Más Información
En plena Navidad, asesinan a Francisco Bañuelos, subsecretario de ganadería en Zacatecas; Fiscalía investiga los hechos
Vía Facebook citan a familia para venderles un auto en oferta; banda roba y dispara a matar al padre
Llega Navidad para choferes y repartidores; publican en el DOF decreto para derecho a seguro médico, indemnización y utilidades
Esto es lo que sabemos sobre la huelga de trabajadores de Starbucks en EU; estas son las condiciones por las que luchan
Continúan la fiesta de Navidad en cantinas de la CDMX; "estoy pedísimo, pero a gusto y disfrutando", relatan
Lo que sabemos del caso de Francisca Mariner, víctima de feminicidio; quien fue hallada más de 4 años después en un Semefo
En Nochebuena, asesinan al presidente del Patronato de la Feria de Chilpancingo; Martín Roberto Ramírez fue atacado a balazos
Claudia Sheinbaum y Jesús Tarriba envían mensaje a mexicanos; “gracias por lo que hacen por sus familias y por México”
Por: Elisabetta Piqué
DAMASCO.- Esa sensación desconocida de libertad, algo jamás vivido por muchos; ganas de volver a la normalidad, de volver a comenzar, de protagonizar otro capítulo de historia. Pero también, el horror, el espanto de un pasado de atrocidades, de centenares de miles de desaparecidos, de abusos y vejaciones que salen a flote, acompañadas por lágrimas; sentimientos de venganza y reclamos de justicia.
Esta combinación de emociones es lo que se respira en estos días en una Damasco aún convulsionada después de la hasta hace poco inimaginable salida del país de Bashar al-Assad, cuyo despiadado régimen cayó en menos de dos semanas, como un castillo de naipes. Los milicianos islamistas de Hayat Tahrir al-Sham (HTS), llegados desde el norte y respaldados por Turquía, casi no tuvieron que combatir para derrocar al gobierno.
En un día de invierno cálido y soleado, los “barbudos” patrullan la ciudad victoriosos sobre sus camionetas y jeeps marcados por su camuflaje de barro. Son muy jóvenes, vienen del norte del país, fuman, charlan y se dejan sacar fotos junto a abuelos que se acercan con sus nietos que llevan la bandera de la “nueva” Siria, que quieren un recuerdo de este momento histórico.
En un intento de volver a la normalidad, decenas de voluntarios salen con escobillones a limpiar las calles porque, como toda la administración pública -escuelas, universidades, oficinas-, también el sistema de recolección de basura dejó de funcionar el domingo pasado, el día de la caída del clan Al-Assad.
“Limpiamos las calles, queremos demostrar que queremos hacer algo por este país, que todos debemos trabajar unidos para un futuro nuevo”, explica a LA NACION Judi, una abogada de 26 años que, junto a sus primas Mariam, de 14, y Massa, de 12, con guantes de plástico y escobillones, está ayudando a poner un poco de orden en la Plaza de los Omeyas, el corazón de los festejos de la nueva era.
Lee también ¿Quiénes son las Fuerzas de Siria Democrática y por qué importan en el tablero sirio?
Lleva un chaleco de una ONG que se llama “Esta es mi vida” y es oriunda de Idlib, la ciudad del norte de Siria desde donde se propagó la revolución insurgente. “Pusimos avisos en las redes sociales y muchísima gente se registró”, asegura Mahmud al-Jalid, su jefe, que llegó a Damasco el 9 de diciembre pasado, el día después del derrumbe de la dictadura.
Funeral y manifestación
“¡Nafi li al abad!” (¡Nada es para siempre!), gritan, pasado el mediodía, miles de personas de todas las edades, que llevan carteles con las fotos de personas desaparecidas, congregadas en la mezquita de Abd al-Rahman Ibn Awf. Es el último saludo a Mazen al-Hamadeh, pionero de la primavera árabe “siria” de 2011 y gran acusador de Al-Assad después de un exilio forzado a los Países Bajos, en 2013. Gracias a la ayuda de un excarcelero que documentó todas las torturas, Al-Hamadeh obligó a Europa y a Estados Unidos tomar nota de los crímenes del régimen. Después, en 2020, este activista de derechos humanos decidió volver a su patria, “donde puedo ser más útil”. Pero cuando regresó -aunque, al parecer, había recibido garantías de que iba a poder trabajar en paz- se sumó a una lista de los desaparecidos sirios apenas aterrizó en Damasco. Su cuerpo, casi irreconocible debido a la violencia sufrida, fue encontrado el lunes pasado en las celdas secretas de Sednaya, la prisión que se volvió el símbolo de décadas de represión.
Envuelto en la nueva bandera siria, su féretro es acompañado en procesión por una multitud impresionante, que no sólo grita, en coro, como en una némesis colectiva, “¡Nafi li al abad!” sino también “¡Libertad, libertad, te guste o no Al-Assad!”.
El funeral es la primera gran manifestación que hay en Damasco desde la liberación del domingo. Además de llevar fotos de desaparecidos -muchos jóvenes acusados por haber participado de protestas como esta- y demás víctimas del régimen que murieron como mártires, como Al-Hamadeh, la multitud también lleva carteles con consignas claras, como “Sí a una Siria libre y democrática” y “Siria para todos los sirios”.
Entre ráfagas de kalshnikovs, olor a pólvora y centenares de personas de todas las edades con celular en mano que quieren sumarse a esa catarsis colectiva, se oye también el clásico grito de “¡Allahu Akbar!” (”Dios es grande”) de los musulmanes. Pero es entonado muchas más veces otro coro: “¡Levanta la cabeza porque sos un sirio y sos un sirio libre!” y el de “¡Nafi li al abad!”.
“Me siento como en la luna, no podemos creer esto, no podemos creer lo que vemos ahora, es como un sueño que se ha hecho realidad”, dice a LA NACION, eufórico, Hani Had al-Jauri, un contador de 36 años que también está allí y que dice que una manifestación de este tipo antes hubiera terminado en una matanza.
¿No teme lo que vendrá ahora con islamistas en el poder que aparecen moderados pero que nadie sabe qué harán? “Bueno, hay algunas preocupaciones por el futuro político de este país, pero cualquier cosa que pueda venir en el futuro va a ser mejor que el régimen de Al-Assad”, contesta, sin dudar. Según cuenta, hace una semana en Damasco todo era totalmente distinto. “Sospechábamos que, como el régimen de Assad y su gobierno sabían que iban a ser derrocados, iban a cometer una masacre más en Damasco, temíamos que no se quieran ir sin combatir, sino haciendo otra de sus monstruosidades”, asegura.
Coincide Ibrahim Hazaa, estudiante de medicina de la Universidad de Damasco, de 23 años. “La semana pasada fue un poco un caos, fue un poco como un dominó porque todo se iba cayendo (las ciudades del norte de Damasco) y había expectativa de que algo iba a pasar”, reconoce. “No puedo decir que sabía que iba a pasar, pero tenía una pequeña vela de esperanza de que íbamos a ver el día de la libertad y acá estamos”, dice, entusiasmadísimo.
“¿Cómo me siento? Apabullado, estamos todos apabullados de alegría: esto nos parecía imposible, pero tenemos de nuevo libertad. Siria era como una gran prisión, ahora ya tenemos libertad, nos podemos expresar y podemos hacerlo todos los sirios, de cualquier origen y creencia: estábamos todos en una gran prisión y ahora estamos libres”, suma. “La libertad es un lujo, nunca supimos lo que era la libertad, ahora todo el mundo acá está contento, ves alegría, libertad, antes veías a todos tristes, deprimidos. Esto es nuevo para nosotros, esto es un lujo”, insiste.
“¿Cómo me siento? Apabullado, estamos todos apabullados de alegría: esto nos parecía imposible, pero tenemos de nuevo libertad. Siria era como una gran prisión, ahora ya tenemos libertad, nos podemos expresar y podemos hacerlo todos los sirios, de cualquier origen y creencia: estábamos todos en una gran prisión y ahora estamos libres”, suma. “La libertad es un lujo, nunca supimos lo que era la libertad, ahora todo el mundo acá está contento, ves alegría, libertad, antes veías a todos tristes, deprimidos. Esto es nuevo para nosotros, esto es un lujo”, insiste.
En medio de los llantos, un grupo de estudiantes de medicina llega al hospital con bolsas llenas de croissant. “Son para entregarle a los médicos, que desde hace tres días están trabajando sin parar, bajo una presión enorme, por identificar a todos los que sacaron de Sednaya”, explica Karam al-Mikavi, estudiante de medicina de 19 años, que habla en español. “Es nuestra pequeña ayuda en este momento”, agrega.
Frente al hospital cada persona tiene una historia execrable para contar. Hammad, de 40 años y que también busca a un hermano mayor del que no sabe nada desde 2014, cuenta que él estuvo 7 años en diversas cárceles de Siria y 6 meses en la de Sednaya. ¿Por qué? Por ser oriundo de Idlib, una ciudad rebelde, dice. Logró salir porque un familiar se enteró dónde estaba detenido y pagó muchísimo dinero. Él también fue torturado. “Tengo marcas en todo el cuerpo, usaban los peores instrumentos, electricidad, barras de hierro, nos colgaban, aunque lo peor era que éramos muchísimos en un espacio tan pequeño que había que estar parados”, grafica, al destacar que cuando salió de la cárcel recién conoció a su primer hijo, entonces de 7 años y que ahora tiene 12. ¿Qué pasará ahora con los torturadores? “Van a tener que vivir esa misma experiencia que viví yo y van a tener que pagar con la justicia. Toda persona que fue parte de esto tiene que ser juzgada… Podrían haber elegido estar de un lado o del otro y podrían haberse dicho que no”.
Por Elisabetta Piqué
*El Grupo de Diarios América (GDA), al cual pertenece EL UNIVERSAL es una red de medios líderes fundada en 1991, que promueve los valores democráticos, la prensa independiente y la libertad de expresión en América Latina a través del periodismo de calidad para nuestras audiencias.
Lee también Siria: ¿Hacia dónde va tras la caída de Bashar Al Assad?