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“Después de que me sometieran a la mutilación genital femenina, juré que nunca se lo haría a mi hija si un día era madre. En mi familia no me creyeron, pero he sido firme”, explica Asha Ismail.
Ismail, nacida en Garissa, Kenia, en 1968, es la fundadora de la ONG Save a Girl Save a Generation (Salva a una niña, salva una generación). En Madrid trabaja con refugiadas a las que enseña español y con las que intercambia experiencias sobre la ablación del clítoris, los matrimonios forzosos y otras formas de instrumentalización sexual que se siguen practicando.
Con cinco años, Ismail sufrió en su aldea una de las modalidades más crueles de mutilación genital: la infibulación. Su relato no es sólo el de los dolores de una niña a la que le cortaron el clítoris y le cosieron la vulva para asegurarse que llegara virgen al matrimonio. Después sufrió problemas menstruales y al dar a luz.
“Es un tema complicado con las refugiadas, porque no somos nadie para decirles que todo lo que han creído en sus vidas está mal. Lo que hacemos es ofrecerles una perspectiva más amplia, con pruebas científicas. Antes de llegar a nuestras sesiones, esas mujeres no relacionaban que muchos de los problemas de salud de su vida son consecuencia de esa mutilación”, explica a EL UNIVERSAL.
“En nuestras sesiones no les ‘lavamos la cabeza’. Ellas intercambian información, hablan con doctoras y entienden que el niño que perdieron en el parto no fue porque un dios lo quisiera así, sino porque el bebé no pudo salir a causa de las lesiones en la vulva; o ven que muchos problemas sicológicos vienen de ese acto de violencia”, cuenta la activista.
Hasta 140 millones de mujeres en el mundo han sufrido la ablación, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). La práctica ocasiona desde hemorragias, tétanos, infecciones, contagios de VIH, esterilidad, desgarros en el parto y muerte del recién nacido.
La mutilación ha sido proscrita por la Unión Africana y más de 50 países. El problema es que no hay campañas de sensibilización que eviten que siga enraizada en la sociedad. Eso permite que 3 millones de mujeres la sigan sufriendo al año. “Está muy relacionado con otros problemas contra los que no se hace nada”, explica Asha: “Por ejemplo, los matrimonios a cambio de una dote. Hay mucha pobreza, y las familias a veces ven a sus hijas como una fuente de dólares y hacen lo posible porque lleguen con el mayor valor posible al marido”.
La activista recuerda que en estos actos no hay maldad ni barbarismo, sino sociedades en las que el objetivo es satisfacer el deseo masculino.
La ONG de Ismail prepara a doctores y trabajadores sociales para evitar que padres africanos mutilen a sus hijas durante las vacaciones en sus países de origen.
“Muchas veces ellos no quieren mutilar a las niñas, pero les obligan los parientes”, lamenta.
La activista se muestra satisfecha de haber educado a su hija como una mujer libre. “Cuando convences a una niña, salvas a una generación, porque no cometerá el error de mutilar a sus hijas”, asegura.