Madrid.- La explosión del pasado mes de agosto en el puerto de Beirut que arrasó parte de esta capital dejando un saldo de 200 fallecidos, puso de nuevo al Líbano bajo los focos internacionales.
Sin embargo, el país árabe no tardó en volverse invisible de nuevo, a pesar de que su población se halla cada vez más polarizada y empobrecida. La crisis del Líbano no sólo tiene un carácter económico y social, también afecta al ejercicio de la política. Por ello, el desapego hacia las instituciones por parte de amplios sectores de la ciudadanía es un fenómeno cada vez más creciente.
La conocida en el pasado como la Suiza del Medio Oriente está enclavada en una de las zonas más conflictivas del planeta; y hace tiempo que ofrece síntomas de cansancio. La explosión de Beirut sólo precipitó los acontecimientos, obligando a la dimisión del gobierno que se vio desbordado por las protestas que surgieron ante la incapacidad de las autoridades para hacer frente a la tragedia y su falta de transparencia, lo que agravó aún más la crisis en el país árabe.
"Los mecanismos de corrupción son más grandes que el Estado", reconoció amargamente el primer ministro de El Líbano, Hassan Diab, al anunciar la renuncia de todo su gabinete. El gesto del gobernante reflejaba el agotamiento de buena parte del sistema, incluida la fórmula para distribuir el poder heredada de la etapa colonial francesa y que ha regido durante décadas, estableciendo un reparto de cuotas entre las comunidades religiosas (cristianas y musulmanas), que conviven en el país.
A finales de 2018, The Economist señalaba las enormes dificultades que existen en el Líbano para llevar a cabo políticas de consenso y hacer más diligente la administración del Estado.
"La política en Líbano opera lentamente. Tomó dos años y medio para que el país eligiera a su actual presidente, nueve años para que realizara elecciones parlamentarias y 12 años para aprobar el presupuesto", alertaba la revista en referencia a las múltiples trabas burocráticas que impone una Constitución que, según los expertos, debería ser actualizada.
En el país árabe confluyen intereses variados y muchas veces contrapuestos, lo que hace que su problemática sea multidimensional.
“La situación actual no es muy distinta de la que existía hace meses, o incluso años, en el contexto político nacional, regional e internacional. Líbano no es un Estado independiente, más bien es un Estado fallido que refleja una inestabilidad casi permanente, no sólo a nivel de gobierno, sino también a nivel social”, señala a EL UNIVERSAL Najib Abu Warda, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
“Lo que ocurre en El Líbano no es casual; responde a agendas regionales e internacionales. El país es como un espejo que refleja la enorme inestabilidad de una zona en la que intervienen países con intereses muy distintos, como Estados Unidos, Francia, Irán, Siria, Arabia Saudita, Israel o Turquía; y cada uno de ellos con su agenda”, agrega el especialista en Medio Oriente, luego de subrayar que los problemas económicos, políticos y sociales están interrelacionados.
“Mientras países como Arabia Saudita inyectan millones de dólares a determinados grupos, Irán juega también sus cartas y apoya a Hezbolá, un partido sólido y estratégico que es determinante para alcanzar la estabilidad en el país. En Líbano es necesario invertir en términos económicos para tener un rol más o menos relevante”, aclara.
El profesor de la UCM reconoce que es difícil imaginar un consenso entre todos los actores internacionales que actúan en Líbano y que manejan agendas mucho más fuertes que las de los propios libaneses.
“La estabilidad necesita comprensión y consenso entre todos los libaneses; pero simultáneamente tiene que coincidir con la voluntad y la capacidad de los actores regionales e internacionales. Y eso es casi imposible de alcanzar a corto o medio plazo, por lo que creo que el país seguirá en la zozobra durante mucho tiempo. Reconstruir es siempre mucho más difícil que destruir”, recalca el académico.
Líbano es una tierra tradicionalmente hospitalaria, como muestra la acogida de más de 2 millones de refugiados sirios que en los últimos años huyeron de la guerra civil en su país. También dio cobijo en su momento a más medio millón de palestinos errantes.
“Líbano sigue siendo el país más democrático de todo Oriente Medio, incluido Israel. A pesar de la complejidad del escenario y de los factores externos, el libanés sigue siendo el más formado, el que mejor maneja la política. Son auténticos ciudadanos en su país. El nivel de libertades y ejercicio político es alto, sobre todo si lo comparamos con el que existe en la región”, concluye el experto.
A principios de diciembre, y ante la situación de emergencia del país árabe, se celebró la Conferencia Internacional en Apoyo a la Población Libanesa, un foro que tiene como objetivo evaluar el respaldo internacional al país tras la explosión de Beirut y sus secuelas. Entre otras metas, este foro busca combatir la corrupción y reconstruir la confianza, además de proteger a los grupos sociales más vulnerables ya que la deflagración, además de heridos y víctimas mortales, dejó a 300 mil personas sin hogar, la tercera parte de ellas menores de edad.
El evento, convocado por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y por el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, contó con la intervención de dirigentes de 32 países y 17 organizaciones internacionales.
Para combatir el difícil contexto actual, el nuevo gobierno libanés debe ser capaz de implementar una hoja de ruta integral de reformas, advirtieron los líderes que participaron en la conferencia internacional.
La presencia de 13 mil efectivos de Naciones Unidas en el sur del territorio con la misión de velar por el mantenimiento de la paz, recuerda que El Líbano se halla en una zona altamente conflictiva, con Siria e Israel, dos enemigos irreconciliables, haciendo frontera con el país de los cedros.
En este escenario degradado a casi todos los niveles, restan todavía por esclarecer las causas de la explosión en Beirut, así como identificar a los culpables del siniestro, lo que contribuye a reforzar el desencanto de los libaneses.