Bruselas.— El mundo de la política es inhóspito, aunque lo es mucho más para la mujer que para el hombre. La británica Liz Truss y la escocesa Nicola Sturgeon son dos testigos de lo hostil que resulta el poder para la mujer.
Truss se convirtió en la tercera mujer en instalarse en el 10 de Downing Street, pero pasaron sólo 49 días para llamar al servicio de mudanza. Fue abandonada a su suerte por la mayoría de sus aliados hombres en la Cámara de los Comunes y obligada a ceder el puesto al varón que previamente había derrotado en las preferencias de los afiliados conservadores: Rishi Sunak.
Entre lágrimas, Sturgeon anunció su dimisión como ministra principal de Escocia luego de más de ocho años en el puesto. Tiró la toalla luego de diversos reveses: el último, la falta de apoyo para hacer avanzar la ley trans, con la que pretendía rebajar la edad para la autodeterminación de género a los 16 años; fue bloqueada por el gobierno británico y no tenía el apoyo mayoritario de los escoceses.
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Estuvo a punto de correr la misma suerte Kaja Kallas, la primera ministra de Estonia, una de las figuras más visibles en Occidente por la guerra en Ucrania. A lo largo del conflicto armado se ha distinguido por resaltar lo crucial que resulta derrotar militarmente a Rusia para la estabilidad de Europa. Kallas vio colapsar su gobierno en junio de 2020 luego de acusar a sus socios de coalición de no proteger los intereses de la nación ante Moscú. El 5 de marzo, los estonios rectificaron en las urnas, dieron al Partido Reformista de Kallas 32% de los votos en las parlamentarias, 3% más que hace cuatro años. Con ello, consolidaron su posición como líder de la próxima coalición de gobierno.
A más de un siglo de que la primera mujer fuera electa en un Parlamento de Europa, el sexo femenino sigue estando lejos de tener una representación equitativa en las estructuras de poder, sea Parlamentos nacionales, asambleas locales o la cúpula de gobierno.
Si bien el Índice de Igualdad de Género, desarrollado por el Instituto Europeo para la Igualdad de Género (EIGE), indica que el poder político constituye el segmento en el que más se ha avanzado en la última década, sigue siendo en donde la brecha es amplia.
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La herramienta creada con fondos comunitarios para medir los avances en igualdad de géner o en la UE a lo largo del tiempo otorga sólo a Suecia y Finlandia una puntuación superior a 90, de una escala de 100 que significaría que un país ha alcanzado plena igualdad entre mujeres y hombres. A los nórdicos le siguen España, Francia y Bélgica, con puntuación de 80 o más.
Esto se refleja en la conducción de la vida pública. Suecia es la única nación de la Unión Europea (UE) en donde hombres y mujeres tienen la misma representación en número de escaños en el Parlamento nacional, 50.4% y 49.6%; mientras que en España, Finlandia y Bélgica, la proporción de mujeres es más alta que la de los hombres en los respectivos gabinetes de gobierno.
Del otro lado de la balanza están Hungría, Chipre, Malta, Rumania y Eslovaquia. El bloque destaca en el fondo de la clasificación, con puntuaciones que van de 25 a 38 puntos. Estas naciones se han quedado rezagadas en la evolución hacia la paridad.
A nivel comunitario el espacio se ha venido reduciendo. En la Legislatura de 1979, 16.6% de los miembros del Parlamento Europeo eran mujeres, mientras que en la actual, 2019-2024, representan 41%. En tanto que la Comisión Europea ya alcanzó el equilibrio: del colegio de 27 comisarios, 13 son mujeres y además ocupan la presidencia, con Ursula Von der Leyen.
El Consejo Europeo, que reúne a los jefes de Estado y de gobierno, sigue siendo un club de hombres. Hasta febrero, sólo Dinamarca, Estonia, Finlandia, Italia y Lituania tenían a una mujer en el cargo de primer ministro; y en Estonia y Grecia de presidente.
Rosamund Shreeves y Ionel Zamfir, expertos del Servicio de Investigación del Parlamento Europeo, sostienen en un análisis interno que la subrepresentación en la política no se atribuye más a la falta de ambición, sino que tiene que ver con barreras estructurales y sociales que impiden a que aspiren a cargos públicos, cumplan sus mandatos o alcancen el liderazgo una vez dentro del sistema.
Además enfrentan obstáculos adicionales como la edad, la clase social de donde provienen, el origen étnico, la religión, factores de discapacidad o la orientación sexual. Igualmente afecta la percepción individual sobre sus propias capacidades y los estereotipos de género en la sociedad en general. Otro impedimento es la forma en que los partidos políticos reclutan, seleccionan y defienden sus candidatos. También, en algunos casos, ha resultado contraproducente el sistema de representación proporcional como elemento para promover la elección de candidatas, porque esto implica en ocasiones una barrera, y va en detrimento del principio del mérito.
El reporte sostiene que 12 socios comunitarios tienen cuotas vinculantes. En nueve son de carácter voluntario, mientras que Suecia, Finlandia, Holanda, Dinamarca y Alemania han mostrado que es posible elevar la proporción de mujeres en los Parlamentos y los cargos ejecutivos sin activar dicho mecanismo.
“La nueva situación de seguridad en Europa, provocada por la guerra en curso en Ucrania, ha reavivado los debates sobre el vínculo entre la igualdad de género, el liderazgo femenino y la paz”, sostienen los analistas. “Ahora que la guerra ha entrado en su segundo año sin ninguna perspectiva de un final negociado vale la pena recordar el papel decisivo que han jugado las mujeres en la construcción de la paz en la historia reciente”.
De acuerdo con un estudio del Graduate Institute of International and Development Studies, con financiamiento del gobierno de Suiza, en los últimos conflictos en donde ha habido espacio para que la mujer influya en negociaciones de paz, las posibilidades de alcanzar un acuerdo e implementarlo han aumentado.
Ante la agresión rusa en Ucrania, la actual generación de mujeres europeas líderes, sea a nivel de jefa de gobierno, como en Italia o Estonia, o de titular de Exteriores, como en el caso de Alemania, la reacción ha sido fuerte, con determinación y apegada a los principios internacionales.
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