Por Luisa Corradini

Roma- Desde el trono de Pedro, el tendrá que enfrentar numerosos desafíos. No solo dentro, sino sobre todo fuera de la Iglesia. Según las últimas cifras del Vaticano, más de 1 mil 400 millones de personas en el mundo son católicas.

Esto representa aproximadamente el 17% de la población mundial. Una cifra que, a riesgo de ser irrespetuoso, lo transforma en el primer “influencer” global. Pero, ¿cuál es el verdadero poder de un Papa?

A lo largo de la historia, los papas han tenido el poder de lanzar cruzadas o de coronar a los soberanos más poderosos de Europa. Si bien este período de la hiperpotencia ha quedado atrás, el soberano pontífice sigue cumpliendo una doble función: jefe de la , pero también jefe de Estado del Vaticano.

Como jefe de la Iglesia católica, el Papa debe transmitir la fe auténtica y enseñar la palabra de Cristo a todos los católicos repartidos en los cuatro rincones del mundo. En teoría, el Papa tiene un poder espiritual absoluto, pero también tiene el papel de velar por la unidad de la Iglesia. La misión es delicada, ya que la Curia, el gobierno del Vaticano, suele estar siempre dividida entre conservadores y reformadores.

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Al centro de esas tensiones conviven dos visiones complementarias, pero a veces opuestas. Por un lado, el enfoque doctrinal, que da prioridad a la claridad de la norma frente al relativismo contemporáneo. Del otro, la perspectiva pastoral, que privilegia un discernimiento adaptado a las situaciones particulares, tratando ante todo de hacer audible el mensaje evangélico.

Francisco privilegió la segunda opción, siendo acusado por muchos de haber provocado una amplia brecha entre doctrina y pastoral. Homosexualidad, contracepción, bioética son todos temas conflictivos que el nuevo Papa tendrá que tratar ante la mirada atenta de una Iglesia dividida.

El ataúd del papa Francisco es llevado delante de dignatarios, incluidos el presidente de EU, Donald Trump, y el de Francia, Emmanuel Macron, durante su funeral en la Plaza de San Pedro en el Vaticano. Foto AP
El ataúd del papa Francisco es llevado delante de dignatarios, incluidos el presidente de EU, Donald Trump, y el de Francia, Emmanuel Macron, durante su funeral en la Plaza de San Pedro en el Vaticano. Foto AP

El trabajo del Papa

Para hacer pasar su visión de la Iglesia, el Papa dispone de numerosas herramientas: redacta encíclicas, celebra misas, firma decretos y pronuncia discursos. Y ahora también publica en las redes sociales. Sin embargo, si bien puede dar una dirección, no puede decidir todo solo. Le es imposible, por ejemplo, alterar unilateralmente el dogma de la Iglesia sobre temas muy sensibles sin el apoyo de la Curia.

El Papa puede organizar sínodos, asambleas donde los obispos y a veces los laicos intentan ponerse de acuerdo sobre grandes temas. No obstante, no siempre tiene éxito. Así, el sínodo sobre la familia en 2015 no llegó a un consenso sobre la cuestión de la homosexualidad.

El Papa también juega un papel importante en la elección de su sucesor. Porque siendo el “obispo de Roma”, el primero de todos, le corresponde el privilegio de elegir a los demás obispos y cardenales. Consecuencia más reciente: 108 de los 133 cardenales electores reunidos en el cónclave esta semana fueron nombrados por Francisco.

El cardenal Pietro Parolin (izq.) y otros purpurados en una misa en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. Foto: EFE
El cardenal Pietro Parolin (izq.) y otros purpurados en una misa en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. Foto: EFE

El Papa, jefe del Estado vaticano

Pero, además, el soberano pontífice dirige uno de los Estados más pequeños del mundo. Y como tamaño no es sinónimo de eficacia, la verdad es que el Papa está al frente de una de las diplomacias más eficaces del planeta. El Vaticano tiene relaciones oficiales con 184 Estados e infinidad de dirigentes recurren a él en momentos de crisis.

La Santa Sede cuenta con 120 embajadores, 5 mil 300 obispos y 400 mil sacerdotes que hacen llegar sus observaciones de campo. De este modo, el Papa es uno de los hombres mejor informados del planeta. Con semejante red, ha ocurrido que sus esfuerzos diplomáticos dieran sus frutos.

En 2016, el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos se realizó bajo la supervisión del papa Francisco. En 1979, la mediación de Juan Pablo II condujo a la paz entre Chile y la Argentina. Ese peso diplomático no consiguió, sin embargo, terminar con la guerra en Ucrania, a pesar de los múltiples llamados en favor de la paz de Francisco.

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump y su esposa, Melania, se reúnen con el papa Francisco durante su audiencia privada celebrada en el Vaticano. (EFE)
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump y su esposa, Melania, se reúnen con el papa Francisco durante su audiencia privada celebrada en el Vaticano. (EFE)

La Santa Sede tiene el estatus de observador permanente ante las Naciones Unidas, lo que le garantiza una silla en una de las mesas de decisión más influyentes del planeta. Y aunque no tiene derecho a voto, puede participar en las reuniones e influir en las discusiones.

En 2015, antes de la firma del acuerdo de París sobre el clima, Francisco criticó lo que llamó “la indiferencia arrogante” de quienes colocan los intereses financieros por encima de los esfuerzos para salvar el planeta. La forma y el momento de esta intervención fueron considerados particularmente útiles para los países del Sur.

“El Concilio Vaticano II, en los años 1960, durante el cual la Iglesia realizó una revisión crítica de sus enseñanzas y orientaciones, marcó un compromiso en defensa de los derechos humanos y la libertad religiosa, que puede ser considerado un significativo avance”, afirma el profesor Dave Hollenbach del Centro Berkley para la Religión, la Paz y los Asuntos Internacionales en Estados Unidos.

Hollennach cita los trabajos del politólogo Samuel Huntington, según los cuales “durante el pontificado de Juan Pablo II, hasta el inicio del de Francisco, tres cuartas partes de los países que pasaron del autoritarismo a la democracia tenían una fuerte impronta católica”.

“Todo comenzó con la transición en España y Portugal, que se alejaron de los regímenes de Franco y Salazar, y luego se extendió a América Latina. El fenómeno alcanzó después países como Filipinas y Corea del Sur, donde la presencia católica también es importante”, explica Hollenbach, parafraseando a Huntington.

A su juicio, la acción Juan Pablo II permitió abrir el camino a la democracia en su Polonia natal y “finalmente contribuyó al colapso de la Unión Soviética y a la difusión de la democracia en diversas partes de su antiguo imperio”.

Sin embargo, el Vaticano no siempre logra influir en los líderes mundiales. Cuando el vicepresidente estadounidense JD Vance —practicante de un catolicismo radical— utilizó argumentos teológicos para justificar la política migratoria del gobierno de Donald Trump, Francisco escribió una contundente carta recordando que Jesús también fue un refugiado.

El presidente ucraniano Volodimir Zelensky durante una reunión bilateral con el papa Francisco, en el segundo día de la cumbre del G7, en Borgo Egnazia, sur de Italia. Foto: EFE
El presidente ucraniano Volodimir Zelensky durante una reunión bilateral con el papa Francisco, en el segundo día de la cumbre del G7, en Borgo Egnazia, sur de Italia. Foto: EFE

La misiva recibió una inmediata respuesta de parte del también católico ultraconservador “zar de las fronteras” estadounidense, Tom Homan, donde decía: “El Papa más bien debería arreglar la Iglesia católica”.

En 2020, el entonces presidente brasileño Jair Bolsonaro también criticó al pontífice después de que defendiera la protección de la Amazonía.

“El papa puede ser argentino, pero Dios es brasileño”, declaró Bolsonaro.

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El nuevo pontífice tendrá que hallar respuestas a los desafíos que representan para la Iglesia del siglo XXI esas corrientes libertarias, que consideran que “la justicia social es una aberración”, como suele afirmar el presidente Javier Milei. Pero también dar una respuesta a la creciente “descristianización” de los países desarrollados, y en particular de Europa.

Y si bien en América Latina la Iglesia católica sigue siendo una fuerza importante, pierde terreno en beneficio del cristianismo evangélico, asistiendo además al avance del laicismo. En los últimos 20 años, países como Uruguay, México, la Argentina y Colombia han ampliado el acceso al aborto, contrariando así la doctrina católica.

En Brasil, país con el mayor número de católicos en el mundo, algunos analistas predicen que en solo cinco años el catolicismo dejará de ser la religión mayoritaria. Además, las revelaciones constantes sobre abusos sexuales cometidos por clérigos —y el papel de la Iglesia en encubrirlos— han erosionado su reputación en todo el mundo.

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desa/mcc

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