a separar sus manos de la puerta, presionaron su rostro contra el suelo y luego se lo llevaron arrastrado, fuera del edificio ante la mirada impotente de testigos que solo pudieron ofrecerle dignidad a través de una cámara. Denis no tiene antecedentes penales, no representa ningún riesgo, no huía ni se escondía. Solo estaba ahí, como cualquier otro ciudadano, ejerciendo el derecho simple de acompañar a un ser querido al médico. Hasta la fecha, ICE no ha divulgado la ubicación de su centro de detención ni ningún avance público en su caso.

George Retes; estadounidense veterano de guerra, 67 años
Fecha de detención: 8 de julio de 2025; Camarillo, California.
A sus 67 años, George Retes ya no tenía la movilidad de antes. Sus rodillas lastimadas, su visión disminuida y las secuelas de una operación de columna lo mantenían en un ritmo pausado, pero digno. Como veterano del ejército estadounidense, se creía a salvo en Estados Unidos, su nación, pero terminó siendo esposado con violencia, rodeado de armas largas y confundido con un inmigrante sin papeles. La mañana del 8 de julio, durante una redada masiva en los invernaderos de Camarillo, agentes de ICE irrumpieron con uniformes tácticos, helicópteros sobrevolando y el estruendo de comandos gritando en español. George, que trabajaba ahí como contratista de seguridad, alzó las manos e intentó explicar que era ciudadano estadounidense, que había servido al país, que tenía documentos. Pero no lo quisieron escuchar. Lo tiraron al suelo, le colocaron rodillas en la espalda, lo esposaron con fuerza desmedida y lo arrastraron frente a otros trabajadores que tampoco entendían qué ocurría. Durante más de ocho horas permaneció incomunicado, esposado, sin acceso a medicamentos ni al uso del baño. Solo cuando una supervisora del lugar mostró copia de su número de Seguro Social y su identificación militar, los agentes comenzaron a dudar. Fue liberado esa misma noche, pero el daño ya estaba hecho.

Jaime Alanís García; mexicano, 41 años
Fecha de los hechos: 10 de julio de 2025; Camarillo, California.
A las 6:18 de la mañana del 10 de julio, mientras el sol apenas tocaba las copas verdes del invernadero, Jaime Alanís García ya estaba trabajando. Llevaba semanas podando plantas de cannabis medicinal en uno de los complejos de cultivo más grandes del condado de Ventura. Vivía al día, dormía en el tráiler del mismo rancho y mandaba dinero a México cada que podía. Nunca imaginó que esa mañana, en lugar de regresar a su cama improvisada, su cuerpo terminaría roto al pie de una plataforma de carga. Cuando los helicópteros comenzaron a rugir en el cielo y los agentes armados descendieron sin previo aviso, Jaime corrió. No era un criminal, no estaba armado, no tenía antecedentes. Corrió porque tenía miedo. Pensó que quizás si se escondía entre los pliegues del invernadero podría evitar la detención, la separación, la vergüenza. Pero resbaló. Desde unos 9 metros de altura, cayó de espaldas sobre el concreto. El golpe le fracturó el cráneo, le partió las cervicales, le reventó una arteria. Murió sin poder pronunciar nada. Ningún agente le apuntó, pero ellos lo mataron. Su muerte no detuvo el operativo. Lo cubrieron con una lona y siguieron arrestando a otros 203 jornaleros. Días después, su nombre apareció en una lista y ya. Nada más. Ni su historia. Ni su temblor. Ni su caída. Ni su vida.

Nicolle Orozco Forero; colombiana, 36 años
Fecha de detención: 10 de julio de 2025; Texas.
Nicolle Orozco Forero había construido una rutina de confianza con decenas de familias estadounidenses, les cuidaba a sus hijos. Era una de esas cuidadoras esenciales que conocen los gustos, las alergias, los miedos y los sueños de los niños que protegen como propios. No tiene historial criminal, pero sin saberlo, su vida fue interrumpida brutalmente. Mientras preparaba a su hijo de seis años, quien padece una discapacidad severa, para acompañarla a una jornada más de trabajo, agentes federales irrumpieron en su domicilio; de inmediato la detuvieron y la esposaron. Le dijeron que era detenida por violar su estatus migratorio, que su hijo sería entregado al sistema si no había otro adulto responsable. Nicolle no tuvo tiempo de explicarse. Su hijo, incapaz de comprender, se aferró a su brazo mientras ella intentaba tranquilizarlo, sin éxito. Los agentes no cedieron. Se la llevaron con su hijo a cuestas. Las familias para las que trabajaba no supieron qué hacer. Algunas acudieron a la estación de ICE a pedir explicaciones. Nicolle no era famosa, ni política, ni activista; solo era una madre trabajadora, indispensable para muchos, invisible para el sistema. Su detención dejó huecos no solo donde fue su hogar, sino en cada uno de los hogares donde ella significaba estabilidad, ternura y afecto. Las últimas noticias señalan que ella, su esposo y sus dos hijos fueron trasladados a un centro en Texas y después de varias semanas deportados a Colombia.

Paola Clouatre; mexicana, 34 años
Fecha de detención: 25 de julio de 2025; Monroe, Luisiana.
Paola Clouatre llegó a su cita migratoria con su hija en brazos y el corazón tranquilo; llevaba años casada con un veterano del Marine Corps estadounidense, tiene tres hijos nacidos en Estados Unidos y su solicitud de residencia estaba en trámite. Pero esa mañana, en la oficina de USCIS, lo que debía ser un paso más hacia la legalidad se convirtió en una emboscada. Dos agentes de ICE la esperaban en silencio. Apenas cruzó la puerta, le exigieron entregar a su bebé. Paola se aferró a su hija, suplicó, explicó que no había nadie más que pudiera hacerse cargo. No importó. Se la llevaron así, con la criatura llorando, su bolso lleno de papeles ordenados y el pecho aún húmedo de leche materna. Durante semanas estuvo encerrada, sin poder abrazar a sus hijos, sin acceso a visitas, con un grillete en el tobillo y una orden que la convertía en amenaza sin haber cometido delito alguno. En un país por el que su esposo combatió, a ella la trataron como enemiga. La liberaron gracias a la presión pública, pero en su casa el miedo llegó para quedarse.
