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Miami. A sus 69 años, Robert Francis Prevost Martínez ha recorrido un largo camino. Nacido en los barrios del sur de Chicago, pero misionero en Perú, defensor de los pobres y de los migrantes, pastor y a la vez intelectual (es matemático, con maestría en Divinidad por la Universidad Teológica de Chicago), de bajo perfil y voz pausada, pero carácter afable, intermediario y gestor de puentes. Y ahora, jefe de la Iglesia católica, un desafío que decidió emprender bajo el nombre de León XIV.
Mucho antes de ser cabeza de la Iglesia, Prevost fue un extranjero que se volvió local en los rincones más olvidados de América Latina.
Nació en Chicago el 14 de septiembre 1955, en el suburbio de Dolton. Hijo de Louis Marius Prevost, director escolar, veterano de la segunda guerra mundial, con ascendencia francesa e italiana; y de Mildred Martínez, bibliotecaria de ascendencia española.
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Habla inglés, español, italiano, francés, portugués y puede leer en latín y alemán.
Prevost fue monaguillo, seminarista y, finalmente, sacerdote de la Orden de San Agustín, ordenado en Roma en 1982. Pero su ministerio no se consolidó en los pasillos europeos de la Iglesia ni en los templos monumentales de Estados Unidos.
Fue enviado a Chulucanas, donde se desempeñó como canciller de la Prelatura Territorial entre 1985 y 1986. Después de un breve regreso a Estados Unidos como director vocacional y de misiones para la provincia agustiniana de Chicago (entre 1987 y 1988), volvió a Perú. Durante los siguientes diez años, dirigió el seminario agustiniano en Trujillo. En total, pasó casi cuatro décadas -interrumpidas- en el país latinoamericano, consolidando una identidad que ya no cabía en un solo pasaporte.
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Perú no fue solo un destino pastoral. Fue su casa, su escuela y su espejo. Vivió entre seminaristas, campesinos, jóvenes vulnerables y comunidades marcadas por la pobreza y la exclusión. Enseñó derecho canónico, pero también aprendió de la precariedad, del abandono estatal y de la fe vivida sin solemnidades. Fue prior de los agustinos, rector, acompañante de procesos eclesiales y un defensor comprometido de la sinodalidad práctica antes de que esa palabra entrara en los documentos pontificios. “Yo vine a enseñar teología, pero la gente me enseñó qué significa encarnarla”, dijo años después.
A lo largo de su vida como Prior General de los Agustinos (2001–2013), Prevost recorrió el mundo entero, pero su paso por México lo marcó. Visitó Puebla en 2003 y 2009, participó en foros vocacionales en Querétaro en 2010 y asistió al Congreso Internacional Agustiniano de Guadalajara en 2012. En esas visitas predicó sobre comunidad, austeridad y reforma espiritual. En Puebla, ante un auditorio de jóvenes religiosos, dijo que “el mundo no necesita más estructuras, necesita almas abiertas al sufrimiento del otro”. Su cercanía con México, desde lo pastoral y lo formativo, fortaleció la red agustiniana y consolidó su mirada sobre la Iglesia latinoamericana, en diálogo constante con la realidad social.
En 2014, el papa Francisco, a quien Prevost conoció como el arzobispo argentino Jorge Mario Bergoglio, lo devolvió al Perú como obispo de Chiclayo, donde su estilo directo, fraterno y comprometido lo distinguió de sus contemporáneos. Impulsó proyectos educativos para zonas rurales y se convirtió en una figura confiable entre obispos, clero y laicos. En enero de 2023, Francisco lo nombró Prefecto del Dicasterio para los Obispos, uno de los cargos más influyentes de la Curia Romana; y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, lo que reforzó su papel como intermediario entre Roma y el continente que lo formó, América. En septiembre del mismo año, Francisco lo hizo cardenal.
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Defensor de los valores tradicionales -no comulga por ejemplo con las ideas de Francisco acerca de la comunidad gay-, de la familia, en ese cargo mostró su capacidad para manejarse entre progresistas y conservadores, sin caer en extremos ideológicos, una habilidad que no pasó desapercibida para los cardenales que este jueves lo eligieron. Tampoco otra: sus esfuerzos por acercar a los jóvenes a la Iglesia.
En algún momento, Prevost fue señalado por supuesto encubrimiento de sacerdotes acusados de abusos sexuales, algo que la diócesis de Chiclayo negó, señalando una presunta campaña de desprestigio tras la cual estaba un exarzobispo molesto con Francisco por su guerra contra los abusos y maniobras financieras opacas en la Iglesia.
En Chicago, Prevost también fue blanco de críticas por haber permitido que un sacerdote -James Ray- acusado de abuso de menores residiera en el convento St. John Stone Friary en Hyde Park, Chicago, cercano a una escuela primaria.
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Cuestionado sobre los casos de abusos sexuales en la Iglesia, Prevost ha reclamado “transparencia” y “acompañamiento a las víctimas”.
Aunque el presidente estadounidense, Donald Trump, estalló en júbilo por la elección de Prevost, el jerarca ha sido muy claro en su rechazo a las políticas antiinmigrantes de la actual administración.
En febrero de 2025, a solo tres meses del cónclave, compartió un artículo titulado “J.D. Vance está equivocado: Jesús no nos pide que clasifiquemos nuestro amor por los demás”. La crítica respondía a declaraciones del vicepresidente, quien defendía que el amor cristiano debía priorizar a los ciudadanos estadounidenses por encima de los inmigrantes. El entonces cardenal Prevost no necesitó agregar más, su historia personal lo desmentía todo. Ya como obispo, había cuestionado las deportaciones masivas bajo la administración Trump y preguntado, en una declaración reproducida por The 19th News, “¿No ven el sufrimiento?”.
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En América Latina, la elección de Prevost fue leída como un reconocimiento simbólico de la centralidad pastoral del sur global. El cardenal brasileño Odilo Scherer declaró que “el papa León XIV representa una Iglesia que ha vivido entre los pobres y que ahora habla con la autoridad de la experiencia”.
La elección del nombre, León XIV, tampoco fue casual. Evoca al Papa León XIII, reformista social y autor de la encíclica Rerum Novarum, que abrió las puertas de la doctrina social de la Iglesia en el siglo XIX. El nuevo León llega también en tiempos de reconfiguración mundial: polarización política, colapso ecológico, descrédito eclesial. Pero no ha llegado con promesas, sino con una práctica larga, silenciosa y coherente. “Será un pontificado de escucha, no de proclamas”, dijo la teóloga italiana Serena Noceti; “lo que Robert ha hecho toda su vida es caminar junto a los que no tienen voz”.
“No es un Papa estadounidense. Es un latinoamericano que habla inglés”, resumió desde Argentina el sacerdote jesuita Gustavo Irrazábal.
Hoy, mientras se alista su primera encíclica y mientras en Estados Unidos se debate si su perfil incomoda o enorgullece a la administración, León XIV representa algo inédito, un pastor que ha vivido lo que predica, que conoce la frontera no como metáfora sino como territorio y que carga sobre los hombros no la tradición de Roma, sino el polvo de Trujillo y Chiclayo, así como el asombro de su barrio Dolton, en Chicago.