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En 2022, tras ocho años de romance, se dio a conocer el fin de la relación que sostenían Mario Vargas Llosa y la periodista y presentadora de televisión Isabel Preysler.
La modelo, expareja del cantante español Julio Iglesias, se enamoró de Vargas Llosa en 2015, un año después de la muerte de su esposo Miguel Boyer, exministro de Hacienda y Comercio de España.
El romance terminó de una manera turbulenta debido a los celos de él, según detalló la prensa del corazón de la socialité en su momento.
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La vida amorosa de Vargas Llosa comenzó temprano. Para desconsuelo de su madre y furia de su padre, Vargas Llosa se casó muy joven, a los diecinueve años, con su tía política Julia Urquidi Illanes, 10 años mayor que él. El parentesco del escritor con Urquidi Illanes, la célebre tía de La tía Julia y el escribidor, se explica porque la hermana mayor de Julia, Olga Urquidi, se había casado con Luis “Lucho” Llosa Ureta, tío del futuro Nobel. Luego de unos inocentes paseos y encuentros, el sobrino y la tía divorciada iniciaron una relación clandestina que derivó en escándalo familiar y una boda secreta en 1955.
Al divorciarse en 1964, el escritor le cedió a Urquidi los derechos de su primera novela, La ciudad y los perros, “en compensación de pensiones, de manera irrevocable”. Ambos mantuvieron una relación amable hasta 1977, cuando se publicó la novela semiautobiográfica La tía Julia y el escribidor. A partir de entonces el vínculo de la expareja fue tenso y empeoró aún más cuando Urquidi publicó, en 1983, Lo que Varguitas no dijo. Vargas Llosa le retiró a su exmujer los derechos de la novela y, a cambio, le ofreció una cantidad de dinero. Desde la agencia literaria Carmen Balcells, que representa a Vargas Llosa, se describió a Urquidi como una clienta “advenediza y muy insistente”, y en su libro de memorias El pez en el agua, el autor revela que, pasado el tiempo, el amor que había sentido por Julia Urquidi simplemente se había acabado.
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La tía Julia y el escribidor se convirtió en una telenovela dirigida por David Stivel a principios de los años 1980, protagonizada por la actriz peruana Gloria María Ureta y el colombiano Víctor Mallarino. En esa teleficción, Urquidi no quedaba muy bien parada, y eso la motivó a escribir su libro de memorias Lo que Varguitas no dijo, donde narra su relación con el escritor y el divorcio, y se atribuye incluso la “maternidad” del éxito literario de su sobrino y exmarido. “Yo lo hice a él -declaró años después al diario boliviano El Deber-. El talento era de Mario, pero el sacrificio fue mío. Me costó mucho. Sin mi ayuda no hubiera sido escritor. El copiar sus borradores, el obligarlo a que se sentara a escribir. Bueno, fue algo mutuo, creo que los dos nos necesitábamos”.
Un año después de la separación de la “tía Julia”, Vargas Llosa se unió a quien sería el amor de su vida y madre de sus tres hijos, Patricia Llosa Urquidi, prima del autor y sobrina de su tía y primera esposa. Los genealogistas nunca dejarán de agradecer las ramificaciones de la familia del escritor hispano-peruano. En esa oportunidad, ella tenía diecinueve años y él, diez años más.
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En 1966 la familia se instaló en Londres: Vargas Llosa daba clases en el Queen Mary College y escribía una nueva novela, y Patricia se ocupaba del primer hijo de la pareja, Álvaro. La agente literaria española Carmen Balcells insistió, con éxito, en que debían mudarse a Barcelona, donde vivieron de 1970 a 1974. “Renuncia a tu puesto en el college, ven a Barcelona y dedícate a escribir”, fue la orden que le dio.
Durante los cincuenta años de relación, Patricia Llosa fue, además de esposa, secretaria y portavoz del escritor, que le dedicó sinceras y emotivas palabras al recibir el Nobel de Literatura en 2010. “El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir -dijo Vargas Llosa ante la Academia Sueca-. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: ‘Mario, para lo único que tú sirves es para escribir’”. El matrimonio concluyó en 2015.
Vargas Llosa y Preysler se conocían desde la década de 1980. “Vi por primera vez a Mario en Saint Louis, Missouri, cuando lo entrevisté en el año 1986 para ¡Hola!”, contó Preysler, que en ese entonces era la esposa de Boyer. “A partir de entonces, Miguel y yo entablamos una buena amistad con Mario y su mujer, que se ha mantenido durante todos estos años”. El romance se oficializó en 2015, cuando la flamante viuda y el Nobel viajaron juntos a visitar al entonces príncipe Carlos de Inglaterra en el palacio de Buckingham. Vargas Llosa acababa de celebrar las bodas de oro con su mujer, hijos y nietos en Nueva York. Una vez confirmado el romance con Preysler, no hubo vuelta atrás.
Tal vez más que sus parejas, la mujer que impulsó la triunfal carrera literaria de Vargas Llosa fue la agente literaria Carmen Balcells, una de las artífices del boom de los escritores latinoamericanos. Ella se encargó de que sus ensayos y novelas fueran traducidos a otras lenguas, sin contar las sumas de dinero que obtenía en calidad de derechos de autor y anticipos (que, en el caso de Vargas Llosa, iban a parar a la cuenta bancaria Mapasa: Ma por Mario, Pa por Patricia y, en cuestiones de negocios, la inevitable sílaba SA). Según declaró el escritor, los años barceloneses fueron los más felices de su vida. Cuando Balcells lo visitó en Lima, viajaron juntos a Iquitos para participar de un ritual chamánico en el que bebieron ayahuasca.
“A Carmen la llamaron traidora, pesetera, innoble saboteadora del gay saber, literaturicida y muchas cosas más -dijo Vargas Llosa sobre su agente-. Ella derramaba lágrimas pero no daba su brazo a torcer. Siguió defendiendo a los autores por más conspiraciones que le pudieran montar”.
aov/mgm